— Vamos querida que tu padre ya te espera en el carruaje — gritó la fornida mujer a una joven que se acercaba a paso tranquilo.
— Ya voy Clarita... es que estos zapatos no me dejan caminar muy bien — se quejó la joven mientras miraba sus pies, donde podía apreciar unos bellos zapatos celestes que poseían un pequeño taco y algunos brillantes en su parte superior—. ¿Por qué vestirse tan elegante solo para subirse al carruaje? — reclamó con fastidio.
— Ya, no te quejes — exclamó un hombre mayor, con el pelo canoso por los años y una mirada paternal, desde la puerta del vehículo que esperaba por la familia, manteniendo una sonrisa cálida en su avejentado rostro —. Cuando lleguemos a casa podrás vestir lo que quieras, pero sabes que aquí nos miran hasta cuando vamos al baño — Rió divertido por la cara de su única hija, de aquella por la que daría su vida.
— Lo sé, lo sé — contestó la joven mientras rodaba sus ojos —. Ya está, aquí me tienen... Ahora a casa — dijo con mejor ánimo mientras señalaba al cielo con su dedo índice.
El anciano sonrió bien amplio desde su asiento y esperó a que su pequeña se acomodaba en su lugar, justo frente a él, para luego dar la orden de poner en movimiento aquel lujoso carruaje que los llevaría de regreso a su hogar a ese espacio que los apartaba de una sociedad a la cual juzgarán hipócrita y aburrida, una sociedad que los obligaba a ocultar lo que ellos eran en esencia, sobre todo a la hermosa jovencita que miraba distraída el avance del vehículo.
Dentro del carruaje, luego de dejar la ciudad detrás, la joven se quitó los zapatos, estirando los dedos de los pies y tomando unas hojas que había llevado especialmente para leer durante el trayecto de la ciudad hasta su finca, ubicada a unos kilómetros del ruidoso lugar en donde se habían estado alojando los últimos cuatro días, mientras el hombre mayor arreglaba unos asuntos referidos a contrataciones de personal y el cierre de unas negociaciones muy beneficiosas para la familia Ocampo.
— Hija, descansa un poco — pidió el hombre con tono cariñoso a la joven que tenía enfrente.
— Sí... ujum... — respondió ella en clara muestra que no escuchaba lo que su padre le decía.
— María Sofía Concepción Ocampo Acuña, deja esos papeles ya mismo — exclamó en tono firme el hombre.
— Bien — dijo la joven mientras dejaba los papeles en el asiento para luego agregar con humor —: Deberían haberme puesto un nombre más corto si me querés retar así, padre. Solo quiero revisar estos últimos contratos que firmaste — explicó clavando sus enormes ojos en él —. Como no se me permitió participar en las negociaciones no quiero perder ningún detalle...
— Ya hija... — interrumpió el hombre con tono agobiado, apoyando su agotada espalda en el mullido asiento —. Solo deja un poco eso y conversemos sobre qué te pareció la estadía en la ciudad. ¿Cada vez está más bonita, no? Ese Tomás Godoy Cruz está realmente haciendo un buen trabajo
— Sí, creo que luego de todos estos años que tuvimos, el trabajo que realiza es insuperable. Pero, padre...
— No, no, no. No discutiré ningún detalle de los contratos hasta llegar a casa — regañó con cansancio. Sucedía que el hombre realmente quería que su hija dejara por un momento los contratos y negocios para que así ambos pudieran entablar una linda conversación paternal, realmente lo deseaba con todo su agotado corazón —. ¿Conociste algún joven de tu interés?
— Padre — dijo ella mirando por la ventana —, bien sabes que ninguno aceptaría... mi forma de vivir — dijo finalmente.
— Ay, hija, creo que este padre bueno para nada ha arruinado tus opciones para ser casadera — Se lamentó con real pesar, es que tantas alas le había dado a su pequeña que veía como los años lo consumían acercándolo cada vez más a su inevitable final, pero muy lejos de ver a su hija al lado de un buen hombre que, no solo le asegurara una vida cómoda y segura, sino que la amara como él lo hacía.
— Nada de eso, señor — intervino por primera vez la mujer fornida que estaba sentada a su lado tejiendo algún nuevo accesorio —. Gracias a cómo usted educó a esa niña ella ahora es la mujer más codiciada de Mendoza.
