**Alondra
Me encontraba sentada mirando por la ventana del avión, desarrollando los sucesos de los últimos tres años de mi vida. Tenía la sensación de que había crecido y madurado tan rápido, que me asombraba a mi misma la manera en la que había enfrentado todas las situaciones; pero en especial, el motivo por el cual decidí irme a otra ciudad, por el momento, sola. Sólo mi padre vino a despedirme, y no fue precisamente una despedida, más bien fue la única opción que tenía, traerme; y a partir de ese instante estaría sola.
Cualquiera pensaría que estaba huyendo, y tal vez así era; sin embargo, prefería abrazar la idea que esto sería un comienzo, una nueva vida donde sería yo quien crearía las circunstancias.
-Señorita, abroche su cinturón, por favor, estamos por despegar ― la azafata pasó por la fila en la que me encontraba sentada, haciendo que saliera un poco de mis pensamientos.
El sonido agudo y sórdido de las turbinas daba aviso de que el despegue estaba próximo a realizarse, y me hundí de nuevo en mis recuerdos.
Tres años antes...
Abril, mi mes favorito, las hojas de los árboles en todo su esplendor, las flores coloridas anunciando la estadía definitiva de la primavera, el dulce aroma, las abejas sobrevolando las flores, los insectos saliendo de sus escondites. Observé por mi ventana los rayos del sol acariciando el jardín, y de repente escuché que alguien llamaba en la puerta.
-Señorita, el desayuno está listo ― anunció Teresa, nuestra nana, que tenía toda una vida trabajando para mi familia. Escarbando hasta lo más profundo de mi mente, la primera memoria de mi infancia, ella estaba ahí. No es tampoco que tuviera tanta vida recorrida, después de todo a los 19 años me seguían considerando una niña; aunque el cerebro juega con nuestros recuerdos ya desde mucho antes.
-Ya voy nana ― tomé de la cama mi saco, abrí la puerta sonriente y ella me devolvió la sonrisa emotiva.
-¡Vamos, niña! Apresúrese, ya sabe que a su padre le molesta que no estén todos en la mesa ― bajé rápido las escaleras y para mi buena fortuna me topé a papá en el pasillo, iba saliendo de su despacho.
-Mi princesa, siempre tan puntual ― me lancé a sus brazos, en los que me sentía amada y protegida. Depositó un beso en mi cabeza y caminamos juntos al comedor, conversando de cualquier cosa. Mamá salió de la cocina, con parte del desayuno en las manos, mientras Tere entraba para traer el resto.
-¿Dónde están éstas niñas? ―Preguntó papá en tono molesto. Él era un hombre cariñoso y amable, pero amante de la disciplina y las costumbres.
-No deben tardar en bajar ― mamá nerviosamente respondió, y le hizo señas con los ojos a Tere, de esas que sólo ellas entendían. Tere estaba a punto de subir las escaleras, cuando se escucharon las risas y comenzaron a bajar mis hermanas.
Krestel, la damita de la familia, apodo con que mi padre hacia referencia a ella; era mí hermana mayor, me llevaba tres años; cursaba su último semestre en Educación; era una persona dulce y su aspecto inocente aunado a su cuerpo bien formado, hacían que muchos hombres estuvieran detrás de ella. Sislis, la bebé, así era como mi padre la llamaba; mi hermana menor también por tres años; estaba comenzando a estudiar la preparatoria; su actitud jovial y despreocupada ante la vida iba acorde a su edad; su cuerpo, aún en desarrollo, ya se perfilaba a la belleza que sería.
-¡Cómo siempre tarde! No entiendo, si el desayuno es siempre a la misma hora, ¿cómo pueden llegar tarde? ―Mi padre les recriminó.
El desayuno pasó de lo más normal y cuando llegó la hora, todos salimos a nuestra rutina. Papá a su despacho jurídico; mamá se quedaba en casa, administrando y coordinando todo lo relacionado a la familia; y nosotras, sus tres hijas, a estudiar.
Las clases en la universidad se desarrollaron de acuerdo al horario estipulado. Había decidido estudiar Lingüística, y tomaba clases adicionales de los dos idiomas más hablados e importantes en el mundo hasta el momento. Al final de las clases, me reunía con mi grupo pequeño de amigos, entre los que se encontraba mi novio Mauricio. Él era hijo de una de las familias que eran amigos de mis padres, también estudiaba idiomas, aunque él estaba en la universidad de administración de empresas, ya que su padre lo dejaría a cargo del negocio familiar.
El mes de junio de ese año prometía ser grandioso para ambos, sería su graduación y habíamos acordado que pediría mi mano en matrimonio, pero nos casaríamos hasta que yo terminara mis estudios. Habíamos compartido nuestros sueños y hablado de un futuro juntos; sin embargo, el destino había planeado algo diferente y al menos yo no fui partícipe del cambio de planes, sino hasta última hora.
-Alondra, necesitamos hablar ― Mauricio estaba serio, su vista al frente, sus manos apretando el volante de manera exagerada y eso me preocupó.
-No me asustes, ¿qué es lo que pasa? ―Me giré totalmente en el asiento del copiloto, tratando de mantener la calma.
-No se cómo decir esto sin herirte, así que simplemente lo diré, lo nuestro se acabó ― parpadeé largo, para después abrir los ojos de la sorpresa que aquélla noticia ocasionaba.
-Pero... pero, ¿por qué? ―Quería saberlo, al parecer yo era la única que pensaba que la relación iba por buen camino.
-Lo siento, pero... apareció alguien más en mi vida y no quiero engañarte ― no me vio en ningún momento, lo que me hizo pensar que se sentía avergonzado; pero tenía que aceptarlo, al menos estaba siendo sincero y me estaba protegiendo al mismo tiempo, o al menos eso quería creer.
-Está bien ― se giró a verme con asombro y le sonreí. -Terminemos. Tal vez estás confundido y estar con esa persona te ayude a aclarar lo que sientes por mí. Yo estoy segura que te amo, te esperaré, y si al final me dices que no me amas lo entenderé y aceptaré ― lo confieso, no sé cómo pude mantener la calma y decir aquellas palabras casi tan perfectas en el momento; pero es que deseaba y casi podía apostar mi vida que él también me amaba, tanto como yo a él, por eso estaba dispuesta a dejarlo ir, porque dentro de mí algo me decía que volvería.
-No te merezco, Alondra ― una lágrima rodó por su mejilla; me dolió verlo así, pero pude ver que había una batalla dentro de él y eso reafirmó mi sentir.
-No digas eso. ¿Podemos al menos darnos un abrazo de despedida? ―Se abalanzó contra mi cuerpo con desesperación, lo sentí como lo que era, una despedida. Después de algunos minutos, se alejó un poco de mí, puso sus manos en mis mejillas y me besó. Fue un beso dulce, que encerraba la tristeza de la culminación de nuestra relación. Nos separamos y salí del auto hacia mi casa, con lágrimas rodando por mis mejillas, pero la esperanza de mi corazón me instaba a no estar triste. Él regresaría.