Capitulo 3|New York

2364 Words
Dante —Dante, no puedes viajar ahora. No puedes dejar a cargo a otros. Es más necesario que te quedes en Italia. Las cosas se pueden llegar a complicar con los rusos e Iván no está en condiciones para relevarte. —¿Crees que me importa lo complicadas que estén las cosas? Me conoces, y sabes que no te haré caso. Quieras o no, tengo que estar allí. Es mi deber. Los negocios están teniendo problemas de nuevo y esta vez tú solo no podrás con ello. No puedo quedarme de brazos cruzados. —Giré mi mirada hacia la ventanilla. Iba en el avión. Ya había llegado a Italia para que Iván pudiera bajar. Al parecer, a Edgardo no le gustaba que me fuera del país—. Tú tendrás derecho a muchas cosas, pero a decirme lo que tengo que hacer no. —Corté la llama. Sabía que se preocupaba por la organización y las empresas, pero esta vez ocupaba ayuda, ya que siempre hacía todo solo. Él controlaba los negocios empresariales y yo la organización. Lo mío casi nunca fue el negocio de empresas. Llevaba en mí sangre más el peligro. Iván y yo estábamos encargados de controlar el 80 % de la droga que se consumía en todo Europa y América. La mayoría de la mercancía que distribuíamos nos llegaba desde el sureste del país y luego era distribuida en dos continentes más. Uno de ellos era donde habíamos tenido conflicto por una emboscada de los otros rusos enemigos, con los que no estábamos asociados. Resultó que una parte de Rusia estaba dividida en dos cárteles, el aliado y el enemigo. La otra parte del país no estaba vinculada con nuestra organización, y para ellos significaba una ofensa al tomar su territorio. Así se aplicó en todas las organizaciones del mundo. Nadie tenía permitido tocar tu territorio a menos de que quisiera guerra. Como esas dos organizaciones ocupaban un país juntos, ese era el arriesgo que uno corría al unirse a una de ellas. Llevábamos varios meses peleando por el control de toda la droga en Rusia, pero los rusos no entendían que con la mafia italiana nadie se metía y menos con el Diablo. No vivían para contarlo. Edgardo estaba al tanto de todo, sabía a quién nos enfrentábamos, pero este era nuestro negocio, la vida que habían elegido. En mi caso, era la que me tocó y la que ahora me gustaba llevar. Desde que mataron a mi padre así fue. Por mi valor y astucia me convertí en el Diablo de Italia. Era un legado que mi viejo dejó para mí, el cual se manejó así de generación en generación. Siempre me decía que yo algún día tenía que seguirla y mi hijo también. En ese caso lo decepcionaría, ya que no pensaba tener hijos. Llegue a América, a la ciudad de Nueva York, de noche. Cuando viajaba, prefería hacerlo de noche y más si era para asuntos de la organización. Era una forma de prepararme por si tenía que cargarme al enemigo. —Primero iremos a la empresa —le avisé a Franco cuando lo vi bajar. Tenía un grupo de hombres bien entrenados y capacitados para seguir todas mis órdenes, y los que cuidaban todo el tiempo mi espalda. Entre ellos solo confiaba en Franco. Él se encargaba de controlar a los demás. Era el jefe del escuadrón. Sabía que era muy temprano, pero tenía que ponerme al tanto de muchas cosas. Era de madrugada y faltaban casi dos horas para que saliera el sol. —Todo en orden, señor —anunció Franco—. Cuando usted lo ordené —dijo lo que quería escuchar, porque así me gustaba, que todo estuviera en orden. No me gustaba llevarme una sorpresa. Asentí. Nos encaminamos hacia los autos que estaban esperándonos cerca de la pista. La llegada a la empresa nos llevó menos de treinta minutos. Me encontraba ya en mi despacho en el último piso del rascacielos. Esta era la matriz de mis empresas en América. Era el puto rey de este continente también, donde controlaba un imperio de empresas que servían para tapar todos mis negocios sucios. Al ver llegar a Edgardo, me giré para verlo y darle un caluroso abrazo. Él era como un padre para mí. Desde que murió mi viejo él se convirtió en uno, ya que comenzó a protegerme más y a preocuparse por todo lo que hacía. Sabía que no me gustaba que me quisieran controlar y rara vez le obedecía, aunque sabía que en muchas cosas tenía la razón. —Bienvenido, hijo. —Me dio unas palmadas en la