CAPÍTULO CUATRO Sartes despertó, dispuesto a luchar. Intentó ponerse de pie, renegó al no poder y una figura de aspecto duro que estaba delante de él lo empujó con su bota. “¿Crees que tienes espacio para moverte aquí?” dijo bruscamente. El hombre llevaba la cabeza afeitada y tenía tatuajes, le faltaba un dedo por alguna que otra pelea. Hubo un tiempo en el que Sartes seguramente se hubiera estremecido por el miedo al ver a un hombre así. Pero esto era antes del ejército y la rebelión que le había seguido. Era antes de ver el aspecto real que tenía el mal. Allí había otros hombres, embutidos en un espacio con las paredes de madera, con la única luz que entraba de unas pocas grietas. Fue suficiente para que Sartes pudiera ver y lo que vio distaba mucho de ser esperanzador. El hombre que