El dolor en mi bajo abdomen era casi asfixiante. Tosí una y otra vez. Había algo en mi garganta que me impedía respirar. —¡Es molesto, cierto! —indagó Rubí con una sonrisa en sus labios—. ¿Cuál es tu problema? No podía siquiera compararme con ella. Su estilo de combate era veloz. Mis sentidos no podrían seguirla. La miré y, con determinación, me negué a ser derrotada tan fácilmente. Respiré profundo, concentrando mis ojos en ella. Lanzó un puño directo a mi rostro. Por suerte, pude esquivarlo. Ella me halagó. «Sigue así», dijo con una voz entusiasta. Pasaron treinta minutos de tortura. En ciertas ocasiones era capaz de esquivar sus ataques, en otras solo podía soportar sus golpes. Nuevamente, golpeó mis piernas y volvió a acertar un golpe en el abdomen. Esta vez, no pude pararme. Mi cue