Alzo ambas cejas cuando Leilah pide la habitación número 12, pero no digo nada.
Elucubrar sobre eso sería darle rienda suelta a sus ridículas ilusiones, es mejor que le quede claro que no habrá más de lo que hay ahora entre nosotros dos.
Aparto esos pensamientos en mi mente cuando está frente a la puerta e intenta introducir la llave en la cerradura.
Su mera esencia envuelve mis sentidos y mi cuerpo la llama de manera automática. Me acerco hasta su cuello y gime con el roce de mis labios sobre su exquisita piel.
Cada sonido que sale de su boca y cada gesto de placer que se refleja en su rostro es de enorme satisfacción para mí.
—Evan… —susurra con manos torpes y temblorosas, intentando abrir la habitación sin éxito alguno.
Sonrío de medio lado al notar su nerviosismo y vuelvo a besa
