Capítulo 1: Un duro comienzo

2368 Words
Conocí a quién sería mi amo durante un congreso en la universidad. Él era uno de los ponentes que hablaba sobre entomología forense. La verdad, a mí me tenía fascinada el tema, pero no quién hablaba sobre ello. Al terminar, salí con una de mis compañeras, mientras esperábamos en la parada de autobuses, se acercó un auto y al bajar el vidrio de la ventana reconocimos al orador. —¡Hey chicas! —dijo con tono alegre— Hace mucho calor, si van cerca yo puedo llevarlas. —¡Claro! —Canturreó mi amiga, contenta por el aventón— Con éste sol inclemente, acepto tu ayuda. —¡Sara, tu si eres salida! —Le reclamé— ¿Qué sabes tú lo que puede hacerte? —Deja el drama mamita, estás viendo cuervos por todos lados —se burló— Vamos, solo iremos 6 cuadras arriba. Casi que a empujones me subió al auto. Cabe decir que la alborotada de mi amiga iba en el asiento del copiloto, y yo, por precaución, iba en el asiento trasero casi que soldada a la puerta por si acaso él tenía otras intenciones. —Bien —dijo él con una sonrisita— ¿A dónde las llevo? —No muy lejos —dijo mi amiga Sara regresándole la sonrisa— Solo 6 cuadras arriba. —¡Está bien, justo en mi camino! Yo no dije ni pío, quería que se olvidaran de mi presencia. Incluso pensé que si tendría que hacer algo para defenderme entonces le arrojaría a Sara, por bocona, mientras yo salía como corcho del auto. Pero no hubo necesidad, porque seis cuadras arriba nos bajamos del vehículo y nos despedimos agradeciendo por el aventón. Ese día me quedaría en casa de Sara porque era un poco tarde para regresar a mi pueblo. Al día siguiente me levanté tempranito para irme a mi casa. Me despedí de Sara y salí rumbo a la parada de taxis, pero el destino me tenía una sorpresa en el camino, pues al llegar a la parada, había varios taxistas libres, pero sólo uno de ellos se levantó para atenderme, y sí, era él. —Hola bella —me dijo muy sonriente— ¡Que gusto verte de nuevo! —Si, hola —le respondí ladeando una sonrisa a medias— Busco un taxi. —Estás de suerte, hoy estoy supliendo a un amigo. No está mal ser taxista, después de todo, siempre conoces personas interesante s—como si le hubiese preguntado, se quejó mi subconsciente. —Bien —acepté su ofrecimiento porque los demás me ignoraban— Pero estoy apurada —aclaré— Y necesito llegar tan rápido como se pueda. —¡No hay problema conozco muchos atajos! —Aseguró— ¿A dónde vamos? —A Lomas Doradas —y él boqueó— ¿Algún problema con la ruta? —La ruta no es el problema, belleza —dijo mientras rascaba su cabeza— Es que esa zona es peligrosa. —¡Ah! Bueno, si no puedes, no hay problema, busco otra línea de taxis dónde no le tengan miedo a un simple pueblo —mi tono sarcástico me superó— Tranquilo —di media vuelta y seguí mi camino. En la cuadra siguiente me seguía con su auto. —¿Tú no dejas hablar a las personas? —Preguntó sin detenerse— Sospecho que eres antipática —me detuve en seco. —No soy antipática —lo dije muy relajada, de verdad— Es que estoy apurada por llegar a mi casa. —En ese caso, sube, ¡Yo te llevaré hasta el mismo infierno si es necesario! —Muy chistoso —pero le hice caso y subí al asiento trasero del auto— Te advierto, no quiero cuestionarios de taxistas chismoso —le advertí (valga la redundancia)— Solo conduce, ¿Está bien? —Lo que digas —se enderezó en el asiento— ¡Vayámonos! El camino era largo, tomaría por lo menos 2 horas de camino. Me recosté en el asiento y dediqué mí mirada al camino, pero... No sé en qué punto me dormí. Una voz me despertó. —Belleza, estamos llegando —murmuró— Despierta. —¡Ay carajo! —Me regañé— ¿En que momen...? No pude terminar la frase. Mirando a mí alrededor descubrí que no conocía nada en el camino. ¡Esa no era la ruta! ¿A dónde demonios me había llevado ese tarado? —¿Dónde demonios estamos? —Reclamé— ¡Ésta no es la ruta! —Es un desvío, belleza —intentó calmarme— En diez minutos retomamos la vía más cerca de tu pueblo. —Eso espero —le advertí— Debiste preguntarme antes de desviarte. —Es que te veías