Wailani — ¡Baloo! ¡Ven acá muchacho! — llamo al enorme mestizo que olfatea la cola del pequeño poodle que se acercó a él. Una rubia enloquecida de horror se acerca a toda carrera gritando, como si fuese que mi amigo estuviera a punto de engullir al poodle. Tentada de la risa, llego hasta el desobediente Baloo, para sujetarlo por el collar y alejarlo de la aterrorizada chica que sostenía a su pequeña bola de pelos por encima de ella para que mi compañero dejara de tratar de alcanzarlo, cosa que lo incitaba aún más al juego. — Cómo lo siento — farfullo al comenzar a acariciar la cabeza de Baloo — es inofensivo, sólo le gusta jugar. — Es muy grande, dejarlo sin correa puede ser peligroso para las especies más pequeñas — dice con notoria molestia al pegar a su bebé contra su pecho. Inm