Las tardes al lado de Alejandro son con películas y gelatina casera bañada en crema de leche. A eso de las cinco de la tarde estaba acostada en su cama, comiendo una taza grande de gelatina mientras sentía cómo me acariciaba el cabello con sus dedos. Habíamos dormido en el medio día después del almuerzo, ya que la noche no fue muy buena para los dos. Lo bueno del día es que no se tiene tanto miedo como en la noche; y más para una persona con tantos remordimientos internos como yo. —Rousse, vamos a comer por fuera —me sugirió Alejandro, arruchándose a mí. Era imposible pedirle a Alejandro espacio personal, porque vivía acariciándome el cabello o arruchándose en mí, de hecho, a veces me pedía que también le acariciara el cabello; era lo único que no me gustaba de él. Traté de alej