Capítulo 5

2164 Words
Diana Rengifo fue secuestrada de noche, cuando volvía de la universidad, camino a su casa, en un anexo fuera de la ciudad. Unos tipos la rodearon y le pusieron una capucha negra. No la golpearon, pero si la empujaron hacia una camioneta sin luces. No pudo gritar porque la atenazó el miedo y el pavor. Le pusieron una inyección y después de patalear largo rato, quedó dormida, igual a una piltrafa, desparramándose sobre el piso, entumecida e inerte. Fabiana había conocido a Rengifo ensayando las coreografías del concurso para elegir a la señorita Ucayali. También a la otra chica, Melissa, que desapareció un día antes. Los pobladores volvieron a estallar indignados y esta vez las protestas fueron multitudinarias y mucho más violentas. Quemaron carros, apedrearon ventanales y vidrieras y prendieron fuego a la gobernación de la ciudad. -¡Queremos a Macedo!-, pedían la cabeza del encargado de gobierno en la ciudad, pero él estaba en Lima. Entonces la furia se hizo incontrolable. La policía lanzó muchísimas bombas lacrimógenas, pero el fervor de los indignados pobladores se desbordó y arremetieron con ira contra los efectivos que huyeron despavoridos en diferentes direcciones. La ciudad quedó sumida en el caos. -Todo tu departamento es un polvorín-, le dijeron a Fabiana. Ella tomaba desayuno junto a otras señoritas del concurso. Le habían servido tostadas y jugos. -¿Por qué tanta furia?-, se interesó la representante de Lambayeque. Fabi comía sin detenerse las tostadas, calentitas, untadas de mantequilla y muy crujientes. -Hay una ola de secuestros y nadie se preocupa en encontrar a las chicas desaparecidas-, detalló Fabiana. -¡Qué miedo!-, dijo señorita Cusco. -Parece que es una mafia de trata de personas-, aclaró Fabiana sorbiendo su jugo de naranjas. -Es un mal endémico de la humanidad de nunca acabar en el mundo. En pleno siglo XXI aún se venden mujeres-, reclamó furiosa la señorita Lambayeque. -Aprovechan que existen tanto refugiados trasladándose en todo el planeta, inmigrantes en busca de oportunidades, y entonces las raptan y las prostituyen. Llevan mujeres a otros países, desconocidos, las esconden en fincas apartadas, las usan para sexo. Es toda una mafia que deja mucho dinero-, intervino la señorita Tacna. -En mi ciudad han secuestrado ya cinco chicas-, acabó de desayunar Fabiana. Todas se admiraron de su rapidez. -Tienes que disfrutar tu desayuno, hija, reclamó la señorita Cusco, no haces bien tu digestión- Fabiana estalló en risas. -Es que está riquísimo-, dijo y sus ocasionales amigas rompieron en risas. ***** -¿Qué te dijo ese señor?-, le preguntó Fabiana a Schäffer mientras se arreglaban para una nueva cita con los organizadores. Nancy tenía su pelo aleonado, esponjoso y le era difícil peinarse. Renegaba y no le gustaba cómo se le ponía, cubriéndole las orejas y casi toda la frente. - ¿Lo conoces? Me preguntó por ti, por lo que haces, lo que comes, si tienes novio-, le detalló Schäffer. -Sí lo he visto, no lo conozco en realidad pero vive de donde vengo-, detalló sorprendida Fabiana. -Y le dije que yo no me prestaba para ese tipo de cosas, de averiguaciones, de chismografía y esas cosas cochinas-, le recalcó seria Nancy. Fabiana le agradeció pero le quedaban muchas dudas. ¿Por qué tanto interés por ella? ¿por qué preguntarle a esa chica y no buscarla directamente a ella? ¿para que no lo reconociera, quizás? ¿por qué pudo estar allí, en medio de las concursantes pese a toda la seguridad que tenía el concurso, con cientos de vigilantes y auxiliares? -¿Ese señor es parte de la organización?-, preguntó Fabiana. -No sé, pero parece que sí porque nadie le prohíbe nada-, aceptó Nancy pintándose la boca. Todo eso le dio mala espina a Fabiana. Fabi vio sorprendida el anuncio del concurso en la televisión, con las imágenes que tomaron en la playa. También las habían comiendo, reunidas en el hall del hotel y maquillándose y ella siempre estaba en primer plano, sonriendo, haciendo brillar sus ojos o luciendo su cuerpo en la diminuta tanga. -Este fin de semana es el concurso señorita Perú-, anunciaban en medio de una pegajosa música, justamente la que ensayaban con la coreógrafa. La foto de Fabiana también estaba en los diarios y en las páginas web. -Eres la favorita-, le anunció la señorita Tumbes, una espigada pelirroja, muy delgada y que siempre sonreía. A Fabi le dio risa lo de favorita. -Hay chica más lindas, tú por ejemplo, eres hermosa-, le dijo resoluta. -Eres gentil pero tú tienes más cosas que yo-, le señaló la señorita Tumbes haciendo bolas con sus manos. Fabi la entendió y echó a reír sonrojada. Debía elegir un vestido de noche, probarse el bañador y necesitaba, además, un traje típico. -¿Cuál has elegido?