— ¡Ja! — Interrumpió la joven—. Soy codiciada porque mi padre es uno de los hombres más ricos de la provincia y de Cuyo, pero de allí en más, dudo que algún hombre vea más que eso.
— Niña — dijo su nana con un tono de pena—, eres realmente una mujer con todas las letras, inteligente, culta, refinada...
— Y cabalgo a pelo, sé usar boleadoras, ayudo en el ganado y el adiestramiento de los caballos. No, nana querida, eso no es una mujer para los hombres refinados de esta sociedad pacata y conservadora.
Sofía Ocampo era una muchacha criada en el seno de una de las familias más adineradas de la zona de Cuyo. Sus riquezas, no sólo procedían de la cría de ganado (que finalmente era lo menos rentable por las dificultades para conseguir las pasturas necesarias que alimentaran a los animales), sino que provenía principalmente de las viñas y plantaciones de oliva que la familia tenía en la provincia y se dedicaban a vender a comerciantes en Chile.
Actualmente su padre quería comenzar a comercializar con personas del resto del país, esperando que el nuevo orden nacional ayudara a prosperar los negocios entre las provincias. La familia había viajado por cuatro días a la Ciudad de Mendoza para que el progenitor y dueño de todo, el Señor Domingo Ocampo, pudiera reunirse con varios compatriotas y firmar así algunos acuerdos comerciales.
Sofía poseía, no sólo una de las mejores educaciones que su padre le pudo conseguir y que la ayudó a cultivar conocimiento en lectura y escritura del español, sino también en todo lo que cualquier joven refinada debía manejar con fluidez: canto, baile, piano, bordado (esto último lo hacía realmente mal), pintura, entre otras. Además conocía algo de francés e inglés, y su manejo del latín era insospechadamente bueno. Pero su padre también la había dejado explorar libremente los conocimientos necesarios para llevar adelante los trabajos del campo, por lo que había aprendido, a muy corta edad, a cabalgar no solo como "los hombres", o sea que sentada a horcajadas sobre el lomo del animal, animal macho, dicho sea de paso, no solo las mansas yeguas que la obligaban a montar cada vez que estaba frente a esa montaña de idiotas llamados "buenos caballeros". Además Sofía también sabía montar sin ninguna silla que la sostuviese pegada al animal, algo impensado para una fina dama. Sucedía que su padre dejaba que los criollos que ayudaban en sus tierras le enseñaran labores como lanzar boleadoras, bailar la chacarera o crear trampas para los pumas de la zona montañosa en la que vivían.
Como Sofía no tenía madre, ya que ésta había fallecido en el parto de la niña, no había una voz femenina que se opusiera firmemente a que la muchachita no recibiera estas lecciones.
Ni bien la niña nació llegó a su casa la institutriz contratada para cubrir el espacio femenino que había dejado la muerte de la Señora Ocampo. Clarita fue contratada, no solo porque sabía cada aspecto de la crianza de un niño que no tendría a su madre desde el comienzo de la vida, sino que también conocía todos los aspectos que la niña debía desarrollar para ser parte de la alta sociedad mendocina. La mujer, una con toneladas de cariño para dar y sin una familia a quién volcar tanto amor, se enamoró de esa niña de cabellos castaños y piel blanca en el mismo instante que la vio y nunca más se despegó de ella. Sofía realmente la consideraba su madre, y le profesaba el mismo amor y cariño que la mujer hacia ella.
— Papá — dijo la joven —, ¿y la gente que contrataste para el rodeo es de fiar? — preguntó preocupada.
— Sí, mi niña. Al jefe del grupo lo conozco desde... Bueno, desde hace mucho y realmente confío en que todo irá bien — dijo seguro el hombre.
— Me preocupa que se lleven el ganado y después lo vendan por ahí en vez de que llegue a destino — agregó la joven mientras miraba por la ventana del carruaje.
— No, Sofía. Eso no pasará — Trató de tranquilizarla su padre —. Ambos sabíamos que en algún momento yo ya no podría acompañar al ganado, que los años iban a hacer que tuviésemos que contratar gente para el trabajo, algo que debíamos hacer desde siempre pero no quisimos.
— Porque nos gustaba hacer el trabajo nosotros mismos— respondió sin dejar de mirar por la ventana.
