Emma Hernández Amanece y no tengo ganas de abrir los ojos. Doy varias vueltas en la cama, reuniendo las pocas fuerzas que le quedan a mí extenuado cuerpo para poder seguir con mi vida. Mi cabeza es un revoltijo de pensamientos, algunos buenos, otros malos, pero a la vez todos tristes. Aún no consigo procesar de manera efectiva lo que me confesó mí Tía Elena antes de partir. Enterarme de mi desafortunado origen no es lo que hubiese deseado hacer justo el día en que todo mí mundo se derrumbó ante mis pies y menos en la forma en que ella lo hizo. De lo único que estoy realmente convencida es que mi madre amaba a su hermana y que sea lo que sea que haya sucedido entre ella, mi tía y mi padre, no lo hizo a propósito o al menos no con la intención de dañarla. También de alguna manera entien