-, le disparó un organizador. Fabiana no sabía de lo que hablaba, se rascó la cabellera y se alzó de hombros. -Algo shipibo-, dijo apenitas, azorada. De inmediato el hombre raspó su celular y se comunicó con alguien. -Sí, Ucayali también necesita, para ella que sea típico shipibo-, dijo y colgó. Fabiana se enamoró de un vestido largo, oscuro, muy estrecho, con un amplio escote espalda y con una audaz abertura que subía hasta casi la cadera. La modista cogió el vestido brillante, adornado de hologramas de rosas, sin mangas y suaves filigranas, y se lo probó a Fabi. -Exactito-, dijo. Ordenó que le subieran tres dedos la basta y también cortaran algo más del escote. -Te vas a ver maravillosa, pero eso sí, suelta tu pelo y que lo esponjen un poco, debe haber volumen en los lados y atrás, para que se te vea súper sexy-, siguió diciéndole la modista, una mujer también entrada en años, muy amigable, maternal y de lentes pequeños. Esa misma tarde se probó el traje típico. Una colorida blusa estampada con motivos selváticos, dividida en tres flecos de diferentes colores, de mangas largas y una falda estrecha y corta, también, adornada con figuras y dibujos de flores de diversas formas. Además llevaría una vincha de plumas, mucha pedrería y sostendría una bandeja hecha de barro. Iría descalza. -Nada de pantimedias-, ordenó la modista cuando Fabi ya estuvo cambiada. La modista examinó con cuidado a Fabiana, vestida a la usanza de las mujeres shipibos. Fabi las había visto algunas ocasiones cuando llegaban a Mayuya llevando hierbas y frutas y eran mujeres alegres, divertidas y muy amables. A veces cocinaban en el pueblo tacacho y a Fabi le encantaba, tanto que hasta se chupaba los dedos. Venían siempre en grandes grupos, caminando por las trochas, llevando sus productos en grandes bandejas, canastas o jarrones. A veces traían aguaje que vendían a poco precio. En Mayuya compraban medicinas y remedios que traía Máxima de la ciudad para atender a los enfermos. Todos conocían a doña Máxima. -Eres hermosa, mujer-, dijo la modista, admirando su figura armónica, proporcionada y bien pincelada, las caderas amplias y las piernas bien torneadas, firmes y divinamente lisas, como velo de novia. Sus senos aparecían emancipados en la blusa colorida y su risa era delictual y contagiaba, como un chasquido de olas, blanca y serena. El pelo rubia era cómplice de su mirada risueña y coqueta, con mucha ternura. Fabiana se sentía abrumada y empezaba a creer que, sinceramente, era demasiado bonita. Por la noche fueron los últimos ensayos de la coreografía. Entonces Fabiana vio a Macedo discutiendo con un sujeto enorme, hercúleo, igual a un mastodonte que lo sujetaba de las solapas y lo remecía como a un títere. Le dio varios empellones y señalaba el escenario una y otra vez. -Por favor, Mariano Cornejo-, dijo una mujer por los parlantes. El tipo inmenso y grueso igual a un tractor, apartó a Macedo, miró el escenario, hizo un gesto con el pulgar y desapareció por una salida oculta de tablones con poca luz. Fabiana quedó boquiabierta, sin entender nada, pero le asustaba. Un friecito le trepó por la espalda y remeció sus sesos como una campanada. Le dio miedo. ***** La mañana misma del concurso, encontraron el cadáver de Macedo, recostado en uno de los baños de un restaurante que estaba enfrente del hotel donde habían alojado a las candidatas. Hubo bastante alboroto. Ulularon las sirenas y acordonaron las calles y vinieron muchos periodistas y curiosos. El fiscal tardó demasiado rato en venir para trasladar el cuerpo a la Morgue. Todo eso escuchó de la gente Fabiana asustada y temblando de pavor. -Es el sujeto que me habló-, le contó Shäffer también empalidecida, absorta y sin saber qué hacer. Se rascaba la cabeza con miedo y empezó a hacer crujir los huesos de sus manos, igual a una música macabra. -Lo vi discutiendo con un tal Cornejo-, le contó Fabiana. -Ese hombre también