[Anna] - ¿Depilarse para quién?

4306 Words
Anna está revisando la documentación del nuevo expediente. Aparentemente todo está bien, pero solo aparentemente. El diablo está en los detalles. Es un proyecto de construcción de viviendas en la ronda norte. Terrenos rústicos recalificados. Está revisando las licitaciones, los permisos y los pliegos. Muy confuso y un poco enmarañado todo. Wkm promociones, es la que ha presentado el proyecto, con Unitesa de constructora principal, auxiliada por una pléyade de subcontratas. — ¿Te vienes a comer, jefa? — No, me he traído un sándwich de casa Paco, con eso me apaño. — No lo habrás pedido con mahonesa. Ese te envenena. — Hace falta algo más que eso para matarme. — No lo dudo, pero aunque estés inmunizada unas buenas cagaleras igual no te las quita nadie. — Tengo bragas de repuesto en el cajón, no te preocupes. — En fin, vuelvo en un rato. — Tomate tu tiempo, Sebas, que hoy tengo bastante con esto. Hasta mañana no te voy a necesitar. — Okay. De todas formas luego doy una vuelta antes de irme por si necesitas algo. Ella asiente agradecida. Sebas parece un mayordomo inglés, siempre dispuesto y pendiente más allá del trabajo, con una lealtad perruna. Es el único compañero con el que tiene la suficiente confianza como para intimar, pero siempre estando en su sitio. La conoce como si la hubiera parido y le basta una mirada para que sepa cómo se encuentra. Le reconoce una sensibilidad especial para comprenderla que quizás se deba a que es gay. A Anna le hace gracia que, a veces, los rumores de oficina los hayan situado como amantes. A ella le bastó un mes para confirmar la sospecha de que su sexualidad iba por otros derroteros, pero hay gente que para el tiempo que tiene libre y lo poco que trabaja, son muy malos observadores. Decide darse un respiro, hoy tiene trabajo para rato, así que saca el sándwich y su botella de agua. Comerá allí mismo y luego sacará un café de máquina y se tomará las pastas de postre, sentada en el banco que hay a la salida del parking. Piensa en el día tan extraño que ha tenido. Empezando por el final, el encuentro con ese chico con nombre y acento italiano a pesar de que hablaba un español perfecto ¿Quién es? ¿Realmente estaba interesado en ella o solo le estaba vacilando con el tema del loft? Pero la cuestión que ha despertado su atención es más bien a quien le recuerda: a Ricardo, el protagonista en su sueño de madrugada. Que curiosa coincidencia, la noche que sueña con él va y conoce a ese tal Stefano. Bueno, concluye, tampoco es tan extraño, el sueño con Ricardo se repite demasiado en los últimos tiempos. Su mente viaja al periodo en que estuvieron juntos. Ricardo es real, el sueño no. Lo conoció en una auditoria que hicieron a una promotora de chalets en la zona de expansión del norte de la ciudad. Tenían varias urbanizaciones ya acabadas y alguna más en obra. Ricardo era uno de los abogados del equipo jurídico de la promotora. El tema no era un asunto grave, se trataba solo de defectos de forma, por no asumir a tiempo el coste del acerado y algunas zonas públicas que les correspondía hacer, según el pliego firmado en la concesión y recalificación de terrenos. Se saldó con una pequeña multa y la realización urgente de los trabajos. Aquel chaval espabilado y aparente, al que le sacaba más de diez años de edad, se sintió impresionado por su seriedad y eficacia, y también por su conocimiento de todo lo relacionado con obra pública. Lo que al principio solo era interés profesional derivó pronto en un acercamiento más íntimo. A Anna, primero le hizo gracia, luego se sintió halagada y por último se dejó querer. Era excitante y salvo en el aspecto profesional, su vida era más bien aburrida. En el sexo aún más. Contribuía a ello que pasaba por una etapa de desencuentro con su marido, del que sospechaba una infidelidad que él negaba, claro. Esas cosas nunca se admiten y los hombres menos. Aunque los pilles en la cama con otra son capaces