Capítulo: La Noche Más Larga
El agua caliente resbalaba por su piel, pero no lograba aliviar el ardor que sentía por dentro. Cada músculo de su cuerpo parecía resentido, y su respiración aún era irregular ,era la tercera vez que se metía a la ducha .La transformación la había destrozado, la había obligado a experimentar un dolor que no podía explicar con palabras. Pero no era solo su cuerpo el que sufría.
La mente de Eleonor estaba atrapada en un torbellino de recuerdos, en todo lo que no entendía, en todo lo que había ignorado por tanto tiempo.
Cuando salió de la ducha, se envolvió en una toalla y caminó descalza hasta la cama. Se deslizó junto a Mariana está vez quería dormir, buscando algo de consuelo en la calidez de su hermana.
Pero el sueño no llegaba,el insomnio siguió dando paso a los recuerdos de esos días.
La madrugada se volvía eterna. Más larga que cualquier otra noche de su vida.
Los recuerdos la golpeaban como relámpagos, cada uno más doloroso que el anterior.
"Tu madre vino a verme unas horas antes de..."
La voz de su abuela seguía resonando en su cabeza.
Eleonor se removió en la cama, sintiendo un nudo en el estómago.
—¿Qué querías decir con eso? —había preguntado a su abuela ,la mañana siguiente de haber llegado estaba sentada en la silla que siempre era de ella cuando pequeña "su lugar" en la mesa de la cocina, con el café enfriándose entre sus manos.
Mónica la observó con esa mirada que solo una abuela puede tener: una mezcla de preocupación, amor y miedo.
—Tu madre no debía estar aquí ese día —susurró—. Pero vino. Apareció de repente, sin avisar. Y tenía miedo,lo vi en sus ojos .
Eleonor frunció el ceño.
—¿Miedo?
Mónica asintió, con la voz más grave de lo normal.
—Me entregó una carta. Me dijo que debía dártela en la mano el día de tu cumpleaños, y que no la leyera antes.Me lo hizo prometer.
El corazón de Eleonor se detuvo un segundo.
—¿Y la abriste?
La abuela negó con la cabeza.
—No. Esa carta es para ti.
Eleonor tragó saliva.
—¿Qué más te dijo?
Mónica tomó aire, como si le costara responder.
—Que había cosas que tú todavía ,no debía saber .Que tú, tarde o temprano, tendrías que enfrentarlas sola.
Eleonor sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—¿Y después qué pasó?
—Se fue apurada. Dijo que tenía que regresar con Apenas pude despedirme.
Silencio.
Pero su madre nunca regresó.
El accidente ocurrió horas después de que salió del pueblo.
La noticia llegó como una bofetada.
Eleonor nunca olvidaría el momento en que recibió la llamada. El sonido del teléfono había sido el presagio de la peor pesadilla de su vida.
Su madre había tenido un accidente en la carretera.
Pero había algo raro. Algo que nunca entendió hasta ahora.
No hubo falla mecánica.
No hubo otro auto involucrado.
Las cámaras de seguridad no captaron nada extraño.
Solo el coche saliendo de la carretera sin motivo aparente, volando por la colina, como si algo lo hubiera empujado con una fuerza imposible.
Pero lo más aterrador no fue eso.
Fue que su madre no murió.
No al instante.
Sandra Fontes quedó en coma por meses.
Como si algo la hubiera apagado.
No hubo fracturas graves, no hubo daños internos irreversibles, pero no despertaba.
Los médicos no podían explicar por qué. Su cuerpo estaba estable, sus signos vitales eran normales… pero era como si su alma se hubiera quedado atrapada en algún lugar entre la vida y la muerte.
Los meses pasaron y Eleonor se quedó al lado de su madre, esperando, rogando, suplicando que despertara.
Pero el día que finalmente abrió los ojos…
Fue solo para despedirse.
Ese recuerdo la golpeó como un puñal en el pecho.