me asusta mucho-, le confesó Nancy. Lo había visto siempre dando órdenes, gritando, golpeando las paredes, vomitando cólera e ira y era, además, enorme como un molino. -Por suerte hoy acaba todo. Me regreso mañana mismo a Mayuya-, anunció decidida Fabiana. Nancy también tenía, ya, listas sus maletas. -Aquí está pasando algo muy raro y no quiero quedarme más-, compartió sus miedos con Fabiana. ***** Fabiana se enteró que la mayoría de la concursantes eran de Lima. Representaban a Apurímac, Ayacucho, Huánuco o Cerro de Pasco, solo por formulismo, porque, incluso, varias de ellas, ni conocían, siquiera, esos departamentos. Y como ella, ninguna había sido elegida con eliminatoria previa. -Yo iba a participar en un concurso eliminatorio para venir a Lima, pero se suspendió por las protestas-, le contó Fabi a la señorita Callao. A ella le dio risa. -Nunca hay eliminatorias, seguramente lo querían hacer porque hay muchas bellezas en tu ciudad -, echó a reír divertida. Fabiana pensó en Cornejo, en Quispe, en Carbonel, en el interés de hacer ese concurso con las chicas de los anexos, los ensayos de la coreografía, los secuestros de Diana y Melissa y la posibilidad d e venir a Lima. Al final de todo ese alboroto, nadie participó, solo ella. -¿Secuestros? ¿Concurso? ¿Yo?-, intentó atar cabos, pero todo se le hacía más y más enredado, sin atinar a encontrar algunas luces entre tanta oscuridad. Reunidas las concursantes en un salón grande, los organizadores explicaron que la temática del evento sería idéntico al que ocurriría en el Miss Mundial en Ámsterdam. -Haremos la presentación de las concursantes, desfiles en traje típico y bañador y luego elegimos a las cinco finalistas. Posteriormente habrán preguntas a las concursantes, desfile en traje de noche y la proclamación de la vencedora-, dijeron. Fabi no estaba nerviosa ni preocupada y por el contrario se había desinteresado por el concurso. Pensaba más en aquel enorme hombre amenazante e intimidante que siempre la mirada cuando ensayaba en el escenario. Se convencía, además, de haber ahorrado, ya, un buen dinero, con lo que le habían pagado los organizadores en esos días de estadía en Lima, para poder, al menos, comprar el grupo electrógeno que se llevaron los narcos. No podía pasear tampoco por la ciudad y conocer algo de la capital porque los organizadores no la dejaban de vigilar. Después que encontraron el cadáver de Macedo, la vigilancia, incluso, era mayor. Prefería ver las calles por la ventana o simplemente se ponía hacer las tareas de la universidad por internet. Sus amigas le mandaban a su e-mail los exámenes y los profesores le daban asignaciones y le enviaban folletos para que estudiara. -Eres muy chancona-, se sorprendió Schäffer. -Quiero ser una buena doctora-, apuntó Fabi. -Yo estudié turismo, le reveló Nancy, trabajo en una agencia importante con muchas sucursales en el país-, subrayó haciendo brillar sus ojos. -Es bonito también el turismo, espero conocer todo el Perú-, se entusiasmó Fabiana. -¿Por que, entonces, no te quedas en Lima?-, preguntó Schäffer. -Nooo, me debo a mi anexo-, dijo Fabiana. A Nancy le dio risa lo que dijo. -¿Anexo? ¿Qué es eso?-, se divirtió. -O sea comunidad, una aldea-, intentó explicar Fabi. Nancy la miró extrañada. -¿Vives en una aldea, así, como en las películas?-, preguntó. -Algo así, es un poblado no tan atrasado como te imaginas, es algo chico, sí, pero es muy comercial, vienen de muchos otros anexos a comprar y doña Máxima vende medicinas, como una farmacia. Estamos a solo a cuatro horas de la ciudad, en lancha, allí está la universidad, y más lejos también hay un aeropuerto-, contó entusiasmada Fabiana. Schäffer se graficaba en su mente aquel extraño mundo de Fabiana, perdido en la inmensidad de la selva, haciendo viajes en peque peque, ida y vuelta, todos los días, larguísimas travesías sobre el río, una existencia demasiado rural, extraviado de la modernidad, escondido entre árboles y sombras. -Eres como Jane, entonces, la novia de Tarzán-, estalló en carcajadas Nancy. Fabiana se contagió de sus carcajadas. -Te invito cuando gustes-, dijo ella y Schäffer siguió riéndose, pensando en aquella extraña joven, demasiado sencilla, tierna en sus risas y muy simple en su trato y su manera de ser.
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