—Bueno ¿vamos por ese café entonces? —preguntó Enzo sonriente.
Comenzó a caminar mientras esperaba la respuesta de Sarah, la cuál simplemente asintió y le siguió unos pasos por detrás.
—Jefe, acaba de tomar un café hace nada, ¿estará bien con otro?
Enzo se detuvo, metiendo sus manos en los bolsillos del pantalón y girando hacia Sarah, hasta mirarla fijamente a los ojos. Parecía estar pensativo, y esbozó una sonrisa rebelde:
—Voy a tomar dos cafés en cuestión de cuarenta minutos, soy todo un malote, ¿no te parece? —Volvió a caminar riendo tan alegremente que para la joven resultaba difícil pensar que era todo un adulto serio y responsable—. Por cierto, no necesitas llamarme jefe, fuera de la oficina soy Enzo a secas. Dentro, con añadir un señor delante de mi nombre tienes suficiente.
—Está bien, así haré entonces.
Caminaron unos minutos hasta detenerse delante de una cafetería de aspecto lujoso. Desde fuera, se veía un lugar acogedor pero Sarah sentía que estaba fuera de lugar, cosa que confirmó una vez entraron; estaba lleno de personas bien vestidas, con trajes o vestidos de apariencia carísima.
El lugar era amplio, iluminado con la luz natural que entraba a través del enorme ventanal junto a la puerta, y grandes lámparas de araña adornaban el techo, para iluminar el espacio una vez caía la noche.
Las mesas estaban cubiertas de manteles blancos y sobre ello, un pequeño mantel más pequeño de color dorado, entonando elegantemente con el resto de la decoración.
—Te ves muy callada, Sarah. ¿Estás bien? —preguntó Enzo mientras tomaba una silla y le ofrecía a su acompañante sentarse. Esta tomó asiento y luego Enzo lo tomó frente a ella, mirándola a la espera de su respuesta.
—Estoy bien, sólo siento que estoy fuera de lugar. Este sitio parece muy caro, y yo no encajo en el mundo de ricos.
Enzo no pudo evitar reír tras escuchar a la chica:
—¿De qué estás hablando? Sólo es una cafetería. No tienes que preocuparte por nada. Nadie te va a juzgar por lo que tienes o por tu aspecto. Al menos en mi opinión, valoro a las personas por lo que traen en su corazón, por sus actos y por su forma de tratar a los demás.
Sarah no pudo evitar sentirse estúpida por unos segundos. Luego se sintió avergonzada, pensando que estaba siendo halagada de alguna manera.
—Pero realmente no me conoces. Quizás eso que valoras en una persona no lo tengo yo, y sin embargo aquí estoy, esperando a tomar un café contigo —suspiró un poco incómoda.
Enzo tomó una pausa para responder, cuando la camarera llegó a tomar sus pedidos. Tras pedir, cruzó sus manos sobre su barbilla y mirando a Sarah fijamente, prosiguió con la conversación:
—Quizás tengas razón, quizás no… podemos comprobarlo. En la entrevista, estuviste pensativa antes de dar tu magistral respuesta… pero intuyo que en mente tenías otra cosa. Dímelo. ¿Por qué quieres este trabajo?
—Llevo viviendo con mi abuela casi toda mi vida. Durante estos años, me ha cuidado, me ha alimentado y me ha dado mucho amor… Durante estos dos últimos años tuve varias entrevistas y en ninguna conseguí el trabajo —hizo una breve pausa mientras les ponían los cafés en la mesa—. Quería el trabajo para hacer feliz a mi abuela, para poder ayudar económicamente en los gastos… para que viera que su nieta creció y se esforzará en ser feliz. Se lo debo a ella.
Tras hablar, miró hacia Enzo, el cual estaba conteniendo las lágrimas como podía.
—Er…eres muy bue…buena chica —dijo su jefe con la voz entrecortada.
—¿¡Por qué estás llorando!? No es nada del otro mundo. Todos tienen sus problemas.
—Perdona, me emociono con facilidad… Pero estoy feliz de haberte dado el trabajo a tí. Recuerda que es jefa de grupo, y si no tuvieras un mínimo de empatía por nada, no lo harías bien, ¿no crees? Pero ya sabía yo que si eras buena, ahí tienes la prueba. Ahora disfrutemos del café y hablemos de tu horario, salario y demás asuntos.
El tiempo pasó y tras despedirse nuevamente en el aparcamiento donde se conocieron, la joven tomó su vehículo y regresó a casa. Con todos los detalles importantes ya hablados, solo quedaba esperar a firmar el contrato a la mañana siguiente. Estaba nerviosa, deseando contarle a su abuela la noticia y ver su cara de alegría.
Cuando abrió la puerta de la casa, ya la esperaba en el recibidor con una sonrisa de consuelo, posiblemente pensando que habían vuelto a rechazarla.
—Querida…¿qué te dijeron? Llevo horas nerviosa aquí de pie esperando.
—Abuela, vamos al salón y hablamos allí —respondió mientras caminaba.
Su abuela la seguía, decaída, y Sarah lo sabía.
—¿Y bien? —preguntó ansiosa a su nieta una vez tomaron asiento en el sofá.
—Abuela…¡Conseguí el trabajo! —No pudo evitar gritar de alegría mientras tomaba las manos de la señora y esta comenzó a llorar:
—Gracias a Dios, sabía que algún día conseguirías que vieran tus puntos buenos. Estoy muy orgullosa de tí. —La abrazó fuertemente mientras seguía llorando y riendo al mismo tiempo.
Tras unos minutos donde ambas se calmaron, Sarah le contó todo, desde el incidente en el parking hasta la despedida.
—No voy a perder esta oportunidad abuela… Tengo que superar mi pasado y avanzar. M
Su abuela la tomó de la mano delicadamente, y sonrió:
—Sé que será difícil, pero seguro que una vez conozcas a más personas, te será más fácil olvidar. Cuando sonreías de alegría al decirme que te dieron el trabajo, me sentí aliviada, porqué hacía mucho tiempo que no veía vida en tus ojos. Tengo la sensación de que ese lindo jefe tuyo va a ser un paso importante para tu cambio… Imagínate que te pida matrimonio.
—¡Abuela! No va a pasar eso. Si es que resulta que está soltero, no se va a enamorar de alguien deprimente como yo. Él es el jefe de toda la empresa, yo solo una simple empleada. Está claro que nuestros caminos están totalmente separados y nuestras vidas no se van a enlazar por arte de magia.
—Que profundo… —dijo su abuela haciendo una mueca—. El amor es una parte importante a la hora de superar traumas del pasado. En unos meses seguro que tienes una relación más especial con alguien de tu empresa y me darás la razón.
Le dio un beso en la frente a Sarah, y se puso en pie camino a la cocina. La joven se quedó allí sentada, pensando por un momento qué sería de su vida si realmente Enzo se enamora de ella. Sólo se veía a sí misma regañando a un niño grande por ser travieso y reírse a todas horas, pero no le molestaba esa vida.
“¿Qué estoy pensando?” se preguntó a sí misma golpeando sus mejillas con las palmas de sus manos. “Pero si algún día me pide matrimonio…¿Qué haría? Abuela, qué ideas más molestas metiste en mi cabeza, eso será imposible”.