Hijos de la noche

1966 Words
Aleksanteri siguió profundizado en sus pensamientos, notando que Velenar siguió caminando al frente, alejándose del fuego. Quiso ir tras ella, para que esa misma noche comenzaran a mirar las estrellas, pero alguien atrajo su atención en cuanto mencionó su nombre. —Aleksanteri, pido tu conformidad, aunque ya sé que no has aceptado. Yo tomaré a Velenar, quiero que sea mi esposa. Aleksanteri respiró hondo, frunciendo el ceño. Por detrás de Erik miró a Maakten sonreír anchamente, parecía divertido al verle la cara. —Puedes pedir su compañía si ella acepta ser tu esposa. —Contestó seriamente. Se dio la vuelta volviendo al resto de las personas que seguían en alegre fiesta, si bien se había sentido atraído, sabía que lo mejor era que ella decidiera con quien le convenía estar. Gunnar volvió a sentarse a su lado junto al fuego. —¿Has cambiado de opinión? —Preguntó él, mirándole fijamente. Gunnar había notado a su compañero conversar con la hermana de Maakten, y lo había visto sonreír. Pero antes que Aleksanteri pudiera responder palabra a Gunnar, escuchó claramente; incluso con las melodías y los cantos que varios entonaban, aullidos lejanos y lúgubres no muy lejos de allí. Aleksanteri fijó la mirada a lo alto notando que las nubes en el cielo nocturno se habían dispersado y que la luna llena quedaba al descubierto. Gunnar también posó su vista al firmamento. Aleksanteri sintió algo pesado sobre el pecho, casi físico cubriendo su respiración y al volver a oír el mismo chillido supo lo que significaba; los hijos de la noche merodeaban la aldea. Pero al posar su vista al frente miró de nuevo a los cuervos volar hacia al cielo. Cerró sus ojos sintiendo el suave viento, entonces en lo hondo de sus pensamientos miró a una jovencita ser atraída al bosque, bajo el sopor de un hechizo. Abrió los ojos de golpe. —¡Trae tu lanza y sígueme ahora! Aleksanteri tomó con fuerza su espada, emprendiendo una carrera hacia el lado alto de donde las viviendas se miraban. Gunnar sin preguntar, simplemente obedeció corriendo a toda marcha tras él. Miró que su amigo resoplaba, deteniéndose frente a las casas de piedra y madera. —¡Velenar! —Gritó Aleksanteri con furia. Pero ante el exigente llamado nadie acudió. Gunnar frunció el entrecejo, no obstante, comprendiendo lo que ocurría. —¡Vuelve por el resto! —Ordenó Aleksanteri con voz recia. Gunnar mantuvo sus ojos en profunda seriedad al verle. —Pero los hijos de la noche nunca andan solos sino en manada. —¡Ve por los demás! ¡Y hazlo ahora! —Bramó Aleksanteri encolerizado, le alzó la espada señalando a donde estaba la hoguera. Gunnar asintió sin decir nada más emprendiendo una carrera, pero muy en el fondo de su corazón temía que el sucesor del líder estuviera en riesgo mortal al enfrentarse solo con los hombres que se podían convertir en grandes bestias. Aleksanteri, retomó la fuerza de su marcha, gritando el nombre de Velenar por doquier en su avance. Rodeó rápidamente la aldea mirando en el suelo. De súbito sus ojos se encontraron con grandes pisadas, las cuales guiaban hacia el bosque. Se inclinó notando que las huellas eran de un animal muy grande. Apretó la empuñadura de su espada, caminando cautelosamente mientras seguía el rastro de las pisadas. —¡Velenar! ¡Grita mi nombre! El ruido del bosque se mantenía con ese hondo y sombrío habitar de las criaturas nocturnas. Aleksanteri apretó el paso, notando que junto a un ancho roble, estaba una bestia gigantesca del tamaño de un oso, pero de apariencia lobuna. Una jovencita yacía sobre el suelo cerca de sus patas, completamente desfallecida. Rápidamente llegaron más de las criaturas rodeando el cuerpo femenino, él contó de una en una, sabiendo que eran seis. Cerró los ojos concentrando la energía de su cuerpo y de su