—No puedo creer que haya hecho eso —confesó Aurora mientras se miraba a sí misma. Sus bragas estaban apartadas, dejando al descubierto su hinchado coño mojado por sus propios jugos. Su timidez regresó con fuerza al ver aquello. Se apresuró a arreglarse las bragas y se bajó el camisón hasta el fondo, con las mejillas pintadas de rojo. —Preciosa, no hace falta que te escondas de nosotros —le acomodé un mechón de pelo detrás de la oreja—. Todo esto es nuevo para ti, y es totalmente comprensible, pero no queremos que te avergüences de lo que acaba de ocurrir. No hay nada vergonzoso en ser dueño de tu sexualidad. Sinceramente, es excitante —le sonreí suavemente, esperando que mis palabras la ayudaran algo. Ella me devolvió una sonrisa temblorosa. —Gracias, es que... Nunca me he sentido cómod