de intentar convencerte de que tus ojos se equivocan. Aquello la cogió en un momento especial. Tras una primera etapa de color de rosa donde todo era perfecto en su matrimonio, vino la época de la rutina, en que los dos se volcaron en sus carreras profesionales, rematada por su maternidad. Anna, lo cierto, es que tampoco echó tanto de menos la pasión que parecía faltarles. Se conformaba con un desahogo s****l de circunstancias. Su trabajo y el criar a la que fue su única hija, ocupaban todo su espacio. Así estuvo una década hasta que su hija salió un poco del cascarón, se volvió más independiente y le dejo más tiempo para ella. En el trabajo, también parecía haberse estabilizado su carrera, una vez consiguió ascender a inspectora. Parecía el momento recuperar un poco de vida, de volver a sentirse atractiva, poner algo de picante, reactivar su sexualidad y quizás ¿por qué no? subir el ego. No soportaba la rutina en la que se veía inmersa, necesitaba un chute de emoción, de confianza en sí misma, de reconocerse en la mujer que un día fue y que todavía seguía dentro de ella, pugnando por volver a mostrarse. Comenzó a cuidarse, a ir al gimnasio, arreglarse… Anna es alta y delgada, tiene un aspecto un tanto andrógino cuando se viste formal, con vestido pantalón como es el caso hoy. Vistiendo minifalda o algo más ceñido, rompe esa imagen, mostrando un culito prieto, sin exuberancias pero bonito y unos pechos pequeños y redondos pero muy bien puestos. Tiene el pelo pajizo y corto. Ojos verdes. Si se compara con la mayoría de las mujeres de su edad que conoce, se conserva bastante bien a sus cuarenta años. Así que decide recuperarse para la causa y ponerse de nuevo en el mercado: en este caso solo tiene un comprador, su marido Javier. Anna observa con satisfacción que vuelve a acaparar las miradas de algunos hombres, en especial de sus compañeros de trabajo y también la de alguna compañera, que la mira como diciendo “¿qué le pasa a esta ahora?”. Las mujeres siempre más críticas, más mordaces y más puñeteras entre ellas mismas. Pero eso no le importa, se siente sexy y por eso no entiende cómo es que su marido apenas reacciona. Él sigue instalado en la rutina previa, como si ya viniera comido a casa y lo de dentro, por mucho que ella se esfuerce, le resulta ya conocido y aburrido. Se enfada ante la falta de reacción, Javier pone poco de su parte y eso enfurece a Anna, deteriorando la convivencia. Ella empieza a sospechar que tiene un amante y la sospecha al final acaba convirtiéndose en seguridad, aunque no tiene pruebas. Es en ese momento cuando sucede lo de Ricardo. Él le presta atención y atiende la mirada de deseo que su marido ignora. Anna quiere pensar que está en su derecho, se deja arrastrar o más bien, es ella la que se lleva de calle a Ricardo. Si su marido no es infiel peor para él y si tiene una amante, pues a pagarle con la misma moneda. Intentos vanos de justificarse porque ella sabe bien que se hubiera acostado con Ricardo de todas formas. No es algo que le amargue la vida ni le provoque un remordimiento insoportable. Anna es práctica y funcional: lo hecho, hecho está, ha sucedido y punto. Aquello fue breve pero intenso y le sirvió para estabilizarse ella y para estabilizar su matrimonio. Desde entonces continúa en un status quo, que no es que sea muy emocionante, pero al menos es soportable. Durante unos meses y con la excusa perfecta del trabajo, los encuentros con su joven amante se sucedieron. Hasta que él se echó novia. Cuándo se empieza una relación y se es joven, resulta todo demasiado bonito para estropearlo poniéndole a tu novia los cuernos con una mujer que te saca más de quince años, así que Ricardo comenzó a poner excusas y a ralentizar los encuentros, para acabar suspendiéndolos cuando estuvo seguro de sus sentimientos. Nada que reprocharle al chico, solo agradecerle a esos meses en los que ella se sintió otra vez protagonista y dueña de su placer. Y desde entonces, vuelta