Irrumpiendo a través de la puerta de mi oscura habitación de hotel, mis pulmones ya no aceptaban aire en mi sistema. Todo el viaje de regreso se sintió como un sueño lejano, una pesadilla caótica. Tenía tanto dolor en el pecho, mi mente nublada por perder oxígeno en mi cerebro. Tropecé corriendo hacia la mesita de noche, chocando contra ella mientras abría el cajón en un tembloroso lío neurótico. Agarré el inhalador azul, abrí la tapa y me lo llevé a la boca. Dejé que el aire químico se expandiera en mi garganta, haciendo que un frío fluyera por mis vías respiratorias. Cerré los ojos y sentí que estaba tomando mi primera bomba de aire en años, por un momento dejé de temblar. Me senté en la cama y lo hice de nuevo, dejando que más aire cayera en cascada por mi garganta y dentro de mi cuer