El silencio reinó por un lapso de segundo en aquella pequeña oficina. A pesar de ser sumamente espaciosa y de que tenía cocina, baño, aire acondicionado y un cuarto integrado donde podía descansar, en ese momento se sentía sofocante.
Era la primera vez que Victoria visitaba el lugar de trabajo de Oliver. No era extraño que incluso sus empleados no supieran quien era ella.
Incluso nunca supo que fue para Oliver en verdad. ¿Al menos la veía como un ser humano? Victoria no lo creía, después de cada abuso y humillación no creía que pudiera tener piedad de ella.
Todos sabían que el Señor Aguirre estaba casado, pero nadie conocía la identidad de la señora Aguirre.
Poca gente estaba enterada de que su matrimonio había sido un acuerdo que hizo su abuelo Arturo con la familia Solís y no por amor, sin embargo todos lo dedujeron.
Zoé y Oliver eran una pareja conocida en el círculo de sociedad, cuando se enteraron de la trágica muerte de la hija mayor de la familia Solís, no les costó trabajo deducir por que la esposa del Señor Aguirre no frecuentaba la empresa. Era obvio que ambos no se soportaban.
Su llegada empezó a alzar especulaciones entre los empleados. Hay quienes afirmaban que Victoria era la amante del Señor Aguirre.
Nadie conocía a la hermana menor de Zoé. Sus padres siempre la presentaron como hija única, por lo que la identidad de Victoria era desconocida ante todos.
Otros más no querían arriesgar su trabajo comentando cosas que no sabían y terminaran ofendiendo a su jefe. Mientras, la mayoría creían las palabras de los alborotadores, dejándoles en claro que si ella se tratara de su esposa, el Señor Aguirre la hubiese presentado como tal.
Con esa idea en la cabeza las miradas maliciosas y de desaprobación no se hicieron esperar. Victoria sonrió con amargura al recordar este suceso y como la habían tratado a su llegada.
Nunca le gustó llamar la atención, pero tampoco tenía planeado que la vieran como la amante. Los empleados no se preocupaban por disimular sus comentarios ante ella.
Victoria estaba segura que Oliver ni siquiera le importaría lo que estuvieran diciendo de ella a sus espaldas.
Victoria se paró de su asiento soltando la arrugada falda que tenía entre sus puños haciendo que sus nudillos tomaran su color habitual.
—Tendré los papeles lo más pronto posible para que lo firmes y podamos llevarlos al registro. Nuestro matrimonio quedará disuelto inmediatamente y así en menos de un mes pueda casarme con Zoé.
Los ojos de Victoria no pudieron esconder su asombro. No cuando Oliver se casaría tan rápido con su hermana.
Le quedaba claro una vez más que su matrimonio no había significado nada para él. Victoria no dijo nada solo asintió después de procesar la noticia, pero luego quiso preguntar.
—¿Zoé sabe la fecha de la boda?
Oliver esperaba que se fuera después de decir eso, sin embargo, Victoria decidió hablar a continuación.
—Se pondrá muy feliz por la noticia. —Las palabras de Victoria llevaban impregnadas el rastro de tristeza que trataba de ocultar.
—No te atrevas a decir una cosa más sobre mi relación con tu hermana, no tienes derecho.
Oliver se molestó, dando unos pasos al frente. Quedando justamente a la altura de Victoria.
Su aura imponente era algo que a cualquiera podía intimidar, pero no ha Victoria. Lo había visto tantas veces que incluso esa faceta de Olivera era la única que conocía bien y sabía que no estaba realmente molesto.
Siempre era agradable tenerlo lo más cerca posible, así Victoria podía deleitarse de su hermoso rostro y oler su aroma a madera.
Era algo que siempre recordaría de él, aunque en el pasado el aroma marino predominaba en su cuerpo, entendía que con el paso del tiempo era posible que su perfume hubiera cambiado.
—¿Qué es lo que pretendes? ¿Quieres dinero para dejarnos en paz?
Oliver quería que Victoria le exigiera dinero por el divorcio, así tendría una cosa más para odiarla.
Pero los ojos de Victoria solo denotaban confusión.
«¿Cuándo le había pedido un solo peso?» Pensó Victoria.
Nada de lo que Oliver le había dado lo gastó. No quería su dinero. ¿El creía que si? La decepción ensombreció la mirada de Victoria, pero que más podía esperar de un hombre que no le importó conocerla ni un poco durante los años que estuvieron casados.
Incluso el dormir en camas separadas era un requisito casi tácito que Oliver pidió desde un principio.
—Te juro que después de nuestro divorcio no me volverás a ver —dijo Victoria con la voz apagada.
Oliver sonrió, pero la alegría no llegó hasta sus ojos. Era más una sonrisa incrédula.
—Claro que lo harás, pero lo harás cuando yo lo diga y después de pagar la deuda que tienes con Zoé. —Las palabras de Oliver fueron claras.
Pero no tan claras para Victoria, quien no entendía que deuda tenía con su hermana. Había hecho lo que sus padres le dijeron y solo eso.
—Ahora me vas a decir que no sabes de que hablo. —Oliver no podía creer el cinismo de esta mujer.
Si en ese momento pudiera le arrancaría la lengua dándosela de comer a los puercos.
Oliver apretó sus puños.
—No sé de qué me hablas. De lo único que soy culpable es de enamorarme...
