Llegamos a casa de Diego poco después de subir al coche. El viaje había sido corto, demasiado corto, pero también demasiado largo. Mi mente no podía decidir si estaba más nerviosa o más emocionada por lo que iba a pasar. En cuanto entramos en la casa, el comportamiento de Diego cambió. Ya no era el tipo dulce que había conocido, sino que parecía más fuerte y dominante. La piel de gallina apareció en mis brazos como si pudiera sentir el cambio en el aire. Me hizo sentir algo, esa parte de mí que “necesitaba más que nada” someterse. —Sígueme. —Su voz había perdido el tono suave de la suya y en su lugar salió más áspera, más profunda que de costumbre. Tragando nerviosamente, porque, por supuesto, mi mente había decidido dejar que los nervios entraran, seguí detrás de él. La última vez que