Capítulo 2: De Regreso a la Vida

4033 Words
Elizabeth despertó por el molesto resplandor que irradiaba la lámpara pegada al techo de aquella sobria habitación. No había paredes de colores a su alrededor, ni la luz de lo que se suponía debía ser un pacífico día de inicio de primavera. En su lugar, las sombras de una densa nube gris era lo único que aportaba algo de luz natural a aquel lúgubre lugar que era completamente desconocido para ella. Tanto había cambiado de su sueño; a su lado, tampoco estaba Sammuel. Posó su mano izquierda sobre el rostro en un vano intento de detener el incipiente dolor que se extendía por su cabeza, pero este solo pareció agravarse aún más, por lo que optó por voltearse sobre la cama, viendo que era inútil abrir los ojos ante la tortuosa iluminación, solo para comprobar que el moverse le era prácticamente imposible. Todo su cuerpo se sumía en un dolor sordo que le hacía sentir que de alguna forma u otra estaba cosida a aquella incómoda cama en una parálisis que se extendía hasta los dedos de sus pies. Los sueños regresaron a ella como un golpe de realidad cuando por su cabeza pasó la idea de que, quizás, ni siquiera estuviera viva y se tratara de una de las torturas de la reina de los infiernos, y cada una de las sensaciones de terror y completa desesperanza la abrumaron. No sabía si todo se había tratado de los desvaríos propios de una mente atormentada, o si realmente su paso por el inframundo había sido real. Recordó entonces el accidente en el que murió. El ataque de Chris y su intento, frustrado por su propio cuerpo, de asesinar a Jensen. Los recuerdos llegaban a la confundida mente de Elizabeth por trozos desorganizados y confusos, hasta que logró poner todas sus ideas en orden y tener conciencia de su actual condición. Lo supo entonces: Jensen la había mordido tantas veces como pudo para intentar salvarla de una muerte segura, pero, aun así, Lizzy había terminado en el infierno. Los gritos de Sam retumbaban en su cabeza a la par del dolor que parecía extenderse por su garganta y llegar a sus encías. —¡Conviértela! ¡Conviértela ahora! ¡Hazlo Jensen, porque si no lo haces, ella va a morir! —lo recordaba gritaba desesperanzado mientras sus manos temblorosas intentaban aferrarse al débil cuerpo moribundo de la chica. Lizzy se sitio sumida en lo que parecía una experiencia fuera de su cuerpo. Se vio a sí misma yacer en los brazos de Sam, se vio morir y resurgir en el infierno, y ahora se veía renacer en un mundo que estaba completamente fuera de su comprensión. Por una última vez, Elizabeth quiso recomponerse e intentó mirar a su alrededor y obligarse a reconocer algo familiar dentro de aquella habitación, pero todo era nuevo para ella. El techo rojo y las sábanas negras eran las mismas que las de su sueño, notó, pero todo a su alrededor aún intentaba encontrar su espacio en la realidad a la que ella se ajustaba, como si fuera un retazo de su mente que estuviera descifrando qué era verídico y qué era completamente incorpóreo; producto de su agonía. Hizo un último intento desesperado por salir de aquella cama y agitando los brazos como pudo y haciendo un sobrehumano esfuerzo para incorporarse, consiguió agarrar una de las columnas de madera que enmarcaban la cama luego de tirar al suelo el jarrón de rosas que se encontraban en la mesa de noche. Elizabeth logró sentarse muy a pesar de que parecía que el colchón tenía manos que se aferraban a su piel. Aferrándose al borde la cama, se quedé allí intentando que los mareos se detuvieran o al menos, menguaran un poco, aunque el único alivio que conoció fue el que llegó después de sentir unas vascas incontrolables y terminar vomitando sobre la alfombra de damasco. Lizzy puso sus pies descalzos sobre el piso de madera e intentó balancear el peso de su cuerpo sobre sus débiles piernas, aunque aun apoyándose en el colchón con sus manos. En el suelo estaban los cristales de los vasos rotos, un jarrón hecho añicos, unas rosas y un periódico en un idioma que le era desconocido. Pasó su pie izquierdo sobre las rosas esperando alguna reacción de su parte, pero nada sucedió. Si era una vampira, pensó, aún no se había alimentado de sangre humana, pues el aroma de las flores no le era extraño en lo absoluto y su piel no se había necrosado al roce. Casi cayendo al suelo en su intento de llegar al periódico, Lizzy se hizo con