Santo. Joder. Las palabras de Diego y la sensación de su mano deslizándose por encima y por debajo de mi vestido me dejaron helada. Cualquier pensamiento que pudiera haber tenido salió por la ventana. Mi respiración se entrecorta mientras cada músculo de mi cuerpo se tensa. No sabía qué hacer, y no pude evitar mirar alrededor del restaurante con culpa, como si estuviera haciendo algo malo, lo cual era cierto. No pude evitar que Diego se acercara a mi sexo, ni que finalmente hiciera contacto con mis pantalones húmedos. —Relájate —susurró Diego en mi oído—. Mientras te mantengas tranquila y callada, nunca lo sabrán. ?Puedes hacer eso por mí? ?Puedes fingir que no te van a follar y tener un orgasmo en público? —Me estremeció su voz, ronca y llena de autoridad. —Sí, se?or —susurré, obligán