Leilah comienza a llorar sin parar y durante largos minutos de sollozos y lágrimas, ni siquiera sé lo que tiene, pero debe ser grave para tenerla de esa manera.
No puedo evitar cargarla como una bebé, sus piernas tiemblan y apenas puede sostenerse.
—Tu habitación… —comienzo a decir y ella lo comprende, porque la señala con su mano temblorosa, sollozando aún.
Tenerla cerca, aunque sea en esta situación, me hace sentir extraño. No estoy acostumbrado a este contacto íntimo tan diferente al sexo, mucho menos de una mujer que me atrae tanto como ella.
—Leilah… —trato de preguntarle luego de un rato, sin querer herir su susceptibilidad.
Ella continúa derramando lágrimas y en medio de balbuceos puedo finalmente entender a qué se debe su estado de agitación y llanto.
—Mi… mi papá… está… un