al trabajo y al sexo de circunstancias con su marido, aunque el recuerdo de los momentos que estuvieron juntos aún protagoniza sus fantasías y sus masturbaciones. Hay algo que especialmente la pone y de ahí el sueño que ha tenido hoy, que además, se viene repitiendo desde entonces con algunas variantes. Al principio se veían en hoteles, pero pronto perdieron la vergüenza y acabaron acudiendo al pequeño apartamento de Ricardo. Mucho más económico y práctico. La primera vez que lo hicieron en su dormitorio, una sorprendida Anna observa que colgadas de la pared junto al cabecero, hay un látigo y unas esposas. — ¿Son tuyos? — le pregunta a Ricardo. — No, estaban aquí en un cajón cuando alquilé el apartamento. Supongo que esto debió estar alquilado antes por alguna scort o ser un picadero de algún tipo. El caso es que me pareció gracioso y las colgué ahí como adorno. — ¿Las has usado alguna vez? — No ¿qué pasa, te pone? ¿Quieres que juguemos a policía y ladrón? — No hace falta — se ríe Anna un poco cortada. A ella no le va demasiado el tema del sado maso. Sin embargo, conforme fornicar en el apartamento con su amante se va convirtiendo en otra rutina, su mente no deja fijarse en el látigo y en las esposas y una fantasía empieza a nacer. Se imagina que sí que las utilizan, que Ricardo la esposa a la cama, la deja desnuda y abierta de piernas y que luego, hace restallar el látigo pegando en el suelo, peligrosamente cerca de la cama, de forma que ella puede oír los chasquidos del cuero dando en la tarima. Eso la pone muy cachonda. Se moja tanto que le suplica a Ricardo que la folle, pero él no le hace caso y continúa dando con el látigo, mientras ella cierra las piernas y trata de frotar los muslos para darse placer, ya que con las manos no puede. Tarea inútil porque así es casi imposible correrse. Finalmente, Ricardo, deja el látigo y sin quitarle las esposas, le abre bruscamente las piernas y entonces se la folla violentamente. Ella tiene un tremendo orgasmo. Este es el sueño repetido con algunas variantes que tiene últimamente. Ahora lamenta no haber sido lo suficientemente sincera o lanzada, para recular de su postura inicial y pedirle a su amante que usara esos juguetitos. Se pregunta por qué no lo hizo cuando tuvo oportunidad. Ahora tendría un bonito recuerdo. Por un momento le tienta la posibilidad de mandarle un w******p a Ricardo. De vez en cuando hablan, aunque no han vuelto a estar juntos ¿Habría posibilidad de quedar con él? Mueve la cabeza sacudiéndose ese tipo de pensamientos que sabe que no van a ningún lado. El chico está a punto de casarse, según le comento la última vez y no parece mostrar interés en hacer una locura. Escribiéndole o llamándolo para tener una cita, solo conseguiría ponerse en evidencia y eso algo que ella odia. Pero mira por donde, hoy aparece otro muchacho en su vida. Sí, efectivamente Stefano le recuerda a Ricardo por lo joven, pero éste, a pesar de su juventud parece mucho más formal y centrado. Más seguro de sí mismo, con una cortesía y una elegancia más propia de un hombre maduro que de un chico de su edad. Anna sabe que no es así cómo ligan los jóvenes y el tacto que ha tenido así como la estrategia a la hora de abordarla, la ha sorprendido. Ha resultado un tanto extraño pero muy halagador para ella. Si se le hubiera acercado en un plan niñato, directamente lo hubiera mandado a freír espárragos, pero antes de darse cuenta, estaba hablando con él y aunque ha podido mantener la distancia y pararle los pies, el chico ha sabido jugar sus cartas bastante bien. Si Ricardo la atrajo en un primer momento porque la excitaba la posibilidad de ligarse a un jovencito, Stefano le atrae porque parece capaz de hablarle de tú a tú, a pesar de la diferencia de edad. Alguien en su misma onda, con un carácter de adulto pero envuelto en un cuerpo joven y bonito. Todo un regalo para los sentidos. Ciertamente se siente complacida y también un poco excitada. Recuerda sus buenos momentos