Capítulo 3

1620 Words
Elena Tuanama estaba dopada, sin sentido, recostada en una hamaca que se mecía suavemente, con los crines desparramados y parpadeando con mucha dificultad. Un hombre la miró con detenimiento, palpó sus senos y se convenció que eran firmes y sabrosos. Sonrió. -Femeie buna, imi place-, dijo. Ordenó la lleven en un camión hacia "el campamento". Luego abrió un maletín con el dinero alineado en correctas filas. -Oo suta de mii de dolari, asa c*m am convenit-, subrayó. Melchor Barriga ensanchó su sonrisa. -Así da gusto hacer tratos con personas que pagan bien-, hizo una venia. El tipo subió a su auto y siguió al camión que iba de prisa por la carretera. -¿Qué es el campamento?-, preguntó la seguridad de Barriga. -Un prostíbulo a la mitad de la nada-, dijo Melchor, haciendo brillar sus ojos. ***** La ciudad estaba convulsionada por la desaparición de Elena. Habían protestas diarias, con barricadas, pedradas y enfrentamientos continuos con la policía. Los pobladores decían que las autoridades no hacían nada para encontrar a la joven que fue raptada por desconocidos, presumiblemente narcos, para venderla al extranjero. Es lo que hacían, en realidad, esas bandas de narcos. Propiciaban la trata de personas para recaudar fondos y seguir haciendo sus negocios turbios a vista y paciencia de las propias autoridades. A ellos compraban su silencio por unas cuantas monedas. Fabiana debía cruzar siempre esas marchas, camino a la universidad, cuando llegaba al puerto en un peque peque. Subía la loma que conectaba a la ciudad y encontraba a la gente furiosa, con carteles y letreros, enfrentándose a la policía, exigiendo que encuentren a Elena y a las otras jovencitas que habían desaparecido esos últimos días, de forma misteriosa, sin dejar rastro. Todos acusaban a un tal Doroteo Quispe quien sería el enlace con los narcos y con los tratantes de personas. Fabi tuvo que rodear por la plaza, porque la lucha se había tornado feroz y encarnizada, con mucha pedradas, incluso bombas lacrimógenas, reventando en todos lados. Corrió y se apuró a ir hasta el campus que no estaba muy lejos. -¿De nuevo están los reclamos, señorita Fabi?-, preguntó el vigilante, abriéndole la puerta. -Sí, Mario, pero esta vez están demasiado agresivos-, dijo ella asustada, arreglándose sus pelos rubios como el fuego. -Ya van como cuatro señoritas que han desaparecido en un mes-, le recordó el vigilante. -Es terrible y las autoridades no hacen nada-, reclamó furiosa ella. Cuando se disponía a dirigirse a sus clases, el vigilante recordó que tenía un mensaje para ella de secretaría. -El decano quiere hablar contigo, Fabi, ya se me estaba olvidando-, le dijo. Fabiana subió al segundo piso, tocó la puerta y coló la naricita por la amplia oficina. El decano hablaba con su secretaria y al verla su rostro se iluminó de repente, igual a un fogonazo. -¡Señorita Leclerc! ¡Con usted quería hablar!-, se mostró eufórico. Pasaron al despacho del decano. Le sirvió un aguaje helado a Fabiana y se arremolinó en su sillón de cuero. Encendió el aire acondicionado con su control remoto. -Me llamó el señor Carbonel, tú sabes, es la principal autoridad en la ciudad, nos ofreció ayuda en computadoras, uniformes para el equipo de fútbol, sí, el que juega la Copa Perú, también renovará la flota de motonetas para llevar a los alumnos a sus casas y también recibiremos un importante apoyo económico que destinaremos a la cafetería, para la alimentación de los chicos- Fabiana pensó, de inmediato, en los tipos que le ofrecieron participar en el concurso de belleza, pero no dijo nada. Siguió sorbiendo el aguaje. Afuera se escuchaban las denotaciones de las bombas lacrimógenas. -El señor Carbonel habló contigo sobre un concurso de belleza, representarás a tu distrito, al anexo, ¿cómo se llama?-, se interesó el decano. -Mayuya-, dijo ella. -Sí, Mayuya, ya recuerdo. Tú eres la más linda de la universidad, además eres una buena deportista, ganaste los cien metros, recuerdo, también juegas voleibol en la selección de la universidad, espero participes-, dijo entusiasmado estirando una larga sonrisa, llenando de más aguaje el vaso de ella. Fabiana se sintió, entonces, entre la espada y la pared. -Me parece frívolo-, dijo ella. -Ahh, y lo es, yo estoy en contra de los concursos de belleza, tú sabes, pero míralo por el lado amable, nos darán computadoras, motonetas, quizás consigamos más cositas, no es soborno, ah, es un apoyo, tú me entiendes-, siguió riéndose el decano. Fabi en realidad estaba en deuda con el decano. Él la ayudó mucho tras la muerte de sus padres, pudo hacer clases virtuales incluso y gracias a la autoridad estudiantil consiguió que le extendieran los exámenes hasta cumplir con todos los créditos. La universidad, debido a la intervención del decano, además, le extendió una importante ayuda económica y no se retrasó, en absoluto, en ese año de llanto y