bc

Bell: La Trágica Historia Familiar

book_age16+
10
FOLLOW
1K
READ
family
escape while being pregnant
inspirational
beast
drama
tragedy
no-couple
single daddy
small town
betrayal
like
intro-logo
Blurb

Shin es el fruto prohibido de la emperatriz de Komorebi y su sirviente, nada más y nada menos que un adulterio maldito. Antes de dar a luz a un par de gemelas, tuvieron que huir en una fría noche de invierno y abandona una de ellas dos semanas después, en el bosque de Komorebi. Por desgracia, su madre fue asesinada por su hijo Akihito, que en ese entonces tenía 14 años. Ese día, Shin, es encontrada por el fenómeno que habitaba en el bosque, quien le hizo un amuleto para mediar su monstruosa maldición.

Cuando Shin cumple 15 años, pide como regalo tener un amigo, sin importar su apariencia, pero... ¿Las consecuencias de su nuevo capricho serán buenas?

chap-preview
Free preview
Los hijos serán la imagen de ellos
Esta es la trágica historia de una noble familia del pueblo de Komorebi, que es bien sabida por casi nadie, incluso, quien sabe si alguna vez sucedió. No me pasará nada si intento contártela tal como yo también la escuché de mi abuelo, aunque puedo asegurarte que terminarás con más dudas de las que yo tuve tras escucharla. Es una historia algo vieja y también de las más recientes. Hace ya muchos años, en algún pueblo de j***n, para ser precisos, en Komorebi, vivía una noble familia con el apellido Showa, conformada por ambos padres de mediana edad, Hirohito, Nagako y sus siete hijos: Akihito, Masahito, Taka, Teru, Yori, Hisa y Suga. A pesar de que era una numerosa familia y que tuvieran cargos importantes dentro de la sociedad, el amor que nacía entre los nueve, era incondicional y único. Claro, como todas las demás familias estables, también tenían sus propios problemas, unos no tan importantes y otros un tanto… devastadores; cuando hablo de problemas devastadores, me refiero a aquel que tuvieron en el año 1935, cuando el emperador Hirohito cayó en cama debido a una terrible enfermedad mortal, posiblemente contagiosa. Antes de que su estado agravara a tal punto en el que mover sus extremidades fuera la tarea más difícil, tuvo la oportunidad de conversar con sus hijos por última vez. Todos se reunieron en los aposentos del emperador y su cónyuge; Akihito tomó asiento en el sofá de su padre, mientras que Masahito, en el banquito que ocupaban para recargar sus pies; Taka se encargó de cargar a Suga; Yori se sentó sobre el borde de la cama y Suga permaneció al lado de su madre. Su enfermo estado era notorio, no solo por la ausencia que creó con sus hijos más o menos un mes, su cara demacrada lo decía todo. Hirohito comenzó su desagradable noticia siendo directo, o algo así. Sus palabras se quedaron atoradas en su garganta cuando Akihito, un adolescente de 14 años y de muy mal carácter, mejor conocido como el hijo más grande de la familia, preguntó con impaciencia sobre el motivo de la reunión. Antes de poder proseguir con la tragedia, la bella Nagako no pudo contener las lágrimas; era del tipo de persona que reprimir sus sentimientos no era parte de su ser e incluso esto podría ser molesto o irritante en algunos casos. Cubrió su boca con su mano derecha para evitar que sus sollozos fueran fuertes y que alguno o todos sus hijos se preocupara o actuara de la misma forma. La primera en notarlo, fue Hisa; la pequeña niña de nueve años caminó hacia su madre y sobó con detenimiento su frágil espalda, que era cubierta por una extravagante bata para dormir. Por otra parte, el segundo hijo de ese noble matrimonio, Masahito, un muchacho de apenas 13 años y de escasas palabras que siempre procuraba guardar para el momento indicado, se aventuró a preguntar por el estado de su padre, entre un murmullo: —Pero esto tiene cura, ¿verdad? A decir verdad, ni Hirohito era capaz de responder a ello. Su silencio fue la respuesta. Asentir con la cabeza solo era dar esperanzas y negar de la misma forma, lo haría verse demasiado