Aleksanteri volvió en sí, respirando hondo. Aceptó el rito de unión yendo en compañía del gran grupo de guerreros y demás habitantes de su clan rumbo a la colina donde se miraba el mar y el cielo. Allí él aseguró con palabras tomarla como suya y Braneida a él como suyo, tal como lo dictaban sus costumbres. Ya no quiso pensar en los cuervos y muy internamente pidió a los dioses que bendijeran su unión con la guerrera más fuerte de sus hermanos de lucha. Adamis no pudo creer que Aleksanteri estuviera en medio de un festejo como ese o que él fuera el producto de tanta alegría. No quedó duda para ella, él se había unido a otra, pese de haberle dicho que no. Un fuego de hondo enfado se apoderó de ella y lloró amargamente al saber que otra lo tendría para sí las veces que quisiera, mientras el