el manojo de hojas y trató de leer la fecha a pesar de no ser del todo capaz de enfocar bien sus ojos. Era 27 de mayo, pero ¿cómo podía ser eso posible? El día del accidente había sido 24 de febrero, según recordaba, por lo que otro infierno en forma de preguntas se alzó en su cabeza ¿Había pasado tres meses y no lo había notado? ¿Era parte del proceso de conversión pasar tanto tiempo inconsciente? ¿Cómo podía ser una vampira que no había probado sangre en meses y que no le hacían daño las rosas? Convencida de que ninguna de las respuestas que necesitaba las iba a encontrar en aquel lugar, Lizzy se dispuso a ir a la habitación adyacente tan pronto como sus reducidas fuerzas se lo permitieron. La puerta estaba abierta y, caminando con un poco de ayuda de las paredes, y rogándole a un pie que se pusiera frente al otro en un torpe vaivén, logró entrar a lo que parecía ser un cuarto de baño. Observó minuciosamente todo lo que en él se encontraba; un lavamanos, un excusado, una ducha, una tina y un pequeño espejo en la pared enmarcado por dos candelabros. Si la habitación, aunque sobria, no tenía nada de humilde, aquel baño era la exaltación de la ostentación. Con enorme curiosidad y, algo de temor, se acercó al cristal y contempló por largo tiempo sus rasgos, sin embargo, la confusión volvió a reinar en la cabeza de Lizzy cuando descubrió que lo que se reflejaba en aquel espejo tampoco era como se recordaba a sí misma. Estaba igual, pero diferente. El cabello ahora estaba más largo y más oscuro. La piel, más pálida y suave, pero no fría como la de Anna o la de Jensen, aunque tampoco emanaba fuego como Hans, Helena o Sam. Sus ojos tenían algo raro; algo demasiado fuera de lo común. Se parecían a los de Jensen. El color gris de sus ojos se aclaraba y se tornaba verde de tiempo en tiempo. No era la chica que había muerto esa noche entre los brazos de Sammuel, aunque tuviera el mismo reflejo en aquel espejo. Una voz familiar al fin se escuchó en la habitación y Elizabeth se sintió capaz de despegar sus ojos del distante reflejo que la miraba al otro lado del cristal. —Lizzy... ¿Elizabeth? —la voz iba en ascenso no como un llamado, sino como una súplica, y no fue hasta que la pelinegra salió del cuarto de baño a duras penas, que el rostro de Anna Amell se tornó humano nuevamente y se tiñó de un alivio y agradecimiento pleno. —¡Te he extrañado tanto, Lizzy! —se abalanzó Anna y estrechó a Elizabeth en sus brazos. Estaba aliviada de ver a alguien familiar por primera vez desde que había abierto los ojos, pero las imágenes de la diosa del inframundo enterrando sus filosas uñas en su espalda y consumiéndola en un beso, la obligaron a separarse de Anna. Detrás de ella, dos figuras desconocidas hicieron su entrada en la habitación, incitados por el llamado de la vampira y Lizzy no pudo hacer otra cosa que centrar sus ojos en ellas. El chico de cabello n***o contrastando a la perfección con una piel casi de marfil y unos ojos amarillos observaba a Elizabeth desde la distancia con una sonrisa de medio lado en su afilado rostro. A su lado, una chica de larga cabellera roja de enormes y expresivos ojos café parecía querer comerse a Lizzy con la mirada. Los gemelos Vanir no habían cambiado de apariencia en todos los siglos que llevaban desterrados en el mundo de los mortales, pero, por supuesto ¿por qué habrían de hacerlo? Freyr Njördson había sentido curiosidad por los humanos mucho antes de que estos se consolidaran como especie, y aquello que llamó su atención especial desde los cielos no fue precisamente su devoción o su carisma, sino la libertad que poseían para dejarse desbordar por sus pasiones. Su gemela, Freyja Njördsdotter, por otro lado, rezumaba odio por lo mortales, su mundo y su debilidad, aunque sentía una particular debilidad por matar humanos y el olor a muerte la llamaba como la comida a las moscas. La diosa de las guerreras valkirias era todo menos un alma fácil de domar y su castigo en la Tierra la había convertido en una cruel compañía para todos los que tuviera cerca, excepto para su hermano. —Es Persephone _habló Freyja cuando Helena entró a la habitación y tragó en seco con una expresión de alivio en el rostro al ver a Elizabeth de pie en brazos de Anna—. Estás atormentada por regresar a la vida y estarás así un par de días. —¿Quiénes son ellos? —le preguntó Lizzy a Anna mientras