negativo. Sus ojos estaban llenos de melancolía y de una ilusión frustrada por los malestares de su enfermedad. Sabía que, si lloraba frente a sus hijos, las cosas se pondrían más mal de lo que ya estaban. La hija más pequeña de todos, Suga, una niña de llamativa inocencia, dejó de lado los brazos de Taka y a pasos pequeños, pero apresurados, se acercó a la cama, dejando reposar sus manos sobre el pecho de su padre, sonrió. — ¡Vas a recuperarte! Lo harás más rápido de lo que tardará Akihito en convertirse en un apuesto muchacho. —¡Oye! — exclamó Akihito. La incongruencia hizo juego con los pensamientos y las palabras de Hirohito, quien esbozó una suave risita y ocultó su inseguridad acariciando el cabello de Suga. —Me recuperaré. Volveremos a leer fabulosas historias tú y yo, juntos, todas las noches. ¿Qué piensas, Suga? Luego de esa conversación nocturna, las cosas cambiaron por completo; por la mañana, cuando vino un doctor a revisar el estado de Hirohito, los resultados no fueron del todo favorable; solo había dos palabras por decir: insuficiencia renal, agregando también con extrañeza la frase “¡Me sorprende, majestad! Para el estado en el que se encuentra, ya debía haber visto un médico con anterioridad”. El emperador recibió sinfín de tratamientos, que poco a poco fueron agotando física y mentalmente a su familia y al personal del castillo, en especial a Nagako y al sirviente personal de Hirohito, Koichi. El tiempo no esperaría a que Hirohito se recuperara, más bien, Nagako y Koichi. Algunos meses atrás, a las espaldas de su familia, ellos dos ocultaban un profundo romance que nació a causa de las conversaciones y la forma tan única con la que Koichi trataba a la emperatriz. El amor que se tenían los dos, los obligó a descuidar apropósito del emperador, a tal punto en que la personalidad de Nagako con su esposo, se vio afectada; no solo era dura o desinteresada con él, también le obligó a cambiar de habitación para evitar despertar cada dos o cuatro horas, debido a su tratamiento. El descuido de la salud de Hirohito lo llevó a empeorar y eso lo condujo a la muerte. El funeral del emperador no fue la prioridad de Nagako en ese entonces, pues le preocupaba más su propio estado físico. Hacía casi nueve meses que su cuerpo comenzó a tener cambios, sí, los cambios que una mujer embarazada suele tener. Su excusa para faltar al sepelio fue fingir una fiebre y Koichi se quedó a cuidarla, poniendo mil y una excusa para hacerlo. El problema que ahora tenían los dos era cómo podrían ocultar el pecado de aquella noche. El tiempo avanzó tan de pronto los anteriores meses, que hasta ahora fue cuando hicieron consciencia de ello. Ocultar el notorio vientre de Nagako no era tarea fácil. Koichi le dio la opción de matar al bebé que esperaba con ayuda de la maldición que él portaba; el problema sería que ella también saldría gravemente herida y que sus posibilidades de seguir sonriéndole tan vivaz eran casi cero. Cuando el vientre de Nagako ya era inevitable de ocultar, ambos decidieron huir del castillo una nevada noche, donde el frío era más violento que cualquier forajido. Su hijo Akihito dedujo lo que sucedía desde hace casi nueve meses atrás, sin embargo, se mentía a sí mismo, pues era incapaz de creer tales cosas y se sentía mal por pensar así de su propia madre. Por lo tanto, a la mañana siguiente de su escapada, cuando el frío se había calmado, el personal del castillo notó la ausencia de ambos. Akihito no tuvo otra opción más que externar frente a sus hermanos y los sirvientes, todas esas fantasiosas y horribles ideas que su mente creó a base de todo lo que notó. La búsqueda en todo el pequeño pueblo de Komorobi de aquellos traidores había comenzado. Dos semanas después de haberse fugado con éxito del castillo, Nagako dio a luz a una pequeña niña de cabellos lacios. Sus ojos eran un color miel tan brillante como el sol y su sonrisa era tan tierna y cálida como la de la primavera. Pero al parecer no era a