Paris, muy irritado en su espíritu por la muerte de Harpalión, que era su huésped en la populosa Paflagonia, arrojó una broncínea flecha. Había un cierto Euquenor, rico y valiente, que era vástago del adivino Poliido, habitaba en Corinto y se embarcó para Troya, no obstante saber la funesta suerte que allí le aguardaba. El buen anciano Poliido habíale dicho repetidas veces que moriría en penosa dolencia en el palacio o sucumbiría a manos de los troyanos en las naves aqueas, y él, queriendo evitar los baldones de los aqueos y la enfermedad odiosa con sus dolores, decidió ir a Ilio. A éste, pues, Paris le clavó la flecha por debajo de la quijada y de la oreja: la vida huyó de los miembros del guerrero, y la obscuridad horrible le envolvió. Así combatían con el ardor de encendido fuego. Héct