— Exacto — afirmó el padre —. Pero este año yo no iré y usted, señorita, menos — sentenció con tono muy firme —. Si yo estoy es una cosa, pero vos sola con hombres en el medio del campo es una idea que ni sé cómo se te ocurrió en primer lugar — agregó frunciendo el ceño.
— Padre — llamó Sofía y giró su cara para ver a su querido padre de frente, con la mirada firme, segura hasta los huesos —, ambos sabemos que me puedo cuidar muy bien.
— Ay, niña— murmuró la mujer regordeta mientras negaba con la cabeza —, no hay forma de que sea seguro. Es mejor así. Además con tu padre en su condición, ¿realmente te irías un montón de días dejándolo solo? — indagó Clarita con ese tonito especial, ese en el que mostraba que sabía qué palabras usar para que la joven cambie de opinión, aunque no era algo que lograba a menudo, sí muchas veces alcanzaba su objetivo.
— Bueno. En eso tienes razón nana... pero... — Y se quedó en silencio al saber que no había fundamento que justificara que ella se marchara con un montón de hombres y vacas dejando a su enfermo padre solo y angustiado.
— ¡Listo! Tema cerrado — exclamó el hombre con muy buen ánimo al tiempo que daba una palmada en el aire.
Finalmente, luego de una buena cantidad de horas invertidas en la travesía, la familia pudo llegar a su casa ubicada a unos cuantos kilómetros de la Ciudad.
La casona, de dimensiones importantes, con un gran portón de entrada y más adelante un descanso donde los carruajes frenaban delante de la gran puerta de ingreso al hogar, los recibió con un cielo limpio, celeste, como tan acostumbrados estaban los mendocinos. Las paredes exteriores de aquella enorme casa, estaban completamente recubiertas por piedras marrones claras, y se debían subir unos tres escalones para poder encontrarse con el acceso de entrada. Toda la edificación era de dos plantas en forma de L, que dejaba encontrar un jardín interno muy bien arreglado con diferentes espacios para descansar.
Los pasajeros descendieron del carruaje agotados por pasar varias horas dentro del mismo y mientras ingresaban, saludando a las personas que se acercaban a ayudar a bajar el equipaje o recibir a los dueños de casa, el Señor Domingo explicó que necesitaba de manera urgente subir a su habitación a descansar, ya que el viaje, los días de intenso trabajo y negociaciones, añadidos a su enfermedad le pasaban factura, por lo que necesitaba recostar sus huesos en el cómodo colchón de su cama mientras que se colocaba los ungüentos que mejoraba un poco sus síntomas. Luego de despedir a su hija subió acompañado por una muchacha que le ayudaría con la tarea de recostarse y recobrar las energías perdidas.
La joven dueña de casa se quedó en la planta baja, recibiendo las novedades por parte de los empleados que se habían quedado a cargo de la finca durante su ausencia, hasta que en la puerta se sintió el ruido de varios caballos que ingresaban al lugar llegando hasta la parte inferior de los escalones de entrada. Todos miraron atentos la situación, y los hombres empleados de la casa se colocaron delante de la puerta en clara señal de protección de la misma y sus integrantes.
El grupo de jinetes se detuvo en el descanso y uno de ellos, el jefe, se bajó de su caballo para caminar hacia las escaleras.
— ¿Quién só y qué necesitá? — preguntó uno de los empleados.
— Mi nombre es Vicente Olavarría y el Señor Domingo me contrató ayer para que hoy me presentara, junto con mi grupo, en esta finca por un trabajo — respondió el joven.
Sofía escuchaba todo debido a que se encontraba detrás de su grupo de empleados, y su atención se vio atraída por las buenas formas en el hablar del joven, que aún no podía divisar debido a que su vista estaba tapada por todas las personas delante de ella. Lento, comenzó a abrirse paso entre sus empleados y al encontrarse en lo alto de la escalera se enfrentó al recién llegado.
—Buenos días Señor Olavarría, mi nombre es Sofía Ocampo, hija del Señor Domingo. Lamentablemente mi padre no lo podrá recibir en este momento ya que se encuentra descansando, pero si gusta puede ingresar y hablaremos dentro sobre su trabajo y demás detalles.
El joven se quedó unos instantes dudando si era correcto que ingresara para tener una audiencia a solas con la hija del dueño de la casa, pero ante la mirada firme de la muchacha terminó aceptando para subir en dos zancadas la escalera y seguir a la señorita que caminaba delante de él.