la única a quien esperaban aquella mañana; un segundo bebé salió de ella, efectivamente eran idénticas, gemelas sería el mejor término para llamarlas. Su primer y preciado bebé había heredado la maldición de su padre. Ella había nacido abrazada de la muerte. Todo lo que ella tocase, comenzaba con su proceso de putrefacción. Mientras tanto, su segunda y hermosa hija parecía ser una niña librada de cualquier maldición. Ese mismo día, cuando cayó la noche, el ejército halló la pequeña choza en donde se refugiaba la pareja de enamorados y las dos niñas que nacieron de su obsceno amor. Antes de ser atacados, Koichi le ordenó a Nagako que huyera hacia el bosque, donde allí mismo, abandonó a la mayor. —Volveré por ti— juró Nagako con su otro bebé en brazos—, si es que salgo con vida. Nagako teniendo en brazos a la menor de sus hijas, salió del bosque apresurada, pero su mala suerte decidió hacer de las suyas, su hijo Akihito junto con al menos unos 100 soldados, quienes rodeaban esa parte del bosque, la esperaban con impaciencia. Sí, era una suma exagerada de personal, pero Akihito era tan exagerado que incluso hubiera llamado refuerzos. —Un mes... un mes sin rastro alguno de ti y de Koichi...—dijo Akihito con resentimiento en sus palabras— ¿Crees qué no nos dimos cuenta? Mamá... soy tu hijo. No puedes ocultarme nada. Al ser mi madre, te preguntaré con la poca consideración que me queda para ti: ¿Tienes algo qué decir antes de que dispare? —Sé que es algo tarde para pedir perdón— Los ojos de Nagako se llenaron de cristalinas lágrimas y miró a la gemela que cargaba en brazos—, pero quiero que cuides de la hija que tuve... Una lágrima cayó sobre el dormido rostro de su hija y cuando Nagako levantó su cabeza, le dedicó por primera y última vez una cínica y triste sonrisa a Akihito. Sin embargo, el resentimiento de Akihito era más fuerte que el remordimiento que podría sentir al apuntarle con el arma de fuego que cargaba entre sus manos y sin más, disparó hacia la cabeza de aquella mujer a la que alguna vez tanto amó. —Señor, ¿Hará caso a la última petición de su madre? —No. Su niño merece la muerte por ser el fruto de la traición a los Showa. quiero que muera de frío, de hambre o que el fenómeno del bosque lo devore de un bocado y que termine con su hambre después de comerse al bastardo de Koichi. Vuelvan todos adentro. Que el mundo aprecie la muerte de la traición hasta mañana por la mañana Después de esa cruda tragedia no se supo nada más de la gemela que fue abandonada en brazos de su difunta madre. Mientras tanto, pasaron algunas horas para que la gemela que fue abandonada en el bosque, fuera encontrada por un ser desconocido. Aquél ser era el famoso y más temido fenómeno del que todos hablaban en el pueblo de Komorebi. Una leyenda vieja que pasaba de generación en generación y que hasta la fecha, las barbaridades que cometía ese monstruo, helaban la piel de cualquier habitante. Ese fenómeno era tan alto como como un joven árbol de naranjas de al menos dos metros y medio; gran parte de su piel era escamosa y dura, adornada con marcas extrañas, únicas y llamativas; sus ojos eran verdes como las hojas de los arbustos con hortensias pero parecían no portar brillo alguno; su cabello era largo, igualmente portaba un matiz verde; sí hablábamos de sus dientes, sus colmillos eran largos y afilados, como si contuvieran un veneno capaz de asesinar a cualquiera de sus víctimas en cuestión de minutos. —Pobre criatura... —Pensó en voz alta el fenómeno tras ver a la niña— ¿quién te habrá abandonado? Parece que hoy tuve suerte, no tendré que desgastarme buscando el postre. La criatura tomó al bebé de la pierna, no era de esperarse que lo llevara de cabeza hacia su pequeña casa, era un inexperto cargando con delicadez a seres de menor tamaño. Su hogar era una choza de madera algo descuidada. Tenía bastantes muebles, claramente estaban todos desgastados, y algunos accesorios misteriosos que podría pensarse que pertenecieron a