espalda. Jamás me molestó que me llamara así. Sabía que me consideraba casi igual que Iván, y estaba agradecido por ello—. Me da gusto tenerte de vuelta aquí, aunque la mayor parte siempre me desobedezcas. —Y sabes bien que así seguirá siendo —le respondí—. ¿Cómo has estado? Me enteré por Iván que no había estado bien de salud, pues él estaba enfermo del corazón desde hacía varios años. En cierta medida por eso se retiró de la organización. Decidimos que lo mejor sería que se hiciera cargo de las empresas y de todos los negocios administrativos. Además, necesitaba de su ayuda por este lado. —Por mi salud no te preocupes, estoy bien. Lo miré y vi algo de cansancio en su mirada. Tendría que dale unos días de descanso mientras estaba aquí, pero primero me tendría que informar todo lo relacionado con los problemas que tenía esta empresa. Observé a Franco y a algunos de los hombres que se encargaban de nuestra protección y me acerqué al bar que tenía en mi despacho. Sabía que era muy temprano para beber, pero me importaba una mierda. Lo más seguro era que Edgardo no tardaría en reprenderme como si fuera un estúpido adolescente. Me serví un whisky escocés y me giré para verlo de nuevo. —Dante, tienes que cuidarte, no te hace bien tomar tan temprano y a todas horas. Esa adicción por el alcohol te acabará —dijo preocupado. «Lo sabía». —Sé lo que hago. Además, no sé si lo has notado, pero llevo más de dos años que tomo sin embriagarme, solo tomo un par de tragos al día. Me sirve para relajarme, y funciona. Es como una dosis que mi cuerpo necesita. Llegué al sofá que se hallaba en una sala que tenía en mi despacho y me senté en él. Meneé mi vaso para remover la bebida. Después hice un ademán con la mano para que el equipo de seguridad se retirara. A mi señal todos salieron. Franco cerró la puerta tras su espalda. Ya sentados en nuestros asientos, Edgardo empezó a ponerme al día con todo lo sucedido en la empresa. Me dejó en claro todas las finanzas y las asociaciones de las cadenas empresariales que estaban aliadas con las nuestras. Todo eso nos llevaría algo de tiempo, pero yo solo podía quedarme menos de dos semanas, un buen periodo para resolver varios asuntos. No era tan grave. Teníamos una asociación con una compañía rusa que era de mucha ayuda. Tal vez él tuvo razón respecto a que el problema no era de suma importancia, pero no por eso iba a dejarlo solo y menos ahora que no estaba bien de salud aunque él dijera lo contrario. Luego de toda la información que me dio, decidimos comenzar a trabajar para ir avanzando, ya que también no podía quedarme mucho tiempo y dejar a Leo y Enzo a cargo. No era porque no confiara en ellos, al contrario, eran de las pocas personas en que confiaba. La inquietud era porque estaba con el pendiente del atraco que sucedió con los rusos. Algo me decía que en cualquier momento iban atacar. Sabía que no fueron nuestros aliados, pues tenía un vínculo muy cercano con uno de sus jefes. Era imposible que él me jugara chueco. En una semana resolví el problema de la empresa. Me sentía agotado y aburrido de tantos archivos que habían pasado por mis manos. Solo deseaba despejarme y distraerme un poco, ¿y qué mejor que el sábado para hacer eso? El sábado por la tarde salí de mi despacho para irme directo al hotel en el que habitualmente acostumbraba a quedarme cuando venía. Edgardo me ofreció que me quedara con él en su apartamento, pero rechacé su invitación. Estaba acostumbrado a tener mi espacio y privacidad, más si pensaba traer alguna mujer y pasar el rato. Él me conocía, y por esa razón no se ofendió por mi rechazo. El hotel era de mi propiedad. Además, era como un hogar para mí. Caminé directo hacia mi habitación con Franco detrás de mí. El equipo se quedó abajo para custodiar. Solo permitía que mi guardaespaldas de confianza me acompañara hasta la puerta. —Prepara el auto. En menos de diez minutos salimos —le informé antes de entrar en la suite en la que me quedaba. —Sí, señor. Cuando entré, escuché mi teléfono, que emitió un pitido. Miré la pantalla. Era una llamada de Iván. —¿Qué tal van los asuntos? —fue lo primero que preguntó cuando respondí su llamada. —Todo bien, ya casi resueltos. —Eso quiere decir que