—Tranquilízate, Cristóbal. —Mamá acarició mi hombro, y me la quité de encima agitándolo, sintiendo escalofríos en todo el cuerpo. —Aún faltan dos minutos para que sea relativamente tarde.
—Dime otra vez, ¿Qué le dijiste cuando la llamaste ayer para tranquilizarme? —Pregunté moviendo mi pie derecho repetidas veces.
—Verás, le dije que estabas mal, y lanzando cosas, ella solo pidió hablar contigo, y henos aquí. —Mamá se encogió en hombros y negué con la cabeza.
—Casi no he hablado con ella desde que eso sucedió, ¿Y si la asusté? Aparentemente soy bestia. —Susurré. —Posiblemente pensó bien las cosas y se dio cuenta de que soy...
—No eres nada más que un muchacho enamorado, ahora mismo. —Con una voz suave, ella me tranquilizó tomando mi hombro suavemente. La miré incrédulo, hace quizá h
