Me quedé sola en el camarote todo el día. Mi querido no ha aparecido. No tenía nada que hacer por eso empecé a entrenarme a subir a la hamaca. Después de duodécima caída, me sentí tan feliz que hasta grité. «Es una cuestión de técnica y práctica», - dije en voz alta mis pensamientos - ¿De qué hablas? - Oí la voz de Alexander detrás de mi espalda. - Aprendí a meterme en la hamaca, - dije orgullosa. - Bien hecho, - me elogió y, tras pensar un minuto, añadió, - es lo que quería preguntarte. Dijiste que una de las Damas de la corte de la Emperatriz venía a ver a tu tía. ¿Por casualidad, no conoces su nombre? - Sé llamaba Anna, pero no sé el apellido. Tiene unos 45 años. Ella era más o menos de mi estatura. ¿Y qué pasó? - Puede que hayas oído que en el territorio de Polonia no sólo viven c