Lenet había llegado sana y salva al hotel una vez más, gracias al misterioso caballero que ella llamaba Hades. Él había llevado el mismo vehículo deportivo y se había estacionado igual que la última vez muy cerca del hotel. No hubo nada más en él que ese profundo deleite al contemplarla y en ella ese anhelo prohibido de dejar la seriedad y darle más confianza de que se acercara, de que la sedujera, que la provocara a ser suya.
Todavía sentada en la cama mirando hacia el exterior en la noche más despejada desde su llegada, recordaba no solo la conversación sino cada momento con él antes de llegar al hotel:
Había un bote esperándolos con varios hombres si bien no vestidos como guardaespaldas parecían atentos a cada gesto de su anfitrión. Él se mostró amable, pero a la misma manera muy al