con Ricardo y un gusano le baila en la tripa ¡Un momento! se detiene: ¿en serio está pensando en ligarse al jovencito? ¿Tan segura está que el muchacho quiere algo con ella? — Bueno — se dice — solo hay una forma de averiguarlo — mete la mano en el bolsillo de su pantalón y saca una tarjeta. Stefano Santos Conte. Consultoría y administración de empresas… al final un número de teléfono. Parece que es la madre la que pone la sangre italiana. La vuelve a guardar en el pantalón y tras acabarse sándwich se dirige a por ese café. Esa noche, Anna está cansada. Tiene la cabeza como un bombo de revisar documentación. Aparentemente, todo parece estar en orden pero hay un par de detalles que quiere revisar. Cuestiones que le han llamado la atención aunque no parecen graves, pero metódica y disciplinada, no deja ningún cabo suelto. Y menos en una operación de envergadura como esa: casi 500 unifamiliares adosados. Pero eso será mañana, hoy ya está bien. Al salir del trabajo se ha pasado a recoger a su hija a la academia de inglés, de compras con ella para llenar la despensa y luego en casa, preparar cena y enterarse de cómo le ha ido el día a Estefanía. Pelea para irse a la cama, aunque al final consigue que se meta en su habitación. Mañana es otro día de trabajo y si no duermes no rindes. Su marido ha llegado tarde y ha colaborado poco en las tareas, pero al menos viene de buen humor. — ¿Todavía estás liada? — le pregunta con el pijama ya puesto y estirado en el sofá mientras ve la tele. Anna acaba de abrir el portátil, sentada en la mesa del salón, bajo una lamparita rinconera. — Es solo mirar unos datos que me hacen falta para mañana. Él se encoge de hombros: está acostumbrado y no insiste. De todas formas, hace ya mucho que no ven la tele juntos. A cada uno le gustan cosas diferentes. En realidad ella no está mirando ningún dato. Ha aparcado ya definitivamente el trabajo y ahora está en otro tema. Accede a un foro donde entra con su usuario secreto. Deli 541, es el nick tras el que se oculta. Es un chat de mujeres donde intercambian experiencias y se cuentan sus cosas. Generalmente, cosas relacionadas con el sexo. Anna lo descubrió casi por casualidad y le llamó la atención. Al contrario de lo que suele suceder en la mayoría de los foros de internet, aquí la mayoría de las sus usuarias son mujeres. No hay fotos ni vídeos de sexo manifiesto, ni tampoco sección de contactos, lo que espanta a la mayoría de los hombres que lo ven aburrido y se desplazan otros sitios de Internet más explícitos. A lo largo de casi un año, Anna ha hecho amigas virtuales y se ha divertido y sorprendido leyendo lo que algunas mujeres publican. Tanto, que aprovechando el anonimato, ella también ha contado alguna de sus experiencias, de sus frustraciones, de sus deseos, como por ejemplo la fantasía de las esposas y el látigo. Hoy hay poco movimiento, constata después de comprobar que no está conectada casi ninguna de las habituales. De aquellas que hacen de sustitutivo de amigas reales, de las cuales Anna carece. Rosa 341, mosca cojonera y chicaSpecial, son con las que más interacciona. Deben tener su misma edad y al igual que ella, también con un punto algo cabrón y de vuelta de todo. Sospecha que la última es un tío camuflado en el chat, posiblemente con tendencias homosexuales, pero le da igual, es súper gracioso, se ríe un montón con él y tiene una sensibilidad especial para conectar con el resto de mujeres. Una especie de Pedro Almodóvar si hace caso de que realmente sea un tío. Así que lo incluye entre sus íntimos. — Hoy me ha tirado los tejos un yogurín, zorras — saluda. Es el nombre de guerra que se han puesto en el grupito de cuatro. Lástima que no estén. Le apetecía chatear y contarles lo de por la mañana con Stefano. Podría colgar algo más e ir adelantándoles la anécdota, pero le gusta mantener el misterio e interaccionar cuando están sus amigas virtuales conectadas. Cierra la sesión y se levanta para ir al