personas que fueron sus víctimas, o quizá, objetos que encontró tirados en la zona, o de alguna bruja o mago con los que pudo combatir décadas atrás. Él solo la dejó sobre la mesa, como sí se tratase de una cosa cualquiera. Justo cuando estaba decidido a devorarla de un sólo bocado, la pequeña criatura sostuvo el dedo índice del fenómeno, el cual, en poco tiempo, comenzó a sentir un fuerte dolor y rápidamente le arrebató su dedo. —¡¿Pero qué...?! — la criatura se alejó de un salto de la pequeña. No había explicación para la herida de la niña hizo en su dedo. Pensó que tal vez, sí devoraba a la niña, podría morir. Se sentó frente al bebé y le vio con hostilidad. —No puedo comerte... pero tampoco pienso dejar esta oportunidad... El fenómeno pensó durante un tiempo que hacer con la bebé. Consideró que sería un tremendo problema quedarse con ella, pero la sonrisa de la pequeña criatura parecía decirle que se quedara a su lado. El fenómeno no tuvo otra opción más que quedársela, pero ahora tenía otro problema: —Todos los humanos tienen un nombre, incluso yo y no soy uno de ellos… ¿Debería ponerte uno? —cruzó sus brazos—Ya que eres chica, será más fácil pensar en alguno. Debe ser un nombre corto para que no lo olvidemos los dos y podamos escribirlo. ¡Sí! un nombre con "S". Pasó por lo menos una o quizás dos horas. Éste se había quemado el cerebro pensando y en el último momento se le ocurrió un "buen nombre", según él. —Te llamaré Shin. Es corto, sencillo y lindo y creo que quedará con tu personalidad. Tal vez no era el mejor nombre y tampoco conocía para nada la personalidad de la pequeñita, sin embargo, el fenómeno estaba conforme. Sonaría extravagante cuando quisiera llamarla, debido a su fina y larga lengua de reptil que le permitía sobresaltar de más la "s" no solo al hablar. La noche estaba una vez más por morir. Ya era bastante tarde para que Izaro fuera a dormir, por lo cual, tomó la decisión de quedarse lo que restaba de la noche para observar a su nuevo integrante en el hogar. Trataba de notar todas o por lo menos la mayoría de las diferencias que nacían entre ella y él. Habían pasado décadas desde que el fenómeno había convivido por mucho tiempo con un humano. y de Hirohito, de nombre Yugen. ¿Pero qué sería del príncipe si se iba de su hogar sin más? Algo cliché para no tener una despedida dolorosa. Antes de partir, reunió a toda su familia. Nagako, su amada esposa, una mujer de cabellos tan oscuros como el interior del bosque por las noches de luna nueva, piel de porcelana y ojos grandes y marrones como la corteza de un árbol, era la única de los presentes que sabía las razones de la reunión. Hirohito comenzó su desagradable noticia siendo directo, o algo así. Sus palabras se quedaron atoradas en su garganta cuando Akihito, el hijo más grande de la familia, preguntó con impaciencia sobre el motivo de la reunión. Antes de poder proseguir con la tragedia, la bella Nagako no pudo contener las lágrimas. Cubrió su boca con su mano derecha para evitar que sus sollozos fueran fuertes y que alguno o todos sus hijos se preocupara o actuara de la misma forma. Su segundo e introvertido hijo de nombre Masahito era de pocas palabras, pero esta ocasión se aventuró a preguntar: —¿Solo será hoy? Volverás esta noche, ¿verdad? Hirohito negó con la cabeza firmemente, mentir a estas alturas no solo sería defraudar a su familia, también a su moral. Sus ojos mostraban melancolía. Hirohito sabía que, si lloraba frente a sus hijos, las cosas se pondrían más mal de lo que ya estaban. —Debes volver, papi ¡y con un nuevo cuento! — exclamó Suga, sonriendo. Era la más pequeña. —Voy a volver— afirmó Hirohito ocultando su inseguridad—. Quizá en un año o dos. Voy a escribirles cartas diario. Esa noche quizá fue la más triste para aquella noble familia. Nagako estaba triste por la partida de su esposo y los niños por la ausencia de su padre. El tiempo no esperaría con la familia Showa a que el príncipe volviera. Pasó alrededor de un