Capítulo 5: Martín

1591 Words
Llevábamos muchos años intentando encontrar la esclava perfecta para nosotros. Estaba cansado y aburrido de tanta búsqueda. Se podría pensar que tener una mazmorra ayudaría a la causa, pero nadie nos llamaba la atención, al menos, no toda la nuestra. Sucedía que, o bien Diego o yo, encontrábamos una que queríamos probar, aunque esa persona rara vez mantenía nuestro interés durante más de un par de polvos. Me froté el cuello con frustración, mirando el mar de gente, sin registrar realmente nada ni a nadie. —¿Van a asistir a la boda este fin de semana? —Preguntó Diego, sacándome de mis pensamientos. —¿Eh? —Me giré hacia él, haciendo caso omiso de la gente de abajo. Probablemente, debería bajar y asegurarme de que la jornada de puertas abiertas se desarrollara sin problemas, pero para eso tenía gente trabajando para mí, así que no lo necesitaba. Diego era el hombre más encantador de los tres. Con su pelo rubio sucio, sus cálidos ojos verdes y su sonrisa fácil, era un éxito entre las mujeres. La gente siempre gravitaba hacia Diego; no podían evitarlo. Tenía una presencia tranquilizadora. Diego siempre parecía relajado, pero yo sabía que era solo una fachada. Claro que era más despreocupado que Gideon y yo, no obstante, podía cambiar su comportamiento con un chasquido de dedos. No muchos veían ese lado de él. —La boda de mi padre, ¿vienes? Por favor, no me dejes sufrir solo. Jennifer estará allí. —Diego se estremeció al mencionar a Jennifer. Hizo lo posible por evitarla, pero no era tan fácil cuando ella trabajaba en La guarida del Deseo y era la mejor amiga de su hermana. ¿Es su cuarta boda? —La voz ronca de Gideon era baja; casi no podía oírle. No le gustaba hablar, pero cuando lo hacía, era siempre en un susurro. Al ser un hombre de aspecto montañoso, con tatuajes en casi todas las superficies de la piel excepto en la cara, su voz sorprendía constantemente a las personas que tenían la suerte de oírle hablar. No coincidía con su aspecto. Su calma era como la que precede a la tormenta; se podía intuir que había algo violento debajo. —Quinto —corrigió Diego—. Esta vez es una joven de veintidós años. —Puso cara de asco, como si la idea le repugnara. Su padre tenía cincuenta y nueve. —Maldita sea, ese cerdo se mueve. Vale la pena tener dinero —bromeé. Diego no era muy amigo de su padre, que vale un billón de dólares. El único m*****o de la familia al que estaba unido era su hermana. Ninguno de los dos conocía su tortuosa faceta s****l, y quería que siguiera siendo así. —Sí, háblame de… —Dejó de hablar, mirando a la gente de abajo. Todo su cuerpo se congeló mientras su aliento abandonaba sus pulmones de forma precipitada. —¿Qué es...? —Sigo su mirada y me detengo en una mujer que nunca había visto antes. Su pelo largo, del color de un rubio oscuro, y una piel tan blanca que parecía de porcelana. Parecía una muñeca; hermosa y delicada. No podía verla bien desde nuestra posición, pero lo que vi me gustó mucho. La mujer se levantó lentamente de su silla en la barra, revelando un cuerpo deliciosamente pecaminoso. Una figura en forma de reloj de arena destinada a provocar a todos los hombres que se cruzaban en su camino, dejándolos jadear a su paso. No ocultaba nada con un corsé ajustado y, maldita sea, incluso llevaba un liguero, lo que me hizo que me hace querer ver cómo se ve en ella desnuda, con nada más que ese cinturón y sus tacones. Sí, los tacones también se quedarían definitivamente puestos. —¿Quién coño es ella? —Diego no dejaba de mirarla, siguiendo cada uno de sus movimientos. Mirando hacia el otro lado, confirmé que Gideon también la miraba, con las manos cerradas en puños. —No tengo ni idea. ¿Tal vez alguien que busca unirse? —Lo supuse, y Dios, esperaba que fuera así. Pero cuando seguimos buscando, mi esperanza fue disminuyendo poco a poco. La mujer le dijo algo a Claire antes de salir corriendo: sus pasos eran apresurados, como si su trasero estuviera en llamas. Antes de que mis compañeros dijeran nada, me puse en marcha, bajando con decisión las escaleras y dirigiéndome al bar. No necesité girarme para saber que tanto Diego como Gideon me seguían. —Hola, señorito Martín, señorito Diego y señorito Gideon —nos saludó Claire. Era una mujer mayor y hermosa, no era nuestro tipo, pero podía ver el atractivo. Su maquillaje era impecable, ocultando sus arrugas de la edad. —Ama Claire —respondí—. ¿Quién