dormitorio. Vuelve la cabeza hacia su marido, que ya dormita frente a la tele sin enterarse de nada. Le apetece un polvo, el recuerdo de Stefano la ha puesto cachonda, pero viendo a Javier roncar, anticipa la negativa. Debería pedírselo, es su marido y se supone que debería existir esa complicidad y él debería espabilarse y ponerse manos a la obra, pero eso no va a suceder y menos un miércoles. Sus polvos están ya más que agendados y hoy no toca. Y además, no quiere rebajarse a solicitar sexo y tener un polvo descafeinado, sería un insulto al deseo que Stefano ha hecho surgir de nuevo en ella, y mucho menos, enfrentarse a la más que probable negativa y quedar como una idiota. Para eso mejor una buena paja. Así que se dirige al baño y se dispone a darse una ducha. Allí, en la intimidad de la mampara opacada por el vapor, se dará satisfacción. Anna entra en el baño y se desnuda. Observa su cuerpo en el espejo. Pechos pequeños pero firmes. Se pasa la mano por ellos y se acaricia el pezón, viendo como este sufre una pequeña erección poniéndose en punta. A pesar de ir al gimnasio tiene un poco de barriguita, no mucha, la suficiente para que su vientre forme una pequeña curva que incluso le parece sugerente. Debajo, un triángulo de vello púbico oculta su vulva. Demasiado, se dice para sí misma. Tendrá que pensar en depilarse, discurre mientras se acaricia en su parte más íntima. “Depilarse ¿para quién?” se pregunta traviesa mientras Stefano aparece en su mente con su bonita sonrisa, sus ojos marrones y su elegante traje. Se mete en la ducha y abre el agua caliente. Espera a que el agua esté lo suficientemente tibia para meterse debajo del chorro. Deja que el líquido recorra la piel, calentando su cuerpo y produciéndole una leve sensación de sopor. Luego se enjabona. Utiliza una manopla ya muy vieja pero que le proporciona un tacto especial. Ni demasiado suave ni demasiado áspero. Lo justo para que al pasarla por sus zonas íntimas, note un tacto diferente y algo más fuerte de lo normal. Su marido siempre le pregunta porque no se compra una manopla nueva y tira aquella ruilla. Ella nunca le ha explicado por qué la conserva. Allí se va a quedar hasta que se caiga a pedazos o encuentre otra que tenga un tacto igual. Nota la manopla resbalando gracias al gel. La pasa una y otra vez por su sexo, haciendo hueco con los dedos e insistiendo en la zona del clítoris. La respiración se le empieza a cortar, cierra las piernas y se pone tensa. Imágenes de esposas, de látigos, de sí misma atada boca abajo en una cama cruzan por su mente. Se pellizca con la mano libre los pezones hasta hacerse daño. Ve a Stefano que la penetra desde atrás. Tiene las piernas abiertas y atadas, no puede resistirse pero aunque pudiera no lo haría. Lo desea con toda su alma. El muchacho le pasa el látigo por el cuello y tira de él, casi ahogándola mientras la sigue penetrando. Le cuesta respirar y pronto el ahogo se mezcla con el placer. No es la primera vez que tiene esa fantasía y esa noche en la ducha, parece que el tema se le queda corto a Anna: de lo excitada que está necesita algo más fuerte, algo más duro. Se imagina a Stefano sacándola de su coño, chorreando, y escupiendo en su culo aproxima el glande a su ano. — ¿Quieres que te dé por el culo? — más que una pregunta es un anuncio y ella se estremece. Hace mucho que no se lo follan, desde que era jovencita. Stefano afloja un poco la presión del látigo que tiene enrollado alrededor de su cuello y ella consigue carraspear un sí… — ¿Cómo? no te oigo. — Sí, por favor, follármelo – ruega. Entonces, él aprieta más fuerte y percibe como su ano se dilata mientras la v***a va insistiendo adelante y atrás, abriéndose paso. En la realidad, seguramente después de tantos años, le resultaría algo doloroso, pero esta es una fantasía y no le duele, puede soñar lo que quiera y eliminar la parte en la que siente daño y pasar directamente al placer, que se traslada desde su esfínter en oleadas hacia su