mente para luchar. Al abrirlos corrió hacia la criatura. De entre todas una se movió, yendo a su encuentro. Aleksanteri desenvainó su espada listo para la disputa, mientras la criatura del doble de su altura se agazapaba contra él mostrando sus afilados dientes. Aleksanteri mantuvo la espada en alto, mientras se había inclinado un poco para no ser rozado por las garras del animal. El resto de la manada miraban con furia el combate, gruñendo. Aleksanteri apretó los ojos al notar que por detrás de los árboles un hombre con una capa blanca a la cabeza le observaba. Pero eso no le reprimió en su lucha. Se giró por el suelo, evadiendo la muerte en la fuerza de la bestia que lo atacaba inclementemente. Al estar en pie miró las montañas, retomando aliento. Escuchó claramente a sus hermanos ir en su ayuda llevando antorchas. Sin embargo, las bestias seguían fijas a su alrededor mientras que la que combatía con él no aplacaba su combate. Entonces mientras Aleksanteri luchaba por sobrevivir, alzó los ojos al cielo clamando la fuerza de sus ancestros para no ser sometido por la bestia hispida. Sintió su pecho ser rasgado, pero no sintió dolor sino la fuerza necesaria para acometerle, uno de los remos delanteros de la criatura también recibió un profundo corte por su lanza. Con la fuerza de su Berserkergang, Aleksanteri logró hacerle retroceder, mientras el resto de las bestias hacía por agregarse a la lucha contra él.  Rápidamente miró como la bestia alzó un aullido al cielo, convirtiéndose frente a él en un hombre de carne y hueso de gran altura como él. —¡No les pertenecen las mujeres de mi pueblo! Tu cabeza será la advertencia para el resto de los tuyos. Aleksanteri se alzó con furor contra él. El hombre rápidamente retomó una forma humanoide de lobo, parándose en dos patas. La fuerza descomunal de la criatura tenía la misma resistencia de lucha que Aleksanteri, pero de pronto escuchó un zumbido, que hizo vibrar todo en el bosque. Aleksanteri notó que todo a su alrededor se volvía lento, como si todo se moviera más despacio que él, mientras sentía la cabeza apretada y adolorida. Miró como la criatura movía una de sus zarpas en dirección a su garganta, pero al hacerlo tan lentamente, instintivamente se previno del ataque, pero a diferencia de lo que pudo haber sido, sintió que su cuerpo entero se estremeció, mientras su vista se nublaba. Cayó de rodillas, escuchando un raro trueno tocar la tierra. Todo se estremeció dejando entrever un delicado fulgor. Miró como la bestia se movió salvajemente al frente sin poder tocarle. Comprendió entonces que todo volvía tener el mismo compás del tiempo. Aleksanteri atrajo dentro de sí la furia y la fuerza de su espíritu guerrero, clavándole la espada a la criatura en cuanto se volvió de nuevo a él. Pese de atravesarle, no quedó moribunda, sino que a grandes saltos se alejó de allí, yendo entre el bosque. A su alrededor ya estaban sus hermanos de combate, repeliendo con el fuego de grandes antorchas al resto de las criaturas que también rápidamente se dieron a la retirada, tras el primero. Aleksanteri respiró hondo sintiendo aún inflamada la cabeza, pero no se detuvo a pensar, sino que rápidamente se inclinó bajo el roble mirando el cuerpo de Velenar. La tomó entre sus brazos, mirándola aún desfallecida. —Velenar, despierta. Él acarició su rostro. Mirando que el pulso de su cuello apenas se notaba. Siguió hablándole, percibiendo de pronto que un brillo suave dejaba el cuerpo de la jovencita. Algo primitivo en su interior le alertó; tenía que actuar, debía atraer algo de su espíritu a él de regreso. —¡Quiero ver las estrellas contigo, dime si quieres! De pronto los párpados de ella se movieron. Alzó la vista a él, sonriendo débilmente. —Me mirarás en cada estrella, amado mío. Seguiré hechizada