era la mujer con la que acabas de hablar? —Fui al grano, no me gustaba andarme con rodeos; me llevaba demasiado tiempo. Sus cejas se alzaron, con la sorpresa escrita en su rostro. —¿Aurora? —Preguntó para aclararse. —¿Cómo voy a saberlo? ¿Era la mujer con la que acababas de hablar? La que salió corriendo de aquí tan rápido que se creía que había visto al diablo. —Mi voz era innecesariamente dura, pero necesitaba saberlo. No sabía por qué, solo que lo necesitaba. —Sí. —Ella asintió—, Era Aurora. —¿Aurora, qué? —Preguntó Diego, claramente disconforme con que lo dejaran fuera de esta conversación. Claire parpadeó, aturdida por nuestra insistencia. —No lo sé. No me dijo su apellido. Joder. —Joder. —Diego se hizo eco de mi pensamiento. ¿Cómo diablos íbamos a saber quién era ahora? —¡Las listas de invitados! —exclamó Diego, sus ojos se iluminaron al encontrar la respuesta a mi silenciosa pregunta. Todos los que visitaban la Guarida del Deseo debían anotar su nombre y su información de contacto. Era sobre todo por razones de seguridad, por si necesitábamos localizarlos en caso de que infringieran nuestras normas, haciendo fotos y vídeos en particular. Diego cruzó el espacio hasta la puerta rápidamente, con Gideon y yo no muy lejos después. Parecía que no era el único que necesitaba saber el nombre de esta mujer. Atravesamos el pasillo a toda prisa; las fotos que colgaban de la pared pasaron borrosas. —¡Jennifer, danos la lista de invitados! —ordenó Diego en cuanto llegamos a la recepción. Aunque yo soy el dueño de este club, mis amigos se tomaron la libertad de sentirse como en casa. Lo mismo hacía yo cada vez que visitaba el club nocturno de Gideon. Jennifer saltó a la demanda, obedeciendo sin pensarlo dos veces. En cuanto sacó la lista de invitados, miró a Diego con tanta atención que me hizo sentir incómodo. Tenía un interés enfermizo por Diego, pero también por Gideon y por mí. Dejé que Diego buscara en el libro, confiando en que supiera dónde buscar. En cambio, centré mis ojos en Jennifer cuando no estaba mirando. A ninguno de los dos nos gustaba tenerla trabajando aquí, pero era un favor para Rebecca, la hermana de Diego. Me puso los pelos de punta ver cómo se quedaba mirando a Diego como si lo devorara con los ojos. Solo se detenía en las partes del cuerpo que más le gustaban: los muslos, los brazos, las manos y el pecho. No podía ver mucho de él con el traje puesto, pero estaba claro que era musculoso. Todos lo éramos. Aunque Gideon nos ganaba a los dos. —No está aquí. Por el amor de Dios. —Diego cerró el libro de golpe, casi hirviendo mientras miraba a Jennifer. Ella se estremeció ligeramente cuando sus ojos se conectaron con los de ella. Era una chica inteligente, que sabía cuándo estaba en problemas. Y ahora, ciertamente lo estaba. —¿Por qué no está el nombre de Aurora aquí? —Habló con cuidado, pero sabía que estaba luchando con la impaciencia. —¿Quién? —Las cejas de Jennifer se arrugaron. —Aurora, la mujer de pelo largo y rubio oscuro. Se fue hace unos minutos. Ante la mención de Aurora, Jennifer se tensó antes de relajarse lentamente de nuevo, pareciendo presumida por alguna razón. —Debo haberme olvidado. —Sabes que cualquier visitante tiene que escribir su nombre en la lista de invitados, es el protocolo. Esto es motivo de eliminación de tu puesto aquí en la Guarida del Deseo, amenacé, ya no contenta con dejar que Diego dirigiera la conversación. Los ojos de Jennifer se abrieron de par en par. —Lo siento, no quería hacerlo —tartamudeó, asustada ante la idea de ser despedida. Miró a Diego en busca de apoyo, pero no obtuvo nada de él. —¿Le hiciste firmar un acuerdo confidencial entonces? —De alguna manera supe antes de preguntar que no lo había hecho, y ella lo confirmó negando con la cabeza. —¿Quieres perder tu trabajo? —Estaba más que enfadado, no solo porque no podíamos encontrar el nombre de nuestra mujer misteriosa, sino también porque era su maldito trabajo asegurar un acuerdo confidencial con todo aquel que pusiera un pie en mi edificio. Estaba perdido, y nunca estuve perdido. Maldita sea. Una mirada a esa mujer, nada menos que a distancia, y quería saber más de ella, volver a verla. Tacha eso, necesitaba hacerlo. Nadie me había llamado la atención como ella, y por eso tenía que encontrarla. Pero ¿cómo coño iba a hacerlo sabiendo solo su nombre de pila?
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