tan linda dormida... —dijo casi haciendo pucheros— Que no quise molestarte. —Claro, eso. Molesta aún por lo que había hecho saqué mi teléfono, ¡oh sorpresa! No hay Señal. Genial. Mi subconsciente comenzó a quejarse mientras yo murmuraba maldiciones. Al levantar la vista de nuevo al camino, noté que se acercaba a un portón de rejas. Mis alarmas se dispararon y mi corazón dio un vuelco. ¡Marisca, hasta hoy respiramos! —Gritó mi subconsciente. Pero apenas sería el inicio de mi perdición. Me sentía paralizada. No sabía ni podía reaccionar, me faltaba el aire y mi cuerpo palideció por completo. No podía creer que me estuviese pasando a mí. Miré alrededor buscando algo que me ayudara a saber dónde estaba, vi un letrero donde sólo alcance a leer "Hacienda los Ni...". Al cruzar la entrada el camino se tornó un poco oscuro, levanté la mirada, entonces pude completar la palabra del letrero "Nísperos". Una fila de frondosos árboles de nísperos a ambos lados del camino daba la sensación de que el sol estaba por ocultarse. Aún sentía el corazón galopando en mi pecho y él lo notó. Miró por el retrovisor y pude escuchar una ligera risa. —Tranquila —dijo sonriendo— Es la hacienda de mi familia, queda en el desvío a tu pueblo y sólo pasaré un momento a dejar la comida de las perras que tiene 3 días dando vueltas en el maletero. —¡Debiste consultarme antes! —espeté— No puedes andar llevando a la gente por caminos y lugares sin antes preguntar, yo te estoy pagando por llevarme a mí casa, ¡No para que me des un Tour! —me sentía furiosa. —Es solo un momento, no tomará ni 5 minutos —usó un tono casi burlón— O si quieres me regreso y te dejo en la entrada. —Solo termina de hacer lo que viniste a hacer —el enojo resaltaba en mi voz. Llegamos hasta una gran casa, no era de dos plantas, pero sí era grande. A un lado de la casa había una terraza cubierta por lonas de color marrón que simulaban ser el techo. Una gran mesa en el centro y algunos sillones a los lados. Estacionó cerca de la terraza, y noté que por allí tenía acceso a la cocina. Él se bajó del auto y caminó hasta el maletero, sacó una caja y se acercó a la ventana junto a mí. —Oye, ¿Puedes ayudarme con la otra caja? —me miró más de cerca— Así terminaré más rápido. —Está bien —de muy mala gana— ¡Y espero llegar rápido a mi casa! —Si es que ya estás en ella —murmuró creyendo que no lo había escuchado. Quedé helada, pero me apresuré con la caja para regresar al auto tan rápido como mis pies me lo permitieran. Al entrar en la cocina, todo estaba en silencio. Una señora mayor llegó a nuestro encuentro y nos saludó con las manos. El hombre colocó la caja sobre una mesada y se acercó a ella dándole un fuerte abrazo y un beso en la mejilla. —¿Cómo te sientes, viejita malcriada? —Su tono era elevado— ¿Ya comiste? —ella respondió con un movimiento de cabeza. Tendría cerca de 80 años. Su cuerpo se notaba un poco encorvado, caminaba con apoyo en un bastón, pero aún sus pasos eran ágiles para su edad. Me miró sobre el hombro de él y le hizo gesto de preguntar quién era yo— ¿Ella? —Me señaló con su pulgar sobre su hombro sin voltear— Es una nueva Slave, nana. ¿Slave? —interrogó mi cerebro— ¡Yo no soy ninguna esclava! Pero eso cambiaría quisiera o no. La anciana me observaba fijamente, me sentía paralizada por su mirada. Lo hacía como buscando algo en mí ser y eso me tenía muy nerviosa. —Oye tú —dije con un ligero tono odioso, él se giró bruscamente hacia mí y me interrumpió. —Ja-vi-er —dijo severamente señalando las silabas en el aire— Me llamo Javier, no soy "oye tú". —Ok, Javier. ¿Será que algún día me llevarás a mi casa? —Mi voz ya sonaba estresada. —¿Cómo te lo digo? —llevando una mano a su mentón— De aquí, ya no sales. —¿Cómo es la cosa? —Le grité— ¿Y quién coño te crees tú para tenerme aquí?