When you visit our website, if you give your consent, we will use cookies to allow us to collect data for aggregated statistics to improve our service and remember your choice for future visits. Cookie Policy & Privacy Policy
Dear Reader, we use the permissions associated with cookies to keep our website running smoothly and to provide you with personalized content that better meets your needs and ensure the best reading experience. At any time, you can change your permissions for the cookie settings below.
If you would like to learn more about our Cookie, you can click on Privacy Policy.
-¡Célebre Ulises, varón incansable en urdir engaños y en trabajar! Hoy, o podrás gloriarte de haber muerto y despojado de las armas a ambos Hipásidas, o perderás la vida, herido por mi lanza. Cuando esto hubo dicho, le dio un bote en el liso escudo: la fornida lanza atravesó el luciente escudo, clavóse en la labrada coraza y levantó la piel del costado; pero Palas Atenea no permitió que llegara a las entrañas del varón. Entendió Ulises que por el sitio la herida no era mortal, y retrocediendo dijo a Soco estas palabras: -¡Ah infortunado! Grande es la desgracia que sobre ti ha caído. Lograste que cesara de luchar con los troyanos, pero yo te digo que la perdición y la negra muerte te alcanzarán hoy; y, vencido por mi lanza, me darás gloria, y a Hades, el de los famosos corceles, el alma.