—¡Deja de regañarme, maldita sea! —gritó Walter. Aquel grito me cortó abruptamente la respiración. Comencé a escuchar unos pequeños sollozos al otro lado de la línea, eran casi inaudibles, pero lo sabía, Walter estaba llorando. Entonces lo entendí, ¿qué podía hacer Walter si no lo dejaban salir de allí? Estaba encerrado, sin nada que hacer a no ser que se preocupara, nada más. Me sentí muy mal, había descargado mi enojo sobre Walter. Nunca había pasado por algo así, nunca alguien de mi familia se había enfermado tan gravemente y tuviera miedo de que fuera a morir. Me había encariñado en gran manera con la señora Liliana, la consideraba una segunda madre, pero ahora estaba allá, conectada a varios aparatos luchando por su vida. Deseaba que Walter estuviera ahí en esos momentos, ap