—Creo que me gusta —le confesé a la psicóloga mientras terminaba de dibujar en un papel una casa de dos pisos rodeada de un portón, alcé mis ojos hasta ver su rostro observarme con tranquilidad—, Alejandro, me refiero de Alejandro. —Nunca me comentaste el por qué dejaron de hablar —tomó la hoja de papel cuando se la ofrecí—, ¿pasó algo? Me eché hacia atrás y me acomodé en el espaldar de la silla mientras mis manos se retorcían entre sí sobre mis piernas. Suspiré y mi mirada rebotó hasta el escritorio, después bajé hasta mis manos —no me gustó el observar lo insegura que me mostraba—, así que mis ojos se pasearon por el ventanal. —Intenté quedarme a dormir en su apartamento: eso pasó —tragué saliva—. Fue un error, no lo volveré a cometer. —A ver —pude sentir que se acercó más al escr