Helena la asistía en su intento de regresar a la cama, pues sus fuerzas se negaban a volver a ella. —Es todo un rayito de sol, esta Artemis. Justo como la recordaba —masculló Freyr con un tono irónico—. Las visiones van a durar un poco más que eso —continuó apoyándose en una de las cuatro columnas de la cama—. Es por el beso, ¿no es cierto? Varios aquí te comprendemos a la perfección. Persephone hace esa cosa con la lengua... —Freyr, tienes una habilidad única para hacer los comentarios más absurdos en los peores momentos —riñó Hans entrando en la habitación mientras el chico de ojos amarillos le regalaba a Lizzy una sonrisa oscura—. Uno casi dijera que se trata de algún don divino —se mofó el brujo y luego se dirigió a Elizabeth con un tono más afable regalándole un delicado beso en la mejilla—. Es un encanto tenerte de vuelta con nosotros, Lizzy. —¿No tienen otro lugar en el que estar, Freyja? —preguntó Helena con algo de hastío en el rostro al notar que la diosa de las valkirias había entornado sus ojos en blanco ante la muestra de cariño del brujo. —Cuidado, Hécate —habló Freyr en defensa de su hermana, aunque realmente se interpuso en medio de lo que tenía el potencial para convertirse en una batalla campal entre las diosas—. Cualquiera pudiera suponer que te recomen los celos porque tu hermanita probó los labios de tu ex-amada. —Sucede que es una cosa que la pequeña Artemis hace con bastante regularidad —espetó Freyja llamando la atención de su hermano y de Elizabeth a la vez. Aquella diosa contaba con el poder de la profecía y era lo que se conocía por una "volva" en todo su derecho propio—. ¿Acaso no sucedió lo mismo con un chico llamado...? Un cuervo n***o chocó contra una de las ventanas frente a Elizabeth y el estruendo de la criatura contra el cristal hizo que las palabras de Frejya se esfumaran en el aire. El sobresalto general no pareció turbar a la volva, pues aparentemente ya había previsto el suceso en algún recondito lugar de su cabeza, ni a Elizabeth, quién no apartó la recia mirada de la pelirroja diosa un solo momento. —Quizás sí deberíamos darle su espacio a nuestros invitados, hermana —sugirió Freyr y su sugerencia estaba acompañada por un toque de autoridad que antes no había salido a relucir, pero que era una de las más molestas características del dios—. Seguro tienen asuntos delicados que tratar, como esa cosa que hace Per con la lengua... Helena terminó lanzándole una almohada de las de la cama y el chico se fue de la habitación entre carcajadas. —¿También estuviste con él? —preguntó Anna levantando una ceja. —¿Qué quieres que diga? Tengo un tipo —respondió Helena con algo que parecía ser vergüenza en su cara. Hans parecía ser la única persona sensata en aquel lugar, después de todo, y le pedía a Lizzy que no las escuchara mientras la ayudaba a acomodarme en la cama y apoyaba la cabeza de la chica sobre su regazo. —Ven acá, Lizzy —me pidió el chico trenzando gentilmente el cabello n***o de Elizabeth y pasando los dedos por sus sienes—. Te quitaré todos los vestigios de ese infierno de tu cabeza. Y si de paso quieres suprimir por completo a Freyr de tu mente, estaría más que dispuesto a ayudarte —bromeó con una sonrisa. Aquella cálida expresión era justo lo que ella necesitaba para tranquilizarse de nuevo. Se sentía como si estuviera en casa. Incluso con los dos nuevos y enigmáticos individuos, toda aquella pelea y drama sin sentido aparente era parte de su hogar. El cuervo contra el cristal, sin embargo, fue algo que quiso suprimir de su memoria. —Ve y busca a Lach y a Jen —pidió la pelirroja a Freyja, quién se había negado a marcharse con su hermano. —A mí no me dez órdenes, caída —respondió amenazante la chica, pero Helena pareció imponerse con una sola mirada. —¿Y quién te crees que eres tú? Somos iguales en este lugar —habló enseguida—. Ambas estamos en esto juntas por mucho que nos detestemos. La diosa salió no de muy buena gana y pareció abstenerse de contestarle a Helena. Había algo más en los hermanos Vanir que los evidentes celos y necesidad de llamar la atención de todos los presentes; algo que se les escapaba de su entendimiento y los helaba hasta la médula. Lizzy no contaba con las fuerzas necesarias para indagar en ellos, así que solo se limitó a preguntarle a Hans dónde estaban, pues entendía bien claro que no era Norteamerica. —En Equior, querida —respondió el chico dándole a beber agua—. Un santuario en el medio de Noruega para los dioses caídos, y bien escondido de Los Celestiales que todavía los buscan. —¿Cuánto tiempo ha pasado desde...? —intentó preguntar, pero al recordar el terrible accidente y todo lo sucedido, le fue imposible terminar la frase. —Casi dos meses —respondió Anna observando cuidadosamente la reacción de Lizzy ante la noticia. —¿Qué me ha sucedido? Los ojos de Lizzy se llenaron de las lágrimas que intentaba contener desde el momento en el que volvió a despertar al mundo. Le era imposible continuar presionando por algo de valentía dentro de ella, cuando estaba segura de que no había mucho más a lo que aferrarse. —Muchas cosas —habló Anna finalmente sin mirarle a los ojos. La entrada de Jensen a la habitación fue lo que detuvo a Helena de explicarle a Lizzy lo delicado de la actual situación. Aún así, el alivio de ver el afable rostro que siempre significó para Elizabeth poco más que un hogar seguro y una familia, la disuadió momentáneamente de sus preguntas. Él la recibió con un beso en la frente y ella no pudo evitar abrazarle al verle con los brazos abiertos. —Nunca vuelvas a asustarme así —le pidió el vampiro limpiando las lágrimas que caían por las pálidas mejillas de la muchacha y evitando comenzar a llorar él mismo. Erick ni siquiera pudo esperar a que Jensen se apartara de Lizzy, y se abalanzó sobre la cama mientras le besaba las manos y la frente. No había forma de que ambos no lloraran cada vez que se veíamos salir de alguna de aquellas sádicas situaciones en las que aparentemente siempre se veíamos envueltos. Era una cosa de hermanos, el sentir todo el sufrimiento del otro, más con los mellizos Shienffield, todo siempre iba a los extremos Él quedó acostado al lado de su hermana y en su recelo sacó a Hans de la cama. Erick era como un perro guardián junto a Lizzy y ella no podía estar más agradecida por estar junto a su familia. —Es bueno estar de vuelta —respiró tranquila jugando con el cabello n***o de Erick, que estaba más largo y enrolado que de costumbre. —Tenemos una sorpresa más, Lizzy —sonrió Anna y con toda la atención enfocada en la puerta de la recamara, Rebecca mostró su rostro con una angustia camuflada de alivio. —¿Qué? ¿Ella sabe? —le preguntó Elizabeth a Anna con toda la culpa de saber que si Becky estaba allí era porque finalmente conocía toda la verdad de cada uno de ellos. —No podía ocultarle lo sucedido —admitió Jensen—. Estuviste a punto de morir y necesitábamos traerte aquí. —Está bien —la tranquilizó su tía—. Estoy bien. He tenido tiempo para adaptarme a esta nueva realidad. Pero, por favor, nunca me escondan nada más. Casi me muero cuando vi a Jensen en la puerta de mi casa contigo en brazos toda llena de sangre. Gracias a Dios que despertaste. No sabía qué haría si no regresabas a la vida. —Creo que no es específicamente gracias a Dios, Becky —enfatizó Helena y la mujer tragó en seco. Tenía un largo camino por delante para ajustarse a todas las realidades de aquel mundo al que ni siquiera sus sobrinos se habían adaptado. —¿Soy un vampiro? —inquirió Lizzy exigiendo una respuesta de Helena. No creía que nadie en aquella habitación fuera a decirle la verdad sin ningún tipo de rodeos como ella. —No —respondió Lachlan cruzado de brazos desde la puerta y Elizabeth sintió como si un peso que ya no cargara volviera a posarse sobre sus hombros. Ver a Lachlan fue un bálsamo para el alma, sí, pero también como un golpe sordo en las costillas fue el recordar las circunstancias en las que habían dejado las cosas. Lo último que recordaba del chico antes del accidente fue su rostro en el lago pidiéndole tiempo para que ella pudiera resolver sus obvias dudas acerca de Sam. Ahora, sus ojos jade le sonreían en la distancia, pero sus pies se abstenían de acercarse a la chica que tampoco hacía por llamarlo con sus manos. —ero... Jensen me mordió. ¿No es eso suficiente para hacerme una de ustedes? —recordó confundida. —Te mordí cuarenta y ocho veces para ser exactos, pero no sabíamos si te convertirías o no —respondió Jensen. Elizabeth no sabía cómo podía ser posible tal cosa, pero al parecer era humana. No estaba sedienta, no le molestaba la luz del sol y pudo tocar las rosas que estaban tiradas en el suelo. No era una vampira pero... ¿por qué no? —No sabemos con exactitud cómo será tu vida a