[Anna] - Mujeres Mayores

1185 Words
Anna sale del parking público donde ha dejado el coche y camina hacia la mallorquina, dos manzanas más abajo. Lleva un traje de pantalón n***o ajustado y acampanado por los bajos, que quedan una cuarta por encima del tobillo, espacio más que suficiente para dejarla lucir unos tacones negros de punta cuadrada. El traje le hace un buen escote, estricto en el pecho y largo en la espalda, que cubre con un chal a juego. Su culo y cintura quedan perfectamente definidos por la tela ceñida, bajo la que ha tenido la precaución de ponerse un tanga n***o para evitar transferencias incómodas. Moviéndose libres bajo el escote, sus dos pechos marcan un pequeño bultito sobre la tela, indicando la localización exacta de sus pezones. Ese vestido es imposible de llevar con sujetador y otras veces, cuando lo ha usado, Anna ha empleado pezoneras para evitar que se le marcaran las puntas, pero hoy ha tomado la decisión de que no: si lo va a hacer, lo hará bien, usando todas sus armas y poniendo toda la carne en el asador. Así pues, el sujetador ha quedado en el maletero, en una bolsa junto a una blusa más discreta y una falda a media rodilla para cambiarse antes de volver a casa. Duda que pille a su marido despierto, pero por si las moscas. Le ha dicho que va a una cena de despedida de un compañero que se jubila. Que no tenía previsto ir, pero que al final se ha encontrado con él y que le ha dado cosa cuando le ha preguntado, así que al final ha decidido acudir a la cena homenaje. No es una coartada muy elaborada pero como ella supone que va a suceder, su marido no presta la más mínima atención. En el ayuntamiento de una gran ciudad como esa, hay eventos para una funcionaria de su rango como para tener agenda nocturna todos los días, aunque ella solo acude a aquellos que le interesan profesionalmente o a los que no le queda más remedio. De forma que ensaya la cara de “voy pero no me apetece lo más mínimo”, que le queda perfecta, eso suponiendo que Javier tuviera a bien levantar la mirada del móvil para fijarla en ella. Solo se preocupa por Estefanía, la hija de ambos, porque esa es su tarde de pádel y suele parar luego a tomar algo con sus amigos antes de volver a casa. No hay problema: Anna la deja con una amiga que vive en el mismo bloque y la niña se queda a cenar. Javier solo tiene que ir a recogerla y acostarla. Así pues, cuando Anna sale perfectamente arreglada y maquillada de su casa (demasiado para una simple fiesta de jubilación), nadie la ve. En el garaje se cruza con una vecina que la mira con interés de alcahueta, pensando “dónde ira esta tan arreglada entre semana”, pero es una vecina con la que no tiene confianza y apenas se hablan, así que posibilidades de que haga algún comentario inconveniente a su marido, ninguna. En fin, no está nada mal para haber sido algo improvisado, piensa mientras llega a la altura de la Mallorquina quince minutos antes de su cita. Se dispone a esperar y coge el móvil. Entra en el foro y escribe en el chat: — Lo he hecho, zorras, he quedado con él. Estoy aquí esperando. Se abre el chal y se hace un selfie de arriba abajo, con su escote en primer plano. Luego recorta la foto para que no se le vea la cabeza y la cuelga en el chat privado que mantiene con sus amigas. — Vestida para matar, casi sin nada debajo: espero que al acabar la noche haya merecido la pena – escribe. — Estás espectacular ¿me enviarás la foto? — pregunta una voz a sus espaldas. Ella se gira, nerviosa, y se encuentra con unos ojos almendrados que a luz de las farolas brillan con un tono algo más oscuro. La sonrisa perfecta en un rostro impecablemente afeitado, con un aroma a perfume de alta gama que se acerca tentador, provocando en Anna instintos primarios ¿Que se habrá echado el muy cabrón? ¿Feromonas de Tigre? Consigue enmascarar el tenue aroma de Adolfo Domínguez suyo. No ha querido usar algo más llamativo, por si a la vuelta, a su marido le da por usar el olfato. Tiene la absoluta seguridad que debe ser carísimo, igual el Baume et Mercier que lleva esta vez en la muñeca, no menos de 6000 €. Para la cena va algo más informal de como lo vio el otro día: pantalón caro de pitillo, zapatos de cuero marrón y una chaqueta ligera, pero todo combinado a la perfección. Y por último la sonrisa, esa sonrisa de tío seguro que parece increíble en un chico de apenas treinta años. Y que atrapa a Anna, que se pregunta cómo es posible que se haya podido fijar en tantos detalles, si no deja de observar sus labios. Un ligero temblor la recorre, apenas perceptible desde fuera, pero para ella es como un terremoto. Trata de dominarse ¡joder, Anna, que pareces una colegiala! ¿Cuánto hacía que no sentía algo así? Su cerebro manda la orden al cuerpo para que se tranquilice y aliviada, puede oír su propia voz que aparentemente segura, responde: — Es un poco pronto para intercambiar fotos ¿no te parece? — Sí, tienes razón, se me olvida que con una mujer de verdad hay que ir más despacio. Pero repito y espero que no te incomode: ¡estás espectacular! Lo dice despacio, sin apenas mover los labios y mirándola fijamente a los ojos. Luego, hace un silencio de unos segundos dejando de la frase cale en ella antes de volver a preguntar: — ¿Y ese sitio maravilloso dónde me vas a permitir que te invite a cenar? — Se llama la Perla de Labuan. — Vaya ¿cómo la mujer de Sandokán? — ¿Conoces a Salgari? — Soy medio italiano ¿cómo no conocerlo? Ella sonríe satisfecha: ha conocido a demasiados niños pijos y ricos como para darse cuenta que dinero y cultura no siempre van unidos. De hecho, últimamente casi nunca. — Cocina asiática: la mejor de la zona. — Genial, me encanta el sabor a especias y las cosas picantes. — ¿Por eso quedas con mujeres mayores que tú? — No, por eso no. Lo hago porque me gusta la gente con experiencia, con vida a sus espaldas, que saben apreciar el valor de la aventura, que desean algo distinto porque ya han probado lo convencional y que están dispuestas a asumir y también disfrutar del riesgo de probar algo nuevo. — Hablas como un joven de cincuenta años… ¿No serás un diablo viejo camuflado en un cascarón joven? — Jajaja — contesta — Algo de Diablo sí que tengo, espero que te guste esa parte si llegamos a intimar ¿Vamos? — Pregunta ofreciéndole el brazo. — Claro, por aquí — dice ella aceptando y engarzando el suyo.
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