—¡Cállate! No quiero escuchar del amor enfermizo que sientes hacia mí, y que por esa razón fuiste capaz de hacer tantas cosas.
—Yo... —Victoria quería decirle que si se refería a tratarlo bien, tener la casa ordenada, su ropa limpia y su comida recién hecha por ella para que él la volteara a ver.
Si se refería a todo eso, sí era culpable de todo lo que la acusaba.
Oliver no quiso escuchar escusas, no quería si quiera seguir viéndola. Anteriormente, le interesaba escuchar de la propia voz de Victoria los planes malévolos que hizo en contra de Zoé. Ahora, esa necesidad había desaparecido, dado que Zoé misma le reveló todos los detalles sobre lo que Victoria le ocasionó.
Victoria entendió que esa sería la primera y última conversación amplia que tendrían. El siempre gritando y ella siempre callando, aunque esta vez los gritos de Oliver se prolongaron un poco más.
Sin pronunciar palabra, Victoria abandonó la oficina de Oliver, lanzándole una última mirada, sin darse cuenta de que él la observó hasta que salió de ahí.
Oliver llevó su mano a su pecho. Le seguía incomodando esta situación. Él creía que era por que no podía vengarse al instante de Victoria y que cuando pudiera hacerlo, esa opresión en su pecho desaparecería.
Victoria salió del lugar, inclinó su espalda sobre la pared y trató de secar las lágrimas que ahora recorrían sus mejillas.
Se sentía una completa tonta al seguir amando a un hombre que no la quería, y nunca lo haría.
Trató de tranquilizarse y miró de reojo al asistente de Oliver. Fermín López, quien no solo era el secretario si no también la mano derecha del señor Aguirre.
Fermín desvió la mirada al ser atrapado mirando a Victoria con ojos acongojados por su sufrimiento. Él era el único de ese lugar que sabía quién era en verdad, así que era el único que también la trataba como tal.
Victoria se acercó al pequeño cubículo de Fermín poniendo en su escritorio una pequeña tarjeta dorada.
—¿En qué puedo ayudarla señora Aguirre? —Fermín dijo poniéndose de pie ante su presencia.
—Desde hoy solo llámame Señorita Solís
Victoria siempre le había pedido que se dirigiera a ella como Señorita Solís, pero Fermín insistió mucho para que lo dejara llamarla Señora Aguirre, así no se sentiría menos apropiado.
Ahora podía decirle con libertad como podría llamarle en el futuro.
—Señora... Señorita Solís... —corrigió al instante—. Lo siento mucho.
Victoria negó. Había aparentado por tres años que su vida era maravillosa a lado de Oliver frente a su abuelo Arturo.
Fingir le salía bien ahora. Así que sonrió.
—Por favor entrégale esto al señor Aguirre y dile que estaré esperando el papeleo para firmarlo. Que me llame cuando esté listo.
—¿Que la llame? ¿No se supone que usted vive en la Mansión Aguirre?
—Desde hoy me mudo, Fermín. Fue un gusto conocerte, espero vernos en otra ocasión y en una situación menos problemática. Hasta luego.
Sin dejar que Fermín dijera algo más, Victoria siguió caminando hasta el ascensor. Fermín regresó la mirada a aquella tarjeta dorada dándose cuenta que era bancaria.
Fermín conocía muy bien lo que aquellos dos individuos acontecían con su reunión.
A pesar de saber casi todo del señor Aguirre, Fermín pocas veces preguntaba algo que no entendía de la vida de su jefe. Como subordinado solo estaba determinado a obedecer y no cuestionar.
Con la información que recaudaba al ser requerida por su jefe, Fermín terminaba por atar cabos por sí solo, además de las muchas conversaciones que escuchaba.
Lo único que podía sentir en ése momento por la Señorita Solís era una profunda tristeza por su causa. Fermín era testigo de lo mucho que se esforzaba Victoria para agradarle a su Jefe.
Oliver creía fielmente que Victoria era la culpable del atentado que sufrió Zoé. Fermín no era de los que les gustara opinar en esos asuntos, después de todo Oliver tenía razón cuando decía que todas las pruebas la inculpaban.
Victoria le pagó a alguien para que atropellaran a Zoé. Como prueba existían mensajes de voz con el supuesto hombre que, hasta ahorita y a pesar de su búsqueda, no había podido encontrar.
Era como si se lo hubiera tragado la tierra. La única Persona que podía culpar o no a Victoria parecía no existir, lo cual era interesantemente extraño.
En la amplia carrera de investigación de Fermín, una cosa estaba clara a la hora de buscar a alguien, una persona siempre deja rastro de su camino, incluso si está persona ya estuviera muerta.
Fermín se despabiló de sus pensamientos y decidió comprobar la información de la tarjeta. Vaya sorpresa se llevó cuando descubrió que la cuenta de banco vinculada a ese número tenía más de tres millones de dólares.
Era exactamente lo que Oliver le había dado a Victoria por los tres años consecutivos que estuvieron casados.
¿A caso nunca gastó ni un centavo? ¡No podía ser posible! ¿Como pudo sobrevivir por estos años sin gastar dinero?
Pensó Fermín para sus adentros.
Se puso de pie y enseguida llamó a la puerta de la oficina de su jefe. Esto tenía que saberlo Oliver urgentemente.