El video en el que Fabiana le hacía un desplante al cantante de baladas, durante la elección de la señorita Perú, ya era viral en el YouTube y lo repetían una y otra vez en todo lo canales abiertos y de cable. Nancy le preguntó esa noche que veían la TV, por qué dejó mal parado al conocido músico. -¿Por qué lo hiciste?-, preguntó riéndose.
-No sé, dijo Fabiana, estirando su sonrisita, creo que fue por instinto-
-Te salió exacto, se admiró Nancy, el tipo quedó como una zapatilla-
-Me han hecho una canción, también-, le dijo Fabiana. Eso no lo sabía Nancy. Se alzó sobre sus codos.
-¿En serio? ¿Y cómo es?-, se interesó haciendo brillar sus ojos.
Fabiana buscó YouTube en su celular. -Se llama la "Inalcanzable"-, dijo y puso el video. Y en efecto, era el baladista que aparecía cantando intercalando imágenes del desplante de Fabiana en el concurso y de su meneo de cintura, dejándolo en una pieza. También aparecían escenas de ella en bañador y en su vestido de noche, pero más eran las imágenes cuando ella le sacaba la lengua al cantante y la mordía con sus dientecitos blancos, y la risa que brotaba en sus ojos despectivos hacia él.
-Acaso fuera tu rey, mi reina, para hacerte mía, acaso no fuera yo un simple mortal para poder amarte a ti, mi diosa, acaso pudieras dejarme entrar al reino de tu corazón para ser el hombre sin corona que te proteja-, cantaba el hombre, con mucho sentimiento, con una voz sublime y la música contagiosa y súper romántica.
-Qué lindo-, suspiró Nancy.
-Acaso pudiera amarte, mujer, pero pienso y me convenzo que eres inalcanzable-, sentencia la canción, con esa imagen que ahora era viral en el YouTube, aquella de la lengüita afuera que mordían los dientecitos de Fabi con femenil desprecio y encanto.
-¿No te gustó la melodía?-, dijo sollozando Nancy, conmovida y estremecida a la vez. A Fabiana, al contrario, le daba risa.
-Sí, está linda la canción, pero lo que me da risa que me canten a mi-, decía Fabi carcajeándose sin contenerse.
Schäffer se lanzó encima de ella. -No eres más que una zonza-, renegaba, haciéndole cosquillas y provocándole más risas.
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Mariano Cornejo vio salir a Fabiana con Paola y Nancy, vestidas con buzos y vinchas y sus pelos amarrados en cola. Harían footing en el malecón donde estaba el hotel. Raspó su celular y dijo en tono bajo, tapando el móvil con su mano, -Ahora-, luego colgó y se marchó apurado hacia la cochera donde recogió su auto y se marchó raudo.
Fabiana, Nancy y Paola iban a trote ligero, sintiendo la garúa acariciando sus mejillas. No eran las únicas, otros jóvenes también trotaban indiferentes y habían quienes hacían estiramientos, aprovechando las banquetas y los pequeños muros donde habían adoquines de piedra y jardines.
Ya habían dado dos vueltas, cuando Paola vio una camioneta entrar en sentido contrario y dio un zigzag a baja velocidad. Le pareció raro. Miró la esquina y había un auto parado también en forma temeraria. Un agente de seguridad del concurso, también alarmado, le hizo un gesto, señalando sus ojos con los dedos y apuntando hacia los vehículos.
-Chicas, vamos a estirarnos un poco-, ordenó Paola a Fabiana y Nancy y dejaron de correr, incluso las empujó hacia donde estaban los jóvenes haciendo elongaciones.
-Hay que estirarse bien para relajar los músculos-, bromeó Paola sin despegar los ojos de los vehículos. Se empinó sobre las puntos de sus pies y vio que un par de sujetos bajaron de la camioneta. Le hizo un gesto al de seguridad que ella iba para allá y que él estuviera atento.
Mientras Fabi y Nancy se estiraban y reían con los jóvenes, coqueteando y haciendo chistes, Paola se dirigió a la esquina, cautelosa, como si reanudara su trote, chequeando, incluso, su cronómetro que colgaba del pecho, y se acercó hacia esos individuos, entonces vio que estaban armados. -¡Policía!- gritó ella apuntando su pistola, pero la camioneta arrancó a toda marcha, chirriando sus llantas. Un balazo atronó el infinito y el otro auto también zumbó su motor y a paso forzado, se marchó por la avenida a toda velocidad.
