Capítulo 1:Error de destinatario.
Charlotte
Cuando la vida te da limones, no desperdicies la oportunidad y haz limonada, ese dicho es un reflejo exacto de mi vida, soy Charlotte, una mujer tan normal como todas, luchadora y emprendedora. Aunque soy la asistente personal del cirujano plástico más afamado del país y diría que del mundo, sueño con tener mi propia pastelería, trabajar con ese hombre es un dolor de cabeza, es tan egocéntrico y pedante, como hermoso.
Ese hombre me gustó desde el primer día que lo vi, se convirtió en mi amor platónico, deseaba ser ese cliché de todas las historias de amor, donde los jefes ricos en todos los sentidos, ricos de dinero y ricos de guapos, se enamoran de su empleada; sin embargo, cuando descubrí que el perfeccionista Ossian diseño a su futura esposa como si fuese una muñeca de plástico mi ilusión se fue por un acantilado, nunca se fijaría en mí, no poseo las medidas estándar de la sociedad para ser la mujer más hermosa y deseada del país, digamos que estoy llenita de amor y eso no me acompleja.
La celulitis y las curvas prominentes, no me definen como persona. Tengo problemas más importantes en mi vida, como para preocuparme por mis piernas y trasero voluptuosos. Soy Charlotte una chica curvy, esa es la nueva palabra inclusiva, a mi parecer me hace sentir sensual, poseer curvas siempre ha sido un reto físico, mental, espiritual y sobre todo social. La palabra gorda-gordo debería ser erradicada del diccionario, romper los prejuicios es una meta que la humanidad no ha podido cumplir por completo, existe mayor aceptación, pero aún el tallaje es un problema (Mental) y una barrera real al conseguir un empleo digno, las personas como yo; «con exceso de belleza», no encajamos en la rígida escala de la estúpida perfección física. «Conceptos tontos y anticuados».
Respiro profundamente al girar el picaporte de la puerta, dejo mis zapatos de tacón alto que soy obligada a utilizar en la entrada y calzo mis pies en un par de pantuflas suaves, me dirijo a la cocina por un vaso de agua. Samara me recibe con una taza de café y un trozo de pastel de chocolate, le sonrió con amabilidad, aunque los ojos se me cierran solos, producto del agotamiento que me envuelve. —Luces agotada, deberías descansar un poco más, ya dejé la cena preparada —La palabra descansar no existe en mi vocabulario, mi rutina empieza a las 4:30 de la mañana, donde lo primero que hago es darme una ducha.
—No te preocupes Samara, puedo con esto, solamente debo esforzarme un poco más y lograré mi objetivo. Gracias por prepararnos la cena.
—Te esfuerzas demasiado Darling —Acaricia mi rostro.
—Lo hago por ella —Una gota se escapa de mi ojo.
—Lo sé Darling —Me ofrece un tierno abrazo, el cual recibí con calidez.
—¿Cómo se portó hoy? —Llevo un trozo de pastel a mi boca, saboreo esa delicia antes de ingresar a verla.
—Estuvo enojada la mayor parte del día, hoy retrocedió un poco más. No me recordó. —Su voz entristecida me hace saber que también le afecta la situación de mi madre. Llevo mis manos a mi rostro y reposo los codos en la mesa, cada día temo perderla, el dolor que se instala en mi pecho roba mi oxígeno. El apetito desapareció, solamente bebo café porque necesito despertar, mi tarde apenas inicia. —Es hora de irme, se encuentra dormida, eres valiente, una chica como pocas, te quiero Darling. —Deposita un beso en mi frente, toma su bolsa y se aleja.
Voy a ver a mi madre, tomó asiento en la silla mecedora que tanto le gusta, la observo dormir hasta que abre sus ojitos. —Hola mamita —Le doy un fuerte abrazo. Su mirada perdida me indica que su memoria en este instante no se encuentra presente, inevitablemente dos lágrimas recorren mis mejillas.
—No llores niña bonita —Un nudo doloroso se forma en mi garganta al escuchar su cansada voz. —¿Lloras por amor?
—No estoy llorando madre, una basura lastimó mis ojos —Miento como siempre, el Alzheimer es una enfermedad que daña la mente del afectado y la estabilidad emocional de sus familiares, es un golpe duro, no es sencillo asimilar que tus recuerdos se borren y con ello olvides a los tuyos. Aclaro mi garganta —¿Tienes hambre mami?