a donde quiera que vaya, soñando tus ojos y tu fuerza. Las suaves manos de ella le tocaron la cara dulcemente. El delicado calor de ella le llenó profundamente, la miró consternado. Algo en él, tan fuerte como su instinto guerrero le dijo que no debía dejarla morir. —¿Cómo puedes creer que podré verte en cada estrella? Vivirás y juntos las tocaremos. Ella sonrió gozosamente. Mirando al cielo. —No te niegues a tus dones, mi amado. Que todo aquello que miras es real, los espíritus te conocen, por eso te siguen. Pero aléjate de la mujer que usa a las aves del dios de la guerra para atraerte. Él abrió los ojos, completamente asombrado. La cargó en brazos, aún meditabundo. ¿Cómo ella sabía de los cuervos? Maakten llegó a él aturdido, hablándole. Lo cual interrumpió su retraimiento. —Llévala hermano al templo. Creo que podría salvarse… Él asintió corriendo a toda prisa. Mientras el resto de los guerreros le seguía. Maakten entró con él al templo. —Aleksanteri, debes saberlo. Mis hermanas tienen el don de la profecía y entienden algo de la magia de la tierra. Ella antes de venir a tu pueblo me dijo que el día que los guerreros de Ulfhednar entendieran los signos del cielo, ella encontraría al hombre con quien quería unirse. Ayúdala quizá está herida, iré por el *godar. Aleksanteri se inclinó, dejándola acomodada sobre su regazo, sin soltarle. Inspeccionó su semblante, sus ropas y sus huesos en señal de alguna lesión, pero se dio cuenta que sus ropas estaban intactas. —Velenar, sé que oyes mi voz porque tu espíritu está en ti. Dime: ¿Qué te hicieron? No veo heridas en tu cuerpo, ni en tu rostro. Ella colgaba de sus brazos con los ojos cerrados y sin responder.  De pronto entró el godar al templo, se inclinó ante ellos, tocando la cabeza de la jovencita. En cuantos sus dedos tocaron la frente de la muchacha, preocupado alzó la vista a Aleksanteri. —Los hijos de la noche, pueden hechizar. Si no es sacada de ese horrible encanto, su corazón dejará de latir. —¿Cómo pasó? ¿Hay algo que podamos hacer? —Preguntó Maakten, aturdido. —Devuélvela al bosque. —Contestó seriamente el godar. Tanto Aleksanteri como Maakten fruncieron el ceño consternados. —No se puede hacer eso. —Contradijo el hermano de Velenar. —Entonces, no hay nada que podamos hacer por ella. Ellos la quieren, y si no la tienen igual morirá. Los hijos de la noche no eligen a cualquier mujer. Seguramente esta pequeña tiene algo que a ellos les servirá, quizá una marca. —Explicó el godar, pasando sobre ella varias piedras mientras las movía entre sus dedos. —¿En dónde está esa marca? —Preguntó Aleksanteri. —Es posible que se halle en alguna parte de su cuerpo. Además, el arrojo de su espíritu es fuerte. Aleksanteri comprendió que quizá se refería al brillo que él vio salir de su cuerpo. —¿Y de qué serviría dejarla en el bosque? —Se quejó Maakten tocando la cabeza de su hermana. —Pues, seguramente colaborará con la vida y la sucesión de los hijos de la noche.   Aleksanteri se volvió mirando fijamente al anciano que permanecía con los ojos cerrados, pasando ahora sus palmas sobre la jovencita sin tocarla. —¿Y qué pasaría si ella deja de ser una doncella? —Volvió a cuestionar Aleksanteri posando su vista en el cuello de Velenar. El sacerdote abrió los ojos asombrado. —Quizá podrías deshacerlo, pero no sabemos si funcionará. Maakten se volvió a Aleksanteri tan aturdido como el anciano.   —Hermano, nuestros abuelos han advertido esto. Velenar debe volver al bosque, tal vez sea lo mejor. —No, Maakten. Yo tomaré a tu hermana como mi esposa, ninguno de ellos obtendrá su vida. La cargó en sus brazos dejando el templo, yendo de prisa hacia donde él solía descansar.  ++++ *Godar: Sacerdote o guía espiritual en los pueblos nórdicos
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