-¡Tengo las placas!-, gritó el agente de seguridad y Paola corrió donde Fabiana y Nancy que se habían agazapado detrás de un árbol, en medio de gritos, alaridos y la gente buscando con afán saber de dónde provino el disparo.
-¿Qué pasó?-, se asustó Fabiana, temblando y empalidecida. Paola sonrió indiferente. -Nada, un ladroncito de celulares, supongo-, dijo secándose el sudor.
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Las detenciones a los dueños de la camioneta y el auto no condujeron a nada. Los vehículos habían sido robados y ellos habían presentado las denuncias. El incidente se mantuvo en secreto a todas las plataformas informativas, La presidenta de la organización dispuso, entonces, redoblar la vigilancia en el hotel y canceló las actividades protocolares que restaban por hacer. -Después de ir a la selva, Fabiana viaja a Países Bajos-, anunció a todo su equipo de trabajo.
-¿Qué buscaban esos sujetos?-, le preguntó Paola a Karen Van Holden.
-No sé, dijo ella, quizás secuestrar a la reina-
Paola había leído de los secuestros y desapariciones en Ucayali. -¿Hay algún vínculo?-, se extrañó.
-Estamos en Lima. No creo-, descartó Karen de plano.
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El despliegue que se hizo para la visita de Fabiana a Mayuya, fue impresionante. Casi un avión entero fue separado para la organización, con modistas, fotógrafos, encargados de videos, maquilladoras, seguridad y un batallón de auxiliares. Además, el concurso pagó los pasajes y estadía, también, para un pelotón de periodistas de todas las plataformas para asegurar una amplia cobertura del acontecimiento.
Apenas llegados a la ciudad, se embarcaron, otra vez, en avionetas con destino a Mayuya. La organización había alquilado casi una docena de naves para trasladar a tantas personas. A Fabiana le daba risa. -Yo pensé que íbamos en peque peque-, reía alborozada viendo el alboroto.
Nancy no dejaba de ver por la ventanilla de la avioneta, la tupida selva, un manto verde que cubría toda la ribera. -¿Allí vives?-, preguntó incrédula.
-No seas tonta, son árboles, yo tengo mi casa-, reía carcajadas Fabi, tomándole el pelo a su amiga.
Doña Máxima y el abuelo Fernández lloraron cuando las camionetas llegaron a Mayuya y vieron bajar de uno de los jeeps a Fabiana riendo feliz, emocionada y con las lágrimas represadas en sus ojos. Ella corrió dando brincos y abrazó a los dos efusiva, emocionada, sin poder contener el llanto. -¡Los quiero, los quiero mucho!-, decía llorando a gritos.
Los niños y las jóvenes rodearon a Fabi, le cantaron canciones, la comieron a besos y la abrazaron efusivos, emocionados de verla tan feliz y radiante.
-¿Esto es Mayuya?-, preguntó Paola admirada de las casitas de palos alineadas en círculo. Ladraban los perros, saltaban las gallinas y renegaban los cerdos. también chillaban furiosos los pájaros y los monos se colgaban curiosos sobre ellos, viendo qué robar, entre tanta gente extraña.
Fabiana se subió a una silleta y anunció la construcción de la posta. -¡Al fin nuestros niños estarán sanos!-, dijo a todo pulmón. Los vecinos aplaudieron emocionados y dieron hurras por la reina.
Fabi entregó todo el dinero que obtuvo del concurso a doña Máxima. Con el alcalde del distrito se firmó el convenio para la posta, una trocha para el puerto y también la gobernación se comprometió a levantar una comisaría para frenar las incursiones de los narcos y los terroristas.
-¡Nunca más se llevarán a nuestras mujeres!-, anunció otra vez Fabiana entre aplausos y el llanto incontrolable de doña Máxima.
-Secuestros-, balbuceó entonces, Paola. Miró a un hombre muy anciano que estaba a su lado, encorvado y sujeto a un bastón.
-¿Han secuestrado muchas mujeres en Mayuya?-, preguntó.
-Van tres, señorita, Elena, Diana y Melissa, ella es mi nieta, dicen que las venden a Europa-, detalló el hombre mascando hierba.
-Las venden, -, volvió a balbucear Paola. Miró a Fabiana que reía abrazada a doña Máxima tomándose fotos y haciendo grabaciones, en medio del laberinto de los periodistas y entonces empezó a atar todos los cabos.
-Querían secuestrar a Fabi como a las otras mujeres porque ya han pagado por ella-, adivinó, Paola, poniéndose roja como un tomate.