Una vez dentro de la casa, la castaña le señaló una puerta de madera que llevaba a un salón con sillones, algunas mesitas y sillas de descanso. Dicho espacio estaba ubicado a la izquierda apenas se atravesaba la puerta de entrada con un decorado que era sobrio pero demostraba la riqueza familiar, el buen gusto era evidente y los sillones invitaban a ser ocupados por mostrar almohadones mullidos y claramente cómodos.
—Bien, señor Olavarría — comenzó la mujer —. Mi padre me indicó que usted junto con su grupo se hará cargo del rodeo.
— Exacto — respondió el joven parado en la puerta y a una distancia bastante lejana de la señorita que hablaba en tono firme y autoritario —. Arreglé con su padre que hoy estaría aquí para organizar los detalles necesarios, además de que mis hombres descansen y nos abastezcamos de lo necesario para el viaje, que, si no mal recuerdo, es llevar a los animales a 200 km de aquí.
— Sí, exactamente es así el arreglo según me comentó mi padre — En realidad no lo había escuchado de boca del hombre mayor, sino que lo leyó en el contrato cuando estaban de camino a casa —. Pensamos que hoy ya tendríamos el ganado reunido aquí, pero resulta que está más disperso de lo que creímos, asique, si no le molesta a usted y su grupo, deberemos esperar unos días para comenzar el trabajo. Mientras tanto, y como el contrato comienza hoy mismo, pueden ir acomodándose en esta finca, descansar y demás, luego, cuando ya todo esté listo, partirán a su destino. Claramente se cumplirá la paga y, en caso de ser necesario, arreglaremos un p**o extra que nos convenga a todos, si es que los días se extienden debido a este incidente que escapa tanto de sus manos como de las mías — En realidad estaba más irritada de lo que demostraba por dicha situación, ya que no sólo no sabían bien cuánto les llevaría reunir todo el ganado, sino que sus empleados no habían cuidado del mismo, permitiéndoles alejarse más de los esperado y complicando ahora los tiempos, pero se encargaría de eso luego —. Si me acompaña — señaló la puerta de salida —, le indicaremos dónde se pueden acomodar con sus compañeros.
El joven asintió, dejó que la muchacha saliera primero de la habitación, notando que ella apenas si llegaba a la altura de su pecho.
— Pepe — llamó la joven y al instante apareció un muchacho alegre que tenía su boina en las manos y la retorcía mientras la mujer le hablaba.
—Sí señorita — respondió listo para acatar cualquier orden.
— ¿Puede indicarle al joven dónde se quedará y los lugares dónde se entrega la comida?
— Claro que sí señorita — dijo mientras se agachaba y luego observaba al muchacho clavando sus ojos, primero en él y luego en el fondo del enorme patio, en clara señal que lo siguiera.
Ambos atravesaron el patio interno, donde Vicente pudo observar la amplitud de la casa. Se podía ver en el centro del patio una fuente y, detrás de ella, una parra que hacía las veces de techo, cubriendo una mesa circular de cemento y unos bancos del mismo material alrededor. A la derecha había una pequeña construcción, claramente más nueva que el resto de la edificación la que, parecía, servía de depósito. Luego atravesaron un espacio vacío para encontrar varias edificaciones de dimensiones no mayores a nueve metros cuadrados, en donde se veían a unos cuantos niños corretear por allí libremente. Al final de todas estas construcciones, se apreciaba una más grande y alargada, que en ese momento tenía la puerta abierta y dentro se encontraba un grupo de niños sentados en círculo y una muchacha en el centro que les explicaba algo, aparentemente interesante, ya que todos los niños la miraban fijos con los ojos abiertos y caras sorprendidas.
—Bien — dijo el más joven de los hombres —. Acá es para usté y su grupo. La comida nos la dá allá — señaló a un quincho abierto con una gran mesa en el centro — cuando el día é lindo, sinó nos la dá en la escuela — dijo señalando a la edificación más grande ocupada en este momento por niños —. Son dó comida al día, al almuerzo y la cena — aclaró mientras el otro hombre lo escuchaba atento —. Esa es su casa, adentro tiene las camas — Le señaló una de las casitas —. La limpieza va por su cuenta — Reía mientras le pegaba despacio con el codo al recién llegado —. Si necesita curarse o algo así van a la cocina — señaló el camino por donde ellos habían venido. Era evidente que habían pasado por la cocina, ya que las mujeres estaban preparando la comida y el exquisito olor que salía de allí delataba la finalidad del salón ubicado en el extremo más lejano de la planta baja, ya casi al final de la edificación —. Pero no moleste mucho a Otilia que a vece se enoja por ná— Rió —. ¿Entendí?