partir de ahora, pero necesitamos tenerte vigilada a todas horas y averiguar por todas las vías posibles qué clase de ser eres —explicó Anna. —¿Esto ha sucedido alguna otra vez? —le preguntó a Hans está vez, pero el brujo se limitó a negar en un gesto cerrando los ojos. —No tenemos idea de lo que puedas ser —habló Helena—. Yo no creo que puedas ser convertida en un vampiro. Freyja no pudo ver nada en sus visiones acerca de ti como uno de ellos, pero sí te vio viva, por eso esperamos aquí hasta que despertaras. —¿Sabían que iba a despertar? —Teníamos esperanza, Lizzy —sonrió Becky. —Freyr es el más antiguo de nosotros en la tierra y dice que nunca en la historia ha visto que ninguno de los caídos pueda convertirse en ningún ser sobrenatural mundano. Incluso si es atacado por los que creó, no puede convertirse en nada —explicó pelirroja cruzada de brazos—. Se suponía que debías morir, Elizabeth. Si eres humana, es porque Persephone te devolvió a la vida... y honestamente no tengo idea de por qué hizo eso. —Si la mujer que vi en mis sueños es Persephone, entonces recuerdo algo —confesó Lizzy esforzándose al máximo por traer de vuelta todos los recuerdos de su corta (pero traumática) estancia en aquel infierno—. Ella dijo que necesitaba a William vivo y a las tres lunas en territorio mortal. William en la Tierra otra vez. Yo caminando junto a los mortales. Yo, alimentándome de su sangre. Yo, Wilhem, al fin libre de mi prisión bajo tierra. Las palabras de Lizzy hicieron a Helena tambalearse en el lugar y un temblor visible estremeció a Jensen en el lugar. ¿Acaso mi amigo no querría verme otra vez? ¿Acaso yo no le debía una puñalada y una rosa? Mi nombre en boca de la reina del infierno me había hecho despertar de mi mortaja y aquellos idiotas no tenían idea de que uno de los "poderes" de la nueva Elizabeth que tenían frente a ellos, era estar ligada a mí. ¿O yo ligado a ella a través de sus ojos, sus sentidos, sus seres queridos? —De ninguna puta manera ese gusano va a volver a pisar esta tierra —murmuró Helena mientras se aferraba al brazo de Hans. —¿Qué significa eso? —preguntó Elizabeth completamente perdida y tenía que darle algo de crédito por sacarle información valiosa a todos sin irse por las ramas. La reacción de Helena ya era suficiente como para saber que no trataba de nada bueno para ellos. Si estaban en todo aquel lío era porque hacían todo lo posible para que yo, el primer vampiro de Selene, no se levantara de la tumba. —Tiene sentido, H —habló Jensen frunciendo su rostro—. Piénsalo. William mata a tantos humanos como puede y el reino de Persephone crece por millones. En esta guerra, la única de todos los dioses que está ganando en ella. Freyja ya no tiene videntes; Freyr solo tiene un puñado de elfos oscuros que ni siquiera le son fieles por sus mil decisiones erróneas del pasado; tú solo tienes a Hans y Elizabeth... Bien pensado, James. Y aún así, tarde. —Los hombres lobo me quieren matar —recordó Elizabeth—. Y también los vampiros y las brujas de Selene. Un instante de sensatez la golpeó por un segundo y cayó en cuenta de las amenazas de Christian y Alexandra si dejaba la ciudad o huía algún otro lugar. Estaba en medio de Noruega, así que era seguro que ninguno de los dos la había dejado marchar tan fácilmente, aunque era ajena a cómo había sucedido ese cambio de postura. —Jensen, Anna dijo que muchas cosas cambiaron —rememoró mientras el muchacho se sentaba junto a la cama—. ¿Qué sucedió con Christian después de la pelea? ¿Cómo convencieron a Alexandra de dejarme marchar...? Y otra vez, siempre por lo recto y nunca por las ramas. Parecía que aquellas eran las preguntas que todos estaban esperando que ella no hiciera —Christian desapareció al fin —habló Lachlan—. Estabas muerta, Elizabeth. Él escuchó a tu corazón detenerse y se esfumó. —¿Y Alex? ¿Simplemente me dejó venir aquí por la bondad de su corazón? No se lo creía. ¿Qué corazón tenía esa maniática vampira? —Alexandra y Taewon te necesitaban viva, así que accedieron a dejarnos buscar respuestas con los mellizos Vanir. Pero se quedaron con una póliza de seguro en Valley City —habló Hans y ella sabía exactamente lo que significaba, pero quería escucharlo de boca de alguno de ellos. Erick fue el que le dio la respuesta que no quería escuchar. —Lizzy, Sam está con Alex.
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