clítoris, pasando por la v****a. Sueña que se corre a la vez que Stefano, notando como le llena el culo de leche y ella obtiene un orgasmo simplemente frotando su coño contra la sábana, al ritmo de las enculadas del chico. Anna aumenta el roce y consigue llegar al orgasmo en el momento culmen de su fantasía. Intenta no gritar, pero no puede evitar un par de jadeos incontrolados y después se queda entre el vapor y bajo el agua caliente, echada sobre los azulejos con la cabeza apoyada en la mampara, boqueando como un pez fuera del agua. Finalmente se relaja, se da un aclarado para quitarse la espuma y sale de la ducha envolviéndose en la toalla. Cuando un rato después entra al dormitorio, su marido ya está durmiendo. Se acomoda en su lado de la cama, pone el despertador y apaga la luz. Esa noche no sueña con nada, la fantasía no viene a su cabeza. Seguramente, porque está satisfecha y relajada. Ya es casi la pausa de del almuerzo. Anna recibe una alerta en el móvil de que han contestado su mensaje en el foro. Entra y se encuentra que Rosa y moscacojonera están online. — ¿Qué eso de que un jovencito se te ha puesto a tiro? Cuéntanos so puta… — Habrás aprovechado la ocasión ¿verdad? Ella contesta: — Todavía estoy madurando si acepto la invitación…está muy bueno pero no sé si llamarlo – luego les cuenta por encima el tema, sin dar detalles que puedan identificar a las personas, lugares o circunstancias. — ¿Qué es lo que hay que pensar? Yo me lo follaba sin dudar — afirma moscacojonera. — Estas tardando en hacer esa llamada – se decanta Rosa 341. — Lo voy a dejar en barbecho un rato más, que no parezca que estoy ansiosa y de paso así me lo pienso con tranquilidad… — Pues no te lo pienses mucho que chollos como este no se encuentran todos los días. — Vale, os tengo que dejar, zorras – Anna ha visto levantarse a Sebas y decide cortar el chat. — Llama y esta noche nos cuentas. — Eso, cómprate unas esposas y un látigo y queda con él – afirma entre caritas riéndose la otra. Menudo cachondeo se tienen estas a cuenta de su fantasía, piensa divertida Anna, que ya ha comentado sobre sus sueños en varias ocasiones con el grupo de las zorras. Igualmente, conoce sus andanzas y gustos sexuales. En especial de moscacojonera, que es incapaz de callarse nada y da detalles de cada cosa que le pasa referida al sexo. Sebas entra en la oficina con varios documentos, que distribuye sobre la mesa de Anna. — Jefa, sobre el tema Wkm promociones… — Dime. — Aquí tienes las resoluciones de licitación de las cinco parcelas, las adjudicaciones y los registros con las peticiones de obra. — Vale gracias ¿Algún problema? – pregunta Anna al ver que su administrativo no se mueve del sitio y la mira con expresión expectante. — Bueno, solo es algo raro, debe ser un error. Anna se pone en modo alerta. Sebas tiene intuición y si dice que es algo raro, seguramente sea porque ha detectado algún defecto de forma. — Vamos a ver – dice inclinándose sobre los documentos – ahórrame tiempo y dime donde te aprieta el zapato. — Mira las fechas de las peticiones de obra nueva y de las adjudicaciones. — Todas del 15 noviembre, siendo adjudicadas el día…30 de octubre. — Todas no… La arquitecta frunce el ceño y revisa mejor los papeles. — Tienes razón, hay una petición del mismo 30 de octubre. Eso no es posible – murmura Anna que sabe igual que Sebas que una vez adjudicadas las parcelas hay un plazo de cinco días de reclamaciones, donde no se admiten solicitudes de inicio de obra. — He comprobado el registro y hay cuatro incidencias abiertas – informa Sebas. Ella sabe lo que eso significa: alguien ha corregido los datos a posteriori. — Se debieron equivocar de fechas y rectificaron. Ésta, seguro que se la han dejado atrás. Una cosa es que día ponen en la solicitud y otra muy distinta el día real en que la presentan. — Ya, pero la que se han dejado atrás… observa la fecha de entrada en el sistema.
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