—¿Por qué me llamas mami? No tengo hijos, apenas soy una niña —Lanza la almohada con enojo al piso, me destroza el alma, su Alzheimer inicio a edad temprana a sus 45 años, no es común, son tres tipos, leve, moderado y grave, pero en caso de mi madre ocurrió a una edad temprana y la ataco de manera grave, cumplió hace unas semanas 48 años, es cada vez más difícil, debí dejar la universidad para cuidarla, no tengo vida social y eso no me afecta, atesoro cada minuto de lucidez de su parte, cada día su memoria se degenera un poco más, sus lagunas se hace presente con mayor frecuencia.
—Lo siento, es una palabra que digo constantemente, como muestra de cariño.
—Eres muy confianzuda —Me saca la lengua, robándome una sonrisa —Si tengo hambre, hoy no he comido nada, en esta casa me tienen encerrada. ¿Tú eres mi niñera? ¿Mis padres no han vuelto del trabajo? —Muerdo mis mejillas internas, ahogando mi dolor en más dolor.
—Vuelvo dentro de unos segundos con tu cena —Escapó prácticamente corriendo, me derrumbo a llorar mientras caliento la cena, segundos después siento que tocan mi hombro.
—¿Qué te sucedió? —Sonreí al limpiar mis lágrimas.
—Nada madre, dolores del mes. —Sostiene la mirada fija buscando algo en mí. —¿Charlotte? —Asiento abrazándola. —¿Te olvidé otra vez? —Pregunta preocupada.
—No mamita, ve a la mesa, cenaremos juntas. —Serví la cena, su lucidez no duró mucho, debí alimentarla, le di sus medicamentos y se quedó dormida, fui por una ducha rápida y bajé a la cocina a poner manos a la obra, debo entregar un pastel a tempranas horas de la mañana por suerte la entrega será una cuadra antes de la clínica Ossian.
—¿Estás? —Se abre el chat de Nicky. Le envió una foto del desastre que tengo en la cocina.
—En mi otro trabajo ? —Inserto un emoji virando los ojos.
—Necesito a mi amiga ¿Almorzamos mañana? —Suspiro cansada.
—En un rato te llamo y acordamos. —Escribo rápido, termino la mezcla de harina, huevo, azúcar, leche y vainilla, con ralladura de naranja, la dejo en el horno mientras preparo el Buttercream con esencia de nata. Dos horas después guardé el pastel en el refrigerador y voy a la cama, son más de las once de la noche. Mi celular empezó a timbrar, el sonido distintivo del tono me hace brincar.
Aclaro mi garganta —Buenas noches, dig… —Quede a media palabra.
—Señorita Charlotte, le he dicho un millón de veces que debe responder mi llamada en una sola timbrada, me importa poco lo que estés haciendo, tengo una emergencia, iré a la clínica y tú debes estar allí en quince minutos.
—Señor no olvide que vivo a 45 minutos de las instalaciones de la clínica, con todo el respeto que se merece, no podré ir, no tengo con quien dejar a mi madre. —El gruñido que emite lastima mis oídos, colgó la llamada dejándome contrariada.
No dejaré a mi madre sola, soy su asistente personal, no su auxiliar de quirófano, tiene auto, un taxi a esta hora me cobrará un ojo de la cara y parte de otro. Resoplé al sentirme irresponsable, en primer lugar siempre estará mi madre, papá murió de un infarto, a raíz de eso ella empezó a enfermar. —¿Estás? —Le escribo a Vicky, es necesario que me desahogue o mínimo se me tuerce la boca por la rabia que siento en este instante —«Mi jefe es un maldito terrorista, desea acabar con la poca estabilidad emocional que aún me acompaña. Posdata: Estoy odiando al cara de pingüino» —Suspiro y sin demora pulso el botón, enviar, me lanzo a la cama, observó el techo, pestañeo convirtiéndome en un manojo de nervios. —¡No puede ser! —Rectifico el destinatario —Jefe: Alias ¡Pingüino! —Diossss, me despedirá. ¿Cómo pagare las medicinas sin el seguro que me ofrece la clínica? — Mi vida se terminó de condenar, mi presión arterial disminuyó al leer la respuesta de vuelta, mis ojos se llenan de lágrimas sin derramar.
—El maldito terrorista desea dañar su vida por completo. La esperó una hora antes de que llegue el resto del personal. Posdata: Deseo que repita cada palabra en mi rostro de pingüino, feliz noche señorita Charlotte, espero pueda conciliar su sueño. —Intento llamarlo y me bloqueo. ¡Qué mala suerte tengo! Solo a mí, me suceden estas cosas.