Cada noche lo obligaba sin parar, a veces usando su magia oscura para atribuirle forzadamente priapismo, pero ya habían transcurrido dos noches que no lo frecuentaba. Al tercer día ella llegó a sus pies. Jugueteando las cadenas que aprisionaban sus tobillos. Él le clavó la mirada, luego miró para otro lado completamente desinteresado. —Aleksanteri, ¿me extrañaste? Él no le contestó siguió en completo silencio, pero ella abrió un pequeño frasco al apartar el corcho. Pronto Aleksanteri percibió el aroma de un aceite floral. Se untó las manos pasándolas sobre la piel de sus piernas. —No quieres acompañarme a la playa, me encantaría tener tu cuerpo bajo la luna. Eso fue algo que no pude aprovechar cuando eras tan complaciente. Aleksanteri soltó una carcajada. —Sueña Adamis, es lo únic