pronto regresarás —soltó muy seguro. —Quizá. Hay que resolver también lo de los rusos. —En eso ando ya. Para eso te hablaba. El problema se hizo más grande aún. —¿De qué demonios hablas? —inquirí casi en un grito. —El cartel ruso con el que estamos asociados dijo que no hemos cumplido con la mercancía acordada y que, en vista de nuestra falta de palabra, ya no hay acuerdo. —Estaba muy enfadado. Era la primera vez que perdíamos un cargamento y una asociación donde ambos lados salíamos favorecidos. —¡Maldición! —Todo esto era gracias a la emboscada que nos habían hecho. Habíamos perdido mercancía y, lo más importante, unos grandes socios—. Aún no puedo regresar, así que enviaré a Franco para que te ayude. —¿Cuándo entenderás que ninguno de nosotros somos tú? Aquí los sustitutos no valen nada. —No los dejo para que me sustituyan. Lo enviaré para que vaya de recadero. —Espero que termines con los asuntos de la empresa y regreses lo más pronto posible. Te dejo, hablamos luego. Colgó, dejándome con la palabra en la boca. Estaba furioso, pero no más que yo. No me podía enfadar con él porque sabía que tenía razón. Estaba molesto conmigo porque vine a resolver asuntos que no eran tan graves como los que se encontraban en Italia. Volví al salón de la suite ya listo y arreglado para salir y llamé a Franco para que me informara mejor la situación. —Franco, dame toda la información de los rusos. ¿Cómo es que Iván se enteró de ello? —Han sido ellos. Se lo hicieron saber al mandar a uno de nuestros hombres golpeado, torturado y casi muerto —responde. —De acuerdo. Ven a la suite para hablarlo bien. Agarré mi arma para ver quién demonios tocaba la puerta. Me tranquilicé y guardé mi pistola. Era Edgardo. Supuse que ya estaba al tanto del asunto. —¿Pasa algo? —le pregunté al abrir la puerta. —¿Y lo preguntas así tan a la ligera? —Entró sin esperar una invitación a pasar—. Si no me lo dice Iván, ni me entero. No porque ya no esté al cien por ciento en la organización significa que me puedas hacer a un lado. —No, en ningún momento he pensado así. Me acabo de enterar también. Su enojo se suavizó. —Está bien, te creo, pero ni pienses que esta vez los dejaré solos con esto. —Cuando iba a replicar, él habló de nuevo—. No se pueden deshacer de mí así a la ligera solo porque ya esté viejo. —No se trata de eso, tu salud es más importante, y debes descansar. —Al carajo con mi salud. Primero es la familia y los negocios. Ya más adelante habrá tiempo para descansar, quizá cuando me muera. —Se giró para volver a la puerta—. Tengo que volver a la empresa. Solo vine para ponerte al tanto. —Deja por hoy el trabajo. Es sábado, y lo mejor sería salir a distraerse un poco. —Con todo esos problemas yo no tengo cabeza para ese tipo de cosas. Además, ya estoy muy viejo para esos trotes. Quizás a ti sí te sirva para que te desestreses un poco. —Vamos, viejo, sé que quieres. Voy a ir al club Dark Side, al que acostumbramos ir Iván y yo cuando estamos aquí. Sé que te gustaría ver a Julie. —Le guiñé un ojo. Sabía que ella y él tuvieron sus amoríos, pero de eso ya hacía mucho tiempo. Él dejó de frecuentar ese lugar y solo su hijo y yo seguimos yendo, solo que ya tenía un largo tiempo que no iba. Era un sitio que frecuentaba cuando me encontraba en Nueva York, pero como tenía muchos meses sin venir a América dejé de ir. Ahora solo quería pasar el rato y olvidarme un poco de los problemas que se avecinaban. Si mi amigo estuviera aquí, me lo prohibiría, pero como yo no obedecía a nadie, iría de igual manera. Tal vez no era un prostíbulo como al que pensaba ir. Eran los lugares que más frecuentaba en otros países cuando estaba de viaje. Sin embargo, ese club era bueno para ir a beber y tener algo de compañía mientras recibía un oral por parte de alguna bailarina. Sí, porque en ese lugar era lo que más hacían: bailar en una pasarela con tubo. A veces tomaba a alguna que otra por fuera para llevarlas a algún sitio y tener sexo con ellas, pero en muy pocas ocasiones. Quizá solo por hoy me conformaría con una compañía. Mientras ella hiciera su trabajo, yo me bebería un whisky escocés, ya que el alcohol era el bien para todos mis males.
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