Capitulo 1. Maximo Rossi
Máximo Rossi era un nuevo rico de segunda generación. Un millonario en ascenso. Su familia había comenzado su negocio de logística en Roma, con algunos contactos para nada santos y una relación con la Mafia que opacaba su negocio. Fue recién luego de la muerte de su padre, y con la gran ayuda de su amigo Dante Pucci, a quién había conocido cuando ambos eran soldados en la OTAN, que poco a poco había logrado limpiar el negocio de su padre. No había sido fácil.
En ese momento estaba en expansión, buscando nuevos horizontes de inversión
Así fue como conoció al financista William Wallace, de Londres, quien le permitió el contacto con el conde de Essex Philip Seymour. Así fue como terminó, de alguna forma, invitado a esa boda.
La gente de alcurnia como los novios, utilizaban esos eventos no solo para celebrar sino para hacer negocios y como William estaba solo, o sea soltero, él lo convenció de llevarlo como acompañante.
William era una persona divertida y relajada, aunque Maximo sabía su secreto acerca de ese club nocturno del que era socio William. Aunque era un secreto a voces y nunca lo había confrontado con esa información para no ponerlo incómodo. Aunque sabía que si le planteaba la posibilidad de tener un acceso al club él no se lo negaría.
Maximo no tenía nada en contra de las prácticas que se llevaban en el club, solo que él era más tradicional. Claro que le gustaba el sexo, y tenía amantes. Pero las orgías o los azotes no eran cosas que le llamaran la atención.
En ese momento estaba soltero. Había tenido novias, aunque nada serio...descontando a Sofía, que albergaba la idea de casarse con él.
Sofía era la hija de un importante hombre de negocios amigo de toda la vida de su padre, habían salido en algunas ocasiones pero la joven tenía un no se qué...algo que no terminaba de saciar el apetito de Maximo.
Chiara y Philip habían hecho la ceremonia de boda más íntima y luego el evento se convirtió en un evento más abierto donde habían invitado a personas muy diversas.
La ex modelo devenida en condesa, era una mujer muy sexy y atractiva. Aunque no del tipo de Máximo. A él le gustaban las rubias y la condesa era castaña oscura. De hecho Sofía tenía el cabello castaño muy claro.
Dentro de la pista de baile algunas personas danzaban. Pero una especialmente llamó su atención. Era una chica joven de unos 20 o por ahí, de cabello rubio dorado y lo que parecían ojos celestes , por lo que pudo ver a la distancia. La joven reía junto al hermano de la novia, Franco. Imaginó por su vestido que era una de las madrinas. Era color lavanda, largo, con dos tiras finas, y en el final tenía una especie de vuelo.Y ella llevaba un peinado de trenzas de estilo griego. Tenía la piel sin manchas cremosa, se notaba que no había estado al sol recientemente.
En determinado momento debió sentir su mirada porque sus ojos se cruzaron y por un instante su sonrisa quedó congelada en sus labios, que Maximo pudo ver que eran carnosos. Sus ojos celestes gatunos lo observaron y cubrió su mirada parpadeando con sus largas pestañas.
Por alguna razón ese gesto en apariencia simple, excitó terriblemente a Maximo.
Estaba en la barra tomando un trago con William que le hablaba de algunas cosas. Pero él no prestaba atención. Entonces William siguió su mirada y rió.
Señaló con su copa antes de dar un sorbo.
—Esa es una de las hermanas pequeñas de Chiara, creo que Francesca...tiene 21 o 22 años. ¿Un caramelito no? —
Un caramelito que quería saborear en su boca pensó Máximo repitiendo el nombre: Francesca Ferrante.
La chica siguió bailando y divirtiéndose con su familia. Y ya no le prestó atención, aunque él se sentía completamente hipnotizado por la joven.
En un momento vió que se dirigía al baño y la siguió.
Mierda, pensó ella...había bebido con el estómago vacío y se sentía mareada...aunque también relajada. Hacía mucho que no se divertía así.
Se mojó la cara y controló su maquillaje luego de orinar y lavarse las manos.
Al salir de allí un hombre le impidió el paso. Era el hombre que la había estado mirando mientras bailaba con Franco.
El hombre era italiano, se le notaba de pies a cabeza. Tenía el cabello y los ojos muy oscuros, era mucho más alto que ella, una cabeza y media mínimamente le llevaba así que no tuvo otra opción que levantar su mirada.
—Por Dios. Madonna mía. Eres preciosa — le dijo y pudo notar por su acento que era de Roma.
—Bueno, si es todo lo que tiene para decirme, ¿me puede dejar pasar ya? — le respondió ella de mala manera. Nunca había lidiado bien con esa clase de atención y ese hombre la intimidaba un poco. Tenía un aura de peligrosidad que lo rodeaba, como si fuera una pantera acechando a su presa y ella no estaba para ser el cervatillo asustado de un macho alfa.
Máximo miró hacia los costados y la arrastró detrás de una pequeña pared, la empujó, tomó su barbilla y le dió un beso profundo mientras la acariciaba. Su sabor era tan dulce como toda ella, como una pequeña fresa que esperaba ser degustada. A Maximo le gustaban las fresas.
Cuando el hombre separó su boca de la suya, ella lo empujó por los hombros.
—¡Cómo se atreve! — exclamó y le dió una bofetada.
Maximo se vió sorprendido por el golpe, no se lo esperaba para nada.
Se tocó la mejilla y la miró confuso. ¿La joven le había pegado?
Ella estaba agitada, sentía las mejillas enrojecidas y el corazón palpitando rápido.
Lo empujó más fuerte que la primera vez.
—Pedazo de cavernícola neandertal ¿Quién se cree que es para besarme contra mi voluntad? ¿Que quiere, llevarme a una caverna arrastrándome del pelo también pedazo de animal? —
La muchacha estaba disgustada y el creyó que quizá confundió las señales. Pero eso no quitaba que la idea de llevarla a rastras a una cueva le resultara increíblemente atractiva.
—ALEJESE DE MI SI NO QUIERE QUE HAGA UN ESCÁNDALO — Lo amenazó señalandolo con el índice. Él no pudo evitar sentirse atraído por su pecho que subía y bajaba agitado. Y esa marca como un lunar al costado de su cuello, como una mancha color café en forma de corazón.
Maldita PUTTANA, no recordaba la última vez que había estado tan excitado por una mujer.
Ella giró y él estuvo tentado a tomarla de su trenza y atraerla hacia su cuerpo para fundirla en un abrazo. Frotar su dureza en su trasero y morder su cuello.
El murmullo de personas que estaban pasando cerca de allí lo devolvió a la realidad.
Francesca Ferrante. Definitivamente sería un nombre que no olvidaría fácilmente.