Eleonor apretó los ojos, pero la escena se proyectó en su mente con brutal claridad.
La habitación del hospital estaba en penumbras, con el monitor cardiaco marcando un ritmo pausado. Eleonor estaba sentada junto a la cama, con la cabeza apoyada en su brazo. Llevaba semanas sin dormir bien, sin comer bien. Solo esperaba.
Esperaba el milagro.
Y entonces, sintió una presión en su mano.
Un susurro, apenas audible.
—Eleonor…
El mundo se congeló.
Alzó la cabeza con un latigazo, con el corazón golpeando con fuerza. Los ojos de su madre estaban abiertos.
—¡Mamá! —su voz se quebró, las lágrimas inundaron sus ojos.
Sandra le sonrió débilmente, con una ternura que partía el alma.
—Mi amor…
—Shh, no hables mucho, te traeré agua… llamaré a un médico… —Eleonor se levantó apresurada, con el corazón acelerado.
Pero la mano de Sandra la detuvo.
—No hay tiempo.Quiero ver a Mariana.
La voz de su madre sonó extraña. Débil, como si estuviera lejos.
Eleonor se quedó paralizada.
—¿Qué dices? Claro que hay tiempo. ¡Has despertado!
Pero su madre negó con suavidad.
—Cuida de Mariana… No la dejes sola…
—Mamá, no digas eso. Vas a estar bien, te prometo que…
—Cuida a la abuela…
Los ojos de Eleonor se llenaron de lágrimas.
—No me hagas esto. No ahora.
Pero su madre la miró con dolor.
—No confíes en nadie…
Las alarmas del monitor comenzaron a sonar.
—Mamá, por favor…
La mano de Sandra tembló al apretar la suya.
—Tu padre…
Y entonces,volvió a cerrar los ojos y volvió a despertar cuando la pequeña Mariana llegó, se despidió todo terminó.
El monitor emitió un pitido largo y ensordecedor.
Eleonor gritó.
Pero ya no hubo respuesta.
Su madre se había ido.
Se había ido en sus brazos.
Ahora, acostada en la cama junto a Mariana, con los ojos clavados en la nada, Eleonor sintió que su piel se estremecía.
Algo pasó en ese accidente.
Alguien lo provocó y ella lo averiguaria.
La carta de madre debe tener alguna respuesta. Necesitaba volverla a leer pero por ahora solo quería dormir.
El sonido bajo del teléfono vibró sobre la mesa de noche.
Eleonor lo tomó con manos temblorosas.
Era Daniel. Vassier.
—Eleonor —su voz sonó firme, con un dejo de urgencia.
—Daniel…
—Llego en unas horas.
Ella parpadeó.
—¿Qué?
—No puedes seguir sola. No voy a permitirlo.
Eleonor apretó los labios.
—Daniel, no tienes que…
—Nos vemos en un rato, Eleo. Voy a hospedarme en un hotel cerca de la casa de tu abuela.
Antes de que pudiera responder, Daniel colgó.
Eleonor dejó caer el teléfono sobre el colchón, pasando las manos por su rostro.
Y lo peor era que alguien más había sentido su desesperación.
Ya estaba amaneciendo y "La Marca del Alfa "Ardía como fuego en su cuello.
Eleonor había pasado la noche atrapada en recuerdos, reviviendo cada momento, cada palabra, cada grieta en su alma. El dolor la había consumido en la oscuridad, dejando su cuerpo exhausto y su mente al borde del colapso.
Pero no podía seguir encerrada.
El aire en la casa se sentía denso, asfixiante. Necesitaba salir, alejarse de todo, aunque solo fuera por un instante.
Se puso una sudadera con capucha, cubriendo su cabeza, y salió sin un rumbo fijo. Sus pies la guiaron por las calles del pueblo, como si su cuerpo supiera a dónde ir antes de que su mente pudiera decidirlo.
Caminaba con la vista baja, perdida en el caos de sus pensamientos, cuando una sensación helada recorrió su espalda.