mes y Hirohito era fiel a su promesa; las cartas que el noble mandó habían sido demasiadas y llenas de amor. Pero las bellas y dulces palabras del príncipe no eran las únicas que habían nacido a través de las hojas en ese tiempo. Un fuerte sentimiento de amor entre Nagako y Koichi, el fiel sirviente de los Showa, floreció Una noche estrellada como todas las demás, Koichi acompañó a Nagako a su habitación como habitualmente lo hacía y entre esa conversación nocturna que siempre tenían, antes de despedirse y reencontrarse a la mañana siguiente, el tema sobre su relación sentimental salió a flote, acompañado de promesas atrevidas e inimaginables por su clase social. Aquella vez, Nagako no pudo evitar darle la razón al atrevido hombre que llenó su corazón de amor. Ambos se volvieron uno mismo. El problema sería ¿Cómo podrían ocultar el pecado de aquella noche? El tiempo avanzaba cada vez más y ocultar el crecimiento del vientre de Nagako, no era tarea fácil. Koichi le dio la opción de matar al bebé que esperaba con ayuda de la maldición que él portaba; el problema sería que ella también saldría gravemente herida y que sus posibilidades de seguir sonriéndole tan vivaz eran casi cero. Cuando el vientre de Nagako ya era inevitable de ocultar, ambos decidieron huir del castillo una nevada noche, donde el frío era más violento que cualquier forajido. Su hijo Akihito hipotéticamente sabía lo que sucedía desde hace casi nueve meses atrás, por lo tanto, a la mañana siguiente, cuando el frío se había calmado, decidió confesar todo ante sus sirvientes y hermanos. La búsqueda en todo el pequeño pueblo de Komorobi de aquellos traidores había comenzado. Dos semanas después de haberse fugado del castillo, Nagako dio a luz a una pequeña niña de cabellos lacios. Sus ojos eran un color miel tan brillante como el sol y su sonrisa era tan tierna y cálida como la de la primavera. Pero al parecer no era a la única a quien esperaban aquella mañana; un segundo bebé salió de ella, efectivamente eran idénticas, gemelas sería el mejor nombre para llamarlas. Su primer y preciado bebé había heredado la maldición de su padre. Ella había nacido abrazada de la muerte. Todo lo que ella tocase, comenzaba con su proceso de putrefacción. Mientras tanto, su segunda y hermosa hija parecía ser una niña librada de cualquier maldición. Ese mismo día, cuando cayó la noche, el ejército había encontrado la casa donde ahora mismo se refugiaban Koichi y Nagako. Antes de ser atacados, Koichi le ordenó a Nagako que huyera hacia el bosque, donde allí mismo, abandonó a la mayor. —Volveré por ti— juró Nagako con su bebé en brazos—, si es que salgo con vida. Nagako teniendo en brazos a la menor de sus hijas, salió del bosque apresurada, pero para su mala suerte, su hijo Akihito junto con al menos unos 100 soldados, quienes rodeaban esa parte del bosque, la esperaban impacientemente. —Un mes... un mes sin rastro alguno de ti y de Koichi...—dijo Akihito con resentimiento en sus palabras— ¿Crees qué no nos dimos cuenta? Mamá... soy tu hijo. No puedes ocultarme nada. ¿Tienes algo qué decir antes de disparar? —Sé que es algo tarde para pedir perdón— Los ojos de Nagako se llenaron de cristalinas lágrimas y miró a la gemela que cargaba en brazos—, pero quiero que cuides de la hija que tuve... Una lágrima cayó sobre el dormido rostro de su hija y cuando Nagako levantó su cabeza, le dedicó por primera y última vez una cínica y triste sonrisa a Akihito. Sin embargo, el resentimiento de Akihito era más fuerte que el remordimiento que podría sentir al apuntarle con el arma de fuego que cargaba entre sus manos y sin más, disparó hacia la cabeza de aquella mujer a la que alguna vez tanto amó. —Señor, ¿Hará caso a la última petición de su madre? — preguntó el consejero real. —No. Su niño merece la muerte por ser el fruto de la traición a los Showa. quiero que muera de frío, de hambre o que el fenómeno del bosque lo devore de un bocado y que termine con su hambre después de