— Sí, sí — respondió el joven que, luego de despedir a su guía, fué a buscar al resto de sus compañeros.
—Fuiiiiiii que es una señora casa — dijo Tomás, el más joven del grupo mientras miraba a su alrededor.
Si bien habían ingresado al sector de las casas pasando por el costado del edificio principal, igualmente se podía notar las grandes dimensiones de todo el lugar. Ya una vez dentro del espacio que les correspondía para dormir, Vicente comenzó a explicar al resto lo que le había dicho Pepe "el chico que se ríe siempre".
— ¿Escuela? — Se extrañó Javier mientras se sentaba en la cama y comenzaba a sacarse las botas de montar — ¿Y quién va a esa escuela? — preguntó.
—Parece que los hijos de los que viven acá — respondió Vicente mientras se encogía de hombros.
— Y, ¿dos comidas al día dan? — preguntó Mario un poco sorprendido, un poco feliz ante la noticia.
— También parece que sí — Volvió a asentir el jefe.
— Esto es realmente... increíble... — suspiró aliviado Javier mientras se recostaba en la cama.
La verdad que el grupo trabajaba hace mucho en varias fincas, siempre los lugares que les daban para descansar eran sucios y estaban en ruinas, aunque en ocasiones ni se les otorgaba uno y debían dormir a la intemperie, lo que realmente no les molestaba demasiado porque al fin su trabajo era llevar vacas de un lado del país a otro y siempre dormían bajo las estrellas, muy pocas veces un techo cubría sus cabezas y eso no les parecía tan terrible de soportar.
— Sí, todo muy lindo — escuchó decir a Tomás —, pero mi cama está rota — Y señaló a la madera más larga de la misma que une la cabecera con el pie.
Efectivamente la pieza estaba rota a la mitad y eso inutilizaba el mueble.
— Está bien, voy a preguntar dónde hay algo que podamos usar para arreglarla — suspiró Vicente mientras salía de la pequeña habitación para buscar a alguien que lo pudiera asesorar.
Para su sorpresa en el patio no había nadie, por lo que decidió caminar hasta la casa principal y buscar a alguien allí. Se detuvo en la segunda puerta a la izquierda, contando desde la entrada, al escuchar dentro un ruido. Golpeó despacio y escuchó la voz de la joven que lo había recibido indicándole que podía ingresar.
— Perdón que la interrumpa, señorita — dijo.
— Sí, está bien — respondió la muchacha sin apartar la mirada de unos papeles que estaba leyendo y llevando la taza que tenía en su mano derecha a sus labios para beber el líquido que había dentro —. ¿Qué necesita... — Ahí notó la presencia del nuevo empleado que era tan alto que casi llegaba al marco de la puerta y su pecho tan amplio que por poco debía ingresar de costado por la puerta al abrir solo una hoja de la misma —. Perdón señor Olavarría, no noté que era usted — La joven se puso de pie —. ¿En qué puedo ayudarlo?
— Está bien. Perdóneme a mí por interrumpir su descanso — Se disculpó aunque la actitud de que ella ni lo hubiese mirado al saludar lo hubiese molestado —, pero una de las camas está rota y quería saber dónde puedo encontrar elementos para repararla.
— Ah, bien — respondió Sofía mientras se acercaba a la puerta para salir. El muchacho se apartó para darle paso a ella primero y luego salir él de la habitación —. Allá — señaló un galpón grande que se podía ver detrás del quincho donde debían presentarse para comer — va a encontrar herramientas y materiales. Si alguno falta pregunte por Jerónimo y él lo terminará de asesorar.
— Muy bien — Agradeció el muchacho mientras se inclinaba y salía camino al lugar señalado.
La joven se quedó unos instantes parada allí, en la galería que era completamente abierta al patio interno, suspiró profundo y con una sonrisa dijo:
— Bueno, hora de trabajar — Se giró para subir las escaleras al primer piso donde se encontraba su habitación y la ropa necesaria para el trabajo que tenía planeado realizar