Compensación y Encanto

1144 Words
Aleksanteri no miró nada de desagradable en la jovencita, pero no la deseó para tenerla por esposa. Él estaba acostumbrado a recibir placeres de esa clase al volver de los enfrentamientos sangrientos, compañía de hermosas mujeres; pero a diferencia de siempre, la inocencia y el candor de la jovencita le parecían indeseables. La imagen de la mujer del bosque seguía enredándose en lo profundo de sus pensamientos y deseos, casi tocando su Berserkergang, como provocándole del mismo modo cuando se sentía listo para luchar. Respiró hondo, acercándose a Maakten. —Aceptaría su compañía, si así lo quieres hermano, pero no puedo tomarla por esposa. —¿Qué repones en negación? —Su edad, es muy joven aún, pero es muy hermosa. Deseo que la mujer que sea mía de verdad, tenga experiencia cuando esté conmigo, que mi fuerza no la destroce. Estoy dispuesto a esperar a que crezca un poco más. Maakten sonrió. —Si alguien más no la toma luego de tu objeción, puedes esperar. Maakten lo tocó por un hombro sin dejar de sonreír. La convivencia siguió, Gunnar al notar a Aleksanteri muy pensativo frente a la fogata supo que algo raro había ocurrido en el bosque. Temiendo que una de las criaturas mágicas enloqueciera a su amigo, prefirió hablar. —Aleksanteri, te negaste a darle abrigo y tomar a la más hermosa de las hijas de Aiernn. Aleksanteri que miraba el fuego casi como cuando estaba absorbido con la furia de la lucha se volvió a él. —Es joven, muy joven. Siempre traen a mi lecho a pequeñas como ella, las recibo, pero a solas les pido que duerman. No las toco ni me tocan.   A Gunnar casi se le salen los ojos a oírlo. —¿Qué cosa dices, hermano? Pero necesitarás hijos, que tu sangre sea heredada a otros. —Sí, pero son muy pequeñas. —Parece ser de la edad que cualquier mujer deja de ser niña. Te haría bien tener uno o varios hijos. —Tal vez, pero prefiero a una mujer que acobije mi fuerza, que su suavidad no termine afectada con mi manera de ser fuerte. Una que sepa complacerme, ellas no saben ni como besar. Aleksanteri nunca se sentía atraído por mujeres que acababan de dejar la pubertad. Unas cuantas veces aceptó dormir con alguna, pero que no fuera de la aldea. La mayoría de las mujeres que él acunaba a su virilidad eran mujeres con mejor sentido de tales habilidades, una de ellas que por lo general a veces dormía a su lado era una guerrera como él. Pues en su clan no había distinciones al momento de luchar, pero ahora ella ya se había unido a otro hombre y tenía ya varios meses de estar embarazada, por lo que ya no le era permitido luchar, sino que debía cuidar de su estado. —Pierdes tu mente por un espíritu, prefiero que sea a causa de Braneida. Aleksanteri sonrió un tanto divertido al mirarle la cara a Gunnar. —Ya lo dije, hermano. Puedo complacerla al dejarla dormir en mi lecho, pero no la tomaré como mi esposa. No desfloraré a una flor que a penas sale del c*****o. Gunnar frunció el ceño, pasándole algo de beber. —No olvides algo. Las mujeres sagradas de los bosques no saben amar, son sólo criaturas que se gozan en enloquecer a los hombres de nuestra aldea. No sigas soñando con la belleza de un espíritu, porque como muchos te perderás sin poder volver. Aleksanteri fijó su mirada en los ojos de Gunnar que brillaban a causa del fuego. Se bebió la cerveza y luego el suave ritmo de los tambores empezó a sonar, Gunnar se estiró antes de ponerse de pie. Varias de las mujeres más jóvenes llegaron con ellos a conversar, mientras otras cantaban. Gunnar se entretuvo con la más sonriente. Aleksanteri se distrajo bebiendo con otros, pero de pronto sintió dedos suaves tocarlo por un hombro. Miró a la joven Velenar ante él con una sonrisa. Él no pudo ocultar en su semblante un gesto de agrado. —Hijo de Henryk, ¿es cierto lo que dice mi hermano? Él respiró hondo antes de hablar. —Tu hermano dice muchas cosas. ¿Cómo podría saber yo cual de todas es cierta? Ella se mostró divertida, sin dejar la sonrisa. —Que no quieres que hoy te acompañe. —¿Cuántos años tienes? —Estoy por cumplir los veinte. Él mostró una ancha sonrisa. —No está bien lo que dices. ¿Por qué me mientes? —No te miento. Mi hermano no me ofreció por su voluntad sino por la mía. Conozco la fuerza de tu lucha, y me ha encantado tu manera de combatir. Eres una inspiración para mí, y para mi hermano. Te he visto varias veces, y no quiero que pienses que soy menor de lo que realmente soy. —¿Sabes cómo me llamo? —Preguntó él seriamente. —Sí, eres Aleksanteri, hijo de Henryk. Pero, ¿a qué nos sabes quién soy yo? Aleksanteri que le había contestado simplemente por amabilidad, ahora se sentía realmente atraído a la jovencita. Se volvió a ella, dándole toda su atención. —Eres hermana de Maakten, te llamas Velenar. Ella soltó una pequeña risita. —Sabes cómo me llamo porque él te lo dijo. Pero, ¿me conocías antes? Él lo negó con la cabeza sin poder reprimir una sonrisa. —Eso pensé. Pero yo a ti sí. Aleksanteri miró la suave curva de su labio inferior mantener la sonrisa. —¿Quieres dormir conmigo, pequeña? —Preguntó Aleksanteri sin dejar de ver sus labios. Saber que era mucho mayor, colaboró para que cambiara de ideas. —No, guerrero. No me basta sólo dormir. Si me quieres, quiero algo más que eso. Él la observó fijamente ya algo desconcertado. —Entonces, ¿qué es lo que quieres de mí? —Quiero que cada noche, miremos juntos las estrellas. Si en tus ojos puedo mirar ese mismo brillo cuando llegue la siguiente luna llena, dormiré contigo. Luego tú decidirás si me dejarás en tu lecho para pertenecerte o preferirás que me convierta en una guerrera para tu clan. Nunca antes Aleksanteri se sintió tan asombrado. Ella se dio la vuelta, mostrando una sonrisa traviesa. Él la siguió, comprendiendo que no era tan pequeña como para pensar de ese modo y esa sonrisita provocó algo en él. Le pareció sensual. —¡Velenar! Ella se volvió a él. —¿Por qué quieres mirar las estrellas conmigo? —Porque junto a ellas estarás más cerca de mí. Si lo quieres te esperaré al lado del templo mañana al atardecer. Ella caminó tranquilamente hacia al frente, manteniendo una expresión serena. Aleksanteri quedó pensativo, pero algo muy dentro de sí deseaba encontrarse de nuevo con ella para quizá entregarse más que caricias con la mirada.
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