PRÓLOGO
Los recuerdos en su memoria le atormentan cada noche sin darle tregua, los constantes reproches de su mente recordándole que todo era su culpa, cada palabra, cada acción, todo, absolutamente todo lo llevó hasta allí. Mirando por la ventana un par de lágrimas bajan por tus mejillas, estaba cansado, el desgaste mental era inhumano… quería ser libre, volar sin restricciones.
Su tía en el asiento del conductor se limita solo a mirarlo de reojo una que otra vez, pesando que nunca se daría cuenta de la lástima que había en sus ojos, estaba cansado de esas miradas llenas de tristeza como si él fuera alguna clase de animal herido; él no estaba herido, estaba roto, tan roto que a veces temía cortarse.
Sacó sus auriculares y se dispuso a escuchar una canción que estaba sonando en la radio que si recordaba bien se llamaba “ocean eyes” y la cantaba una chica llamada Billie Eillish.
El viaje hacia su nuevo hogar fue tortuosamente largo y agotador, como si hubiera corrido mil millas, odiaba el olor a caucho del auto; únicamente bajaban para recargar gasolina y estirar las piernas, no hacía falta aclarar que odiaba las gasolineras, el olor a cigarrillos del cajero y la poca higiene que se manejaba en más exactamente todo el lugar lo enfermaban y no es que fuera algo así como un maniático de la limpieza, pero sí odiaba la suciedad… Él se odiaba porque estaba sucio y no podía hacer nada para estar limpio, simplemente se odiaba.