comerse al bastardo de Koichi. Vuelvan todos adentro. Que el mundo aprecie la muerte de la traición hasta mañana por la mañana Después de esa cruda tragedia no se supo nada por el momento de la gemela que fue abandonada en brazos de su difunta madre. Mientras tanto, pasaron algunas horas para que la gemela que fue abandonada en el bosque, fuera encontrada por un ser desconocido. Aquél ser era el famoso y más temido fenómeno del que todos hablaban en el pueblo de Komorebi. Era tan alto como como un joven árbol de naranjas de al menos dos metros y medio; gran parte de su piel era escamosa y dura, adornada con marcas extrañas, únicas y llamativas; sus ojos eran verdes como las hojas de los arbustos con hortensias pero parecían no portar brillo alguno; su cabello era largo, igualmente portaba un matiz verde; sí hablábamos de sus dientes, sus colmillos eran largos y afilados, como si contuvieran un veneno capaz de asesinar a cualquiera de sus víctimas en cuestión de minutos. —Pobre criatura... —dijo el fenómeno tras ver a la niña— ¿quién te habrá abandonado? Parece que hoy tuve suerte, no tendré que desgastarme buscando el postre. La criatura tomó al bebé de la pierna, no era de esperarse que lo llevara de cabeza hacia su pequeña casa, era un inexperto cargando delicadamente a seres de menor tamaño. Su hogar era una choza de madera algo descuidada. Tenía bastantes muebles, claramente estaban todos desgastados, y algunos accesorios misteriosos que podría pensarse que pertenecieron a personas que fueron sus víctimas, o quizá, objetos que encontró tirados en la zona o de alguna bruja o mago con los que pudo combatir. Él solo la dejó sobre la mesa, como sí se tratase de una cosa cualquiera. Justamente cuando estaba decidido a devorarla de un sólo bocado, la pequeña criatura sostuvo el dedo índice del fenómeno, el cual, en poco tiempo, comenzó a sentir un fuerte dolor y rápidamente le arrebató su dedo. —¡¿Pero qué...?! — la criatura se alejó de un salto de la pequeña. Notó que su dedo estaba inexplicablemente herido. Pensó que tal vez, sí devoraba a la niña, podría morir. Sentó frente al bebé y le vio con hostilidad. —No puedo comerte... pero tampoco pienso dejar esta oportunidad... El fenómeno pensó durante un tiempo que hacer con la bebé. Pensó que sería un tremendo problema quedarse con ella, pero la sonrisa de la pequeña criatura parecía decirle que se quedara a su lado. El fenómeno no tuvo otra opción más que quedársela, pero ahora tenía otro problema: —Todos los humanos tienen un nombre, incluso yo, y no soy uno de ellos. ¿Debería ponerte uno? —cruzó sus brazos—Ya que eres chica, será más fácil pensar en alguno. Debe ser un nombre corto para que no lo olvidemos los dos y podamos escribirlo. ¡Sí! un nombre con "S". Pasó por lo menos una o quizás dos horas. Éste se había quemado el cerebro pensando y en el último momento se le ocurrió un "buen nombre", según él. —Te llamaré Shin. Es corto, sencillo y lindo y creo que quedará con tu personalidad. Tal vez no era el mejor nombre, pero el fenómeno estaba conforme. Sonaría extravagante cuando quisiera llamarla, debido a su fina y larga lengua de reptil que le permitía sobresaltar de más la "s" no solo al hablar. La noche estaba una vez más por morir. Suficientemente tarde para que Izaro fuera a dormir, por lo cual, tomó la decisión de quedarse lo que restaba de la noche para observar a su nuevo integrante en el hogar. Trataba de notar todas o por lo menos la mayoría de las diferencias que nacían entre ella y él. Habían pasado décadas desde que el fenómeno había convivido por mucho tiempo con un humano.

editor-pick
Dreame-Editor's pick

bc

Mi Mafioso Compulsivo

read
337.1K
bc

Sazón del corazón

read
164.7K
bc

Mi Amor Prohibido

read
301.4K
bc

Al Mejor Postor © (Fetiches I)

read
145.5K
bc

Almas gemelas

read
274.9K
bc

Olvida que te amo

read
465.3K
bc

Tras tus Huellas

read
35.4K

Scan code to download app

download_iosApp Store
google icon
Google Play
Facebook