Voy a dar otro paso hacia la puerta, cuando la mano de Evan me sostiene la muñeca; no lo escucho acercarse y el repentino contacto me hace vibrar. Desliza los dedos por mi mano hasta sacar de mi poder el regalo. Me vuelvo de golpe, desorientada, pero él ha vuelto a imponer una distancia considerable entre nosotros. El corazón me martillea con violencia al verlo deshacerse con facilidad del moño que lo adornaba, también de la cinta adhesiva y del papel colorido. No sé interpretar su reacción cuando desliza la bufanda azul oscuro del empaque metálico. Puede que esperara una loción costosa, una corbata de seda o un Rólex genuino; sin embargo, no está molesto ni ha colocado el gesto de fastidiada soberbia. Solo está… atento. —No tienes que usarla —me apresuro a decir, sintiéndome una compl