dolor. -Participaré pero espero no ganar-, dijo al fin ella, alborozando al decano. Se paró efusivo y abrazó a su alumna predilecta. -Conocí a tus padres, muy buenas personas, y tú eres la viva imagen de los dos, una persona sencilla, amable, tranquila, muy inteligente, además buena deportista-, le fue enumerando el decano reconocido, agradecido y hasta paternal. -Te daremos toda las facilidades, seguirás tu estudios por internet, en forma virtual, sin compromisos ni presiones, lo que puedas hacer-, insistió, despidiéndose con un enorme beso. Cuando Fabiana se marchó, el decano llamó a Carbonel. -Ya, Lucho, aceptó. Es más hermosa que Elena Tuanama-, dijo misterioso. ***** Había un gran inconveniente para Fabiana. No sabía bailar. Nunca aprendió a bailar y jamás lo haría porque simplemente, no le gustaba el baile. Cuando se presentó ante las autoridades del concurso de belleza para elegir a la señorita Ucayali le dijeron que debía participar en la coreografía con las otras chicas de los restantes anexos, distritos y provincias. -Yo no sé bailar-, se disculpó ella azorada, pero no le hicieron caso. Le dieron unas mallas elásticas y la juntaron con las otras chicas. El profesor, un tipo delgado y de profusa cabellera que sujetaba con una vincha, les enseñó los pases básicos de lo que sería la presentación de las candidatas, pero a Fabi no le salía nada bien y se enredaba o tropezaba con las otras muchachas. -Esa chica es bien lerda-, reclamó el profesor a Doroteo Quispe. -A mí no me importa que sea coja o tenga dos piernas izquierda. Tú enséñale a bailar o te fondeamos en el Amazonas-, dijo Quispe, furioso. Pero no hubo concurso. Toda esa semana de la convocatoria siguieron las protestas enardecidas de la población exigiendo que encuentren y rescaten a las chicas desaparecidas. Incendiaron buses y apedrearon las oficinas de Carbonel, acusándolo de inoperancia. La policía reaccionó lanzando bombas lacrimógenas y los enfrentamientos se tornaron violentos. Los padres de las concursantes se opusieron, entonces, en forma terminante, participar en la elección de la señorita Ucayali. Esa mañana Fabiana llegó temprano, con su mochila a cuestas, para las prácticas con el profesor de baile y ensayar la coreografía, sin embargo no estaba. No había nadie. Solo estaba el guardián. -No ha venido nadie, aún, señorita-, le dijo abriéndole la puerta. Fabi se sentó en una banca del auditorio y se puso a hacer sus tareas de la universidad en su tablet. Sin darse cuenta ya era mediodía. Luego se fue. Al profesor nunca más lo vio y las otras muchachas tampoco fueron más. La única que iba, todas las mañanas, era Fabiana, pero luego se desinteresó y dejó de ir. La noche del concurso, la turba asaltó el despacho de Luis Carbonel. No había movido ni un dedo para encontrar a las chicas secuestradas ni se interesó en localizar a Elena que los ciudadanos decidieron tomar justicia por sus manos. La furia se hizo incontrolable. Eran como mil y arrollaron a los efectivos policiales que rodeaban las oficinas de gobierno. Tumbaron las puertas a patadas y cogieron a Carbonel, lo lincharon tanto que quedó muerto, en medio de un charco de sangre, literalmente destrozado. Aterrado Quispe decidió escapar de la ciudad. Envió un whats app a los organizadores, en Perú del Miss Mundial, con oficina en Lima. -Confirmo, señorita Ucayali, Fabiana Leclerc Dupont, 20 años, nacida en el anexo de Mayuya, envíen pasajes-, decía escuetamente el texto, con la foto de Fabi. La policía detuvo a cerca de quince pobladores acusados de dar muerte a Carbonel, pero la furia de los ciudadanos era un enorme barril de pólvora a punto de reventar en un millón de pedazos y arrasar con toda la ciudad. En ese infierno fue que llegaron dos señoritas enviadas por la organización, en Lima, del Miss Mundial. Tuvieron que ir hasta Mayuya en busca de Fabiana. -Hemos venido a llevarla a Lima para el concurso de la señorita Perú para el Miss Mundial-, le informaron acercándole el pasaje, una cuenta de ahorros, un celular, y un tablet de última generación. También le confirmaron que habían pedido permiso a la universidad. La licencia, incluso, se alargaba hasta después del Miss Mundial y que podría hacer sus tareas y exámenes en forma virtual. Fabiana no entendía nada. -¿Y el señor Quispe?-, preguntó rascándose su cabellera. -No sabemos nada de ese señor hace como una semana-, le dijeron las dos mujeres, muy elegantes, serias y de finos modales. Fabiana solo tuvo tiempo para despedirse de doña Máxima. Ella la bendijo y besó su cabecita. -¿Supiste lo del profesor de baile?-, le preguntó doña Máxima. Fabiana le había contado sus dificultades para la coreografía y que siempre se chocaba con las otras chicas. Sonrió. -Debe estar muy molesto-, adivinó. - Lo encontraron muerto, ahogado, en el río-, le contó. Fabiana quedó boquiabierta.
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