— Dicho esto, di media vuelta y salí rápido de allí, rumbo al auto. Me subí al asiento del piloto, encendí el motor y aceleré. Cabe mencionar que yo no tenía ni puta idea de cómo conducir. Pero me las arreglé para hacerlo lo más "recto" posible. Cuando iba a mitad del camino, él me alcanzó en un Jeep. Lanzó un giro brusco a la izquierda y golpeó su carro (obvio, mío no era) haciéndome estrellar contra uno de los árboles de níspero. Menudo golpe en la frente y luego oscuridad. Desperté en un sofá de cuero, muy cómodo. Me sentía desorientada, pero al enfocar bien mi visión encuentro a la señora con su mirada clavada en mí, otra vez. Ya se tornaba molesta su mirada fija. ¿Qué rayos quiere ésta vieja? —mi cerebro hizo su aparición— ¡Ya solo falta que sea como en la película esa donde los ancianos cambian cuerpo con los jóvenes! Me levanté despacio, pero ella me ayudó a sentarme nuevamente, me ofreció una taza de té. Pero yo ni de v***a me iba a tomar eso, seguro era algún brebaje para drogarme. Lo rechacé haciéndole un gesto con la mano. Javier hizo su aparición, le dio una ligera palmada en la espalda a la anciana y ésta se volteó dándole la taza. Me señaló y meneó su cabeza en negativa. Concluí que la bendita vieja era muda, pero no era del todo sorda y por eso él le hablaba en tono elevado. —Tómate el té —demandó Javier— ¿O acaso crees que te mandas sola? —¡Por supuesto! —le dije enderezándome en el asiento a pesar del mareo y dolor de cabeza— ¡Yo no tengo dueños, ni que fuese una mascota! —Ay carajita —su tono era de impaciencia— Tu ni sabes con quién has caído. —A ver señor de señores —me burlé— Dígame usted dónde se supone que ca... No alcancé a completar la palabra. Un fuerte golpe en la mejilla me hizo caer al suelo. Fue tan fuerte el impacto que mi boca no paraba de sangrar. La anciana intentó ayudarme, pero él la detuvo. —Nana, déjala, no quiero que la ayudes —le ordenó. La anciana le hizo algunos gestos que no logré visualizar bien, me sentía aturdida por el golpe— Nana, mírame —ordenó de nuevo— ¿Cuándo regresan mis padres? —la anciana le mostró dos veces 10 dedos y luego sólo 3— ¿De qué mes? —preguntó frunciendo las cejas. La anciana mostró 8 dedos— ¿En agosto? —se quejó— ¡Mierda, eso me da sólo 93 días para entrenar a ésta perra y preparar a las otras para la subasta! —murmuró frotando su frente— Tendré que comenzar ahora mismo. Sin pensarlo dos veces se acercó a mí, me agarró del cabello, me levantó y me obligó a caminar hasta una habitación. Lo siguiente, les juro que parecía sacado de una película. Al entrar, era una simple habitación amplia, caminamos hasta el closet, deslizó una de las puertas, una luz se encendió. No podía ver lo que hacía porque él me mantenía con la cabeza gacha. El suelo dentro del clóset se deslizó a un lado mostrando unas escaleras que conducían hasta abajo (¡obvio!). A empujones me obligó a bajar, a éste punto mi boca dolía a horrores, en mi cabeza todo daba vueltas, tanto por el choque como por el golpe brutal que me dio, y mi boca no paraba de sangrar manchando mi ropa. Bajamos cerca de 20 escalones. Llegamos hasta un sótano amplio y me arrojó al suelo. Ese lugar podría albergar unas 30 personas. Era más como una sala de entretenimiento. 2 TV, varios sofás, un bar, alfombras, un par de plantas de interior, algunos cuadros y 3 espejos grandes en la pared que tenían un marco un poco extraño. Aturdida entre lo que me estaba pasando, el choque, el golpe y lo que mis ojos a duras penas podían registrar no pude notar lo que él me decía, solo sentí un fuerte golpe en mi columna. Para él, mis gritos de dolor y la retorsión de mi cuerpo no le bastaron. De nuevo me agarró por el cabello, pero ésta vez no me levantaría sino que me arrastraría hasta llegar a uno de los espejos. Por arte de magia, o del cine, o más bien de la tecnología, uno de los espejos se abrió. Resultó ser un ascensor. Me arrastró hasta el interior del mismo y me propinó otra patada, ésta vez en mi costilla derecha. Sentía que no podía más, a duras penas podía respirar, mi cabeza iba a explorar a causa de los golpes pero estaba segura de que apenas estaba comenzando mi tortura.
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