8 de marzo de 1920 El té era amargo. Puede que demasiado en comparación a lo habitual puesto que esta vez lo había pedido solo con leche y sin miel. Y que no le había echado tampoco azúcar. -Lo quiero. La atención de Janet voló hacia ella. -¿El azúcar? Te dije que era mala idea tomarlo tan amargo. Su gesto se agrió ligeramente. -No. Quiero a James. El té me da igual. Es a él a quién quiero. -Que tú lo quieras, lo único que hace es que vengan los problemas. ¿Te haces una idea del problema que se podría formar si se descubre tu engaño? -No va a descubrirlo -estaba segura de ello. O al menos, esperaba estar segura de ello. Janet arqueó una ceja. -No te creo. Ambas sabemos que cuando ves a James, dejas de ser tú misma y te conviertes en alguna clase de mujer primitiva. Es solo cu