Alzó la vista.
Él estaba ahí.
Demián Jones.
De pie a la distancia, con los ojos oscuros clavados en ella.
La estaba observando. Acechándola.
Pero no con arrogancia, no con esa seguridad con la que siempre se había movido en el mundo. No.
Había algo diferente en su mirada esta vez.
Algo que Eleonor no supo descifrar…
Pero lo odiaba.
Lo odiaba con cada fibra de su ser.
Y lo peor era que también lo quería cerca.
No porque ella lo deseara.
No porque aún lo amara.
Sino por ese maldito vínculo que él le impuso sin su permiso.
Un vínculo que no eligió.
Un lazo que la ataba a él como un castigo divino.
Eleonor apretó los dientes y giró la cabeza.
No quería verlo.
No quería darle la satisfacción de notar lo mucho que su presencia la afectaba.
Pero Demián se movió.
Y antes de que pudiera reaccionar, estaba a su lado.
Como un rayo.
Como una sombra imposible de esquivar.
Fue en ese momento cuando algo encajó en su mente como una pieza perdida en un rompecabezas aterrador.
Esa rapidez.¿Que fue eso ?
Ese movimiento inhumano.
El accidente de su madre.
El coche volando sin razón.
Como si algo, o alguien, la hubiera sacado de la carretera.
Un escalofrío recorrió su cuerpo.
No.
No podía ser.
No Demián.
Pero el pensamiento se clavó en su pecho como un puñal. Su madre siempre le dijo que llegará el momento lo escuchará , siempre lo quiso.
¿Podría haber sido él?
Se quedó inmóvil.
El viento helado sopló contra su rostro, pero ella solo podía sentir el fuego de la ira creciendo en su interior.
Demián dio un paso más cerca.
—Eleonor…
Su voz era baja, contenida.
Pero ella no lo escuchó.
No podía escuchar nada más que la furia rugiendo en su sangre.
Sus ojos se alzaron como dagas y lo perforaron con una intensidad que lo hizo quedarse quieto.
—Dime la verdad.
Su voz salió envenenada. Una orden, una amenaza, una súplica.
Demián frunció el ceño, su cuerpo tensándose como un resorte a punto de romperse.
—¿Qué?
Eleonor sintió cómo el temblor se apoderaba de sus manos.
—¿Tuviste algo que ver con el accidente de mi madre?
El aire se volvió gélido entre ellos.
Demián la miró como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar.
Como si sus palabras hubieran sido un golpe directo al pecho.
Eleonor no parpadeó. No se movió.
No respiró.
Esperó.
Esperó a que él lo negara.
Esperó a ver si en su mirada había un rastro de mentira.
Demián inspiró profundamente y cuando habló, su voz fue baja, pero firme como un juramento.
—No.
Eleonor sintió una presión en su pecho.
No supo si fue alivio o si fue rabia.
Pero no confió en él.
No podía hacerlo.
Demián dio otro paso, acortando la distancia entre ellos, con su mirada suplicante pero decidida.
—Necesito hablar contigo. Tienes que escucharme.
Eleonor entrecerró los ojos.
—Espero que por tu bien sea la verdad.
Su tono era gélido. Cortante.
Demián la sostuvo con la mirada, pero ella no le dio tregua.
—Porque lo averiguaré.
El Alfa tensó la mandíbula.
—Eleonor…
—Y si descubro que tuviste algo que ver…
Su voz tembló de rabia contenida.
—Me arrancaré esta maldita marca, cueste lo que cueste.
Demián se congeló.
Eleonor no parpadeó.
—Y haré que pagues por cada lágrima mía y de mi familia.
Silencio.
Un silencio que no se rompió.
Ni siquiera por el viento, ni siquiera por el latido furioso de sus corazones.
Demián no intentó detenerla cuando se dio la vuelta y se alejó.
Pero Eleonor sintió su mirada clavada en su espalda como si fuera un peso imposible de cargar.
