Sintiéndose infeliz, como cada noche, caminaba hacia el bar. Unas sombras le llamaron la atención y decidió acercarse a paso rápido. En cuanto las sombras se definieron notó que eran tres personas, dos mujeres y un hombre, pero no cualquier mujer era la que estaba allí. Cristina se encontraba plantada entre el sujeto al que miraba de frente y la pequeña mujer que estaba a su espalda. Discutían por algo y ella estaba realmente molesta. Antes que pudiera llegar a su lado lo escuchó. El golpe seco de aquella mano impactando la suave mejilla de la mujer le nubló el juicio. Nadie, en su perra vida, iba a golpear a Cristina.
En solo dos zancadas alcanzó al imbécil y le pegó una buena trompada en la jeta. El sujeto se llevó la mano a la zona afectada, intentando saber qué había ocurrido. En cuan
