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Valentina

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Blurb

¿Alguna vez te has sentido en la cúspide del mundo?

La vida suele enseñarte muchas veces de la forma más cruel. Valentina acostumbrada a tenerlo todo en la palma de su mano, tendrá que aprender a manejar la fortuna de su padre ¿Podrá ella aprender en tan poco tiempo? ¿Qué secretos se guardan en la mansión de los Cáceres? Valentina cree tenerlo todo ¿Alguna vez has sentido que tocas fondo? pero en vez de subir sigues cayendo. ¿Podrá el corazón de Valentina aprender a amar? ¿Podrá Valentina perdonarse a si mismo? El señor Daniel es un hombre adinerado, que consintió a su niña hasta más no poder, acostumbrándola a pisar y maltratar todo a su paso, reemplazando el cariño por dinero. La madre de Valentina, es una señora sumisa, no esta acostumbrada a tomar decisiones, o eso es lo que parece, hay un secreto en esta familia.

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Capítulo 1
Valentina esta descalza frente a un espejo de cuarenta centímetros, que solo deja ver su cuerpo por partes, se levanta un poco la franela rota que trae, y ve como sus costillas se están notando más de la cuenta, toca su rostro, con sus dos manos, agachándose un poco, sus mejillas están hundidas; en el pasado le hubiese gustado poder bajar de peso así de rápido, pero ahora la realidad es otra. Mira a un lado y hay un niño que está un poco acurrucado, sobre un colchón en el piso, es Luis el hijo de Valentina, el cual se acostó sin comer la noche anterior, aún en las mejillas de luis se notan las líneas por donde habían corrido las lágrimas. Valentina que hasta ahora había evitado llorar, le empiezan a correr igual un par de lagrimas gruesas, que se deslizan rápidamente hasta caer al suelo. Valentina siente en ese momento una impotencia y miedo, pues ya en su cuenta bancaria los ceros han desaparecido. La madre de Valentina acababa de morir y no pudo darle sana sepultura, pues el cuerpo fue donado al alma mater, por no tener los recursos para el sepelio. Valentina se mira al espejo nuevamente recordando el pasado, para ver en que momento de la vida falló, después que lo tenía todo, ahora no tiene nada. Nueve años atrás, Valentina se levanta de la cama como todos los días, su padre el señor Daniel le había comprado uno de estos despertadores modernos que había traído de sus vacaciones en Venecia; el despertador en vez de sonar colocaba música en tonos bajos empezando con clásica hasta que iba incrementando. Ya al momento que Valentina logró despertarse, un heavy metal estaba impregnando cada pared de la habitación. A través de las cortinas blancas se veía la claridad de la mañana, las paredes de un tono rosa suave contrastaba con la habitación de una jovencita de dieciocho años. Cuando los ojos de Valentina se abrieron completamente se pudo notar un azul intenso, que era como ver un paisaje hermoso en el bosque cálido. La joven levantó sus sabanas de seda de Habotai, dejando ver un hermoso cuerpo veraniego bien alineado, ya que su Richard su entrenador personal, se había encargado de moldear tan bello monumento, el cabello castaño claro de Valentina llegaba hasta donde terminaba su espalda, era completamente liso, la pijama que llevaba en ese momento dejaba ver sus pronunciados pezones sobresalir sobre sus senos firmes y naturales de una copa treinta y cuatro B; en su duro abdomen se marcaban las líneas de división, haciendo lucir muy sexy su cuerpo. La piel pálida de Valentina era lo menos que le gustaba, aún viviendo en el país caribeño, el sol parecía no hacer efecto en ella, y de vez en cuando se daba baños de bronceado. Valentina era el tipo de jovencita rodeadas de todos los lujos posibles, para ella no había un límite bancario, su padre el señor Daniel, era un empresario dedicado al ramo de joyas y piedras preciosas, la madre de Valentina, era una mujer sumisa, que solo hacía lo que el señor Daniel ordenaba, rodeada también por lujos y