Y supo que, sin importar cuán lejos intentara ir…
Demián Jones jamás la dejaría escapar.
El viento helado de la mañana golpeaba su rostro, pero Eleonor apenas lo sentía. Su cuerpo estaba entumecido, su mente atrapada en la tormenta de lo que acababa de descubrir.
Cada paso de regreso a la casa de su abuela fue un castigo.
Demián.
El accidente de su madre.
Su propia transformación.
Todo estaba conectado. Todo formaba parte de algo más grande. Algo que aún no lograba ver por completo.
Y lo peor de todo era que no confiaba en él.
No podía confiar.
El peso de la revelación se convirtió en un nudo en su pecho cuando llegó a la entrada de la casa. Y ahí estaba Daniel.
Su fiel compañero de trabajo, su amigo, el único hombre en quien podía apoyarse sin miedo a ser traicionada.
Estaba esperándola dentro de su auto, con los ojos clavados en ella, su expresión firme, pero llena de preocupación.
Y en el porche, su abuela.
Mónica estaba de pie, con los brazos cruzados sobre su pecho, su rostro inescrutable, pero sus ojos hablaban más de lo que su boca jamás lo haría. Sabía que algo estaba mal.
Eleonor sintió un escalofrío al ver cómo la mirada de su abuela pasaba de ella a Daniel, y luego… a algo más detrás de ella.
El rugido del motor le heló la sangre.
Eleonor no necesitó darse la vuelta para saber quién era.
Lo sintió.
Sintió su presencia antes de que la imponente camioneta negra se detuviera justo frente a la casa.
Sintió cómo el aire se volvía más pesado.
Sintió el peso de su mirada clavada en su espalda, tan fuerte que casi podía quemarla.
Demián Jones.
El CEO.
El Alfa.
El hombre al que amó con toda su alma.
El mismo hombre que destruyó su vida y la ató a él sin su consentimiento.
Eleonor apretó los labios y se giró, con el corazón latiendo con furia en su pecho.
Demián bajó de la camioneta.
Y en ese instante, supo que todo estaba a punto de explotar.
La tensión se podía cortar con un cuchillo.
Mónica no dijo nada, pero sus ojos se clavaron en Demián con una expresión que solo podía describirse como advertencia.
Daniel salió de su auto y cerró la puerta con calma. Pero Eleonor vio la manera en que sus hombros se tensaron.
Él también lo sintió.
La presencia de Demián lo golpeó como un muro de piedra.
Pero Daniel no se inmutó.
No se encogió.
No apartó la mirada.
No retrocedió.
Demián avanzó lentamente, como un depredador calculando cada uno de sus movimientos, con la mirada clavada en Eleonor.
Pero en el instante en que sus ojos dorados se desviaron hacia Daniel, algo cambió.
Celos.
Ira.
Peligro.
Todo en él irradiaba una advertencia silenciosa, pero feroz.
Eleonor sintió el pulso martillándole en las sienes. Sabía lo que estaba pasando.
Sabía que para Demián, Daniel no tenía derecho a estar aquí.
Sabía que el Alfa estaba luchando contra su lobo, que la bestia dentro de él estaba gruñendo, reclamando lo que consideraba suyo.
Pero Eleonor no era suya.
Nunca lo sería.
Demián se detuvo a un par de metros de ellos, con el ceño fruncido y los músculos tensos.
Daniel fue el primero en hablar.
—Tú debes ser Demián Jones.
Su voz era tranquila, pero firme. Sin miedo.
Demián no le respondió de inmediato.
Solo lo observó, analizándolo. Midiéndolo.
—¿Y tú eres? —preguntó finalmente, con un tono que sonó más como un desafío que como una pregunta.
—Daniel Vassier —respondió, cruzándose de brazos—. Un amigo de Eleonor.
Demián sonrió de lado, pero no era una sonrisa amable.
—¿Amigo?
Eleonor sintió que su piel se erizaba.
La forma en que lo dijo… como si la palabra le supiera amarga en la boca.
Como si no creyera en ella.
Como si no aceptara que otro hombre pudiera estar cerca de ella.
Daniel sostuvo la mirada de Demián sin pestañear.
—Sí —afirmó—. Un buen amigo.
Silencio.
Un silencio espeso.
Un duelo de fuerzas que no se peleaba con golpes, sino con miradas.
Demián desvió sus ojos hacia Eleonor, y la intensidad de su mirada hizo que su cuerpo entero se tensara.
—Necesito hablar contigo. A solas.
Daniel dio un paso adelante de manera instintiva, pero Eleonor levantó una mano, deteniéndolo.
Lo último que necesitaba era que esto terminara en una pelea.
Tomó aire y se cruzó de brazos, mirándolo con el mismo desprecio que sentía arder en su pecho.
—No tenemos nada que hablar.
Demián apretó la mandíbula.
—Sí, lo tenemos.
—¿Ah, sí? ¿Después de cinco años de silencio? ¿Después de marcarme sin mi permiso? —sus palabras fueron como un veneno ardiendo en su lengua—. No, Demián. No hay nada que decir.
El Alfa endureció su expresión.
Pero algo en su mirada parecía herido.
Como si realmente le doliera escuchar esas palabras de su boca.
Pero Eleonor no se dejó engañar.
No esta vez.
Se giró hacia la puerta de la casa y subió los escalones.
Demián no se movió.
Pero tampoco se fue.
Solo se quedó allí, con los puños cerrados a los costados, con los ojos clavados en su espalda.
Mónica se quedó en la puerta, observándolo con una mirada que decía más de lo que cualquier palabra podría expresar.
Eleonor entró a la casa y cerró la puerta detrás de ella.
Y en ese momento, supo que esto solo era el comienzo.
El aire estaba tan denso que Eleonor sentía que apenas podía respirar.
Demián estaba furioso.
Lo vio en la tensión de sus hombros, en la forma en que su mandíbula se endurecía con cada segundo que pasaba. Su lobo rugía dentro de él, exigiendo lo que consideraba suyo.
Pero Eleonor no era suya.
Nunca más.
Se giró sin dudar y tomó la mano de Daniel.
El contacto fue cálido, firme. Una elección.
Daniel no la soltó.
No titubeó.
Simplemente la siguió.
Eleonor no miró atrás mientras subía los escalones de la casa de su abuela, pero sintió el peso de la mirada de Demián perforándole la espalda.
Un fuego abrasador.
Una presencia imposible de ignorar.
Pero ella no se detuvo.
Abrió la puerta y entró sin titubeos. Daniel entró con ella.
Y entonces, cerró la puerta con un golpe seco.
Demián se quedó ahí.
Inmóvil.
La ira rugiendo en su pecho, pero sin moverse.
Porque no podía.
Porque si daba un solo paso hacia esa puerta, su autocontrol se haría pedazos.
Su lobo empujaba contra su piel, exigiendo reclamar lo que era suyo.
Pero Eleonor lo había desafiado.
Lo había rechazado.
Lo había humillado.
Y lo peor de todo… es que lo había hecho frente a otro hombre.
Frente a ese hombre.
Demián cerró los ojos por un momento, tratando de contenerse, tratando de no dejarse llevar por la ira que amenazaba con consumirlo.
Su respiración era pesada.
Sus puños estaban cerrados con tanta fuerza que las venas en sus brazos se marcaron bajo la piel.
Porque lo que acababa de pasar… era una declaración de guerra.
Eleonor había tomado la mano de otro hombre frente a él.
Y eso era algo que su lobo jamás iba a perdonar.
Con un gruñido bajo, subió a su camioneta, golpeando el volante con la palma de la mano.
Las ventanas vibraron con la fuerza del impacto.
Tenía que calmarse.
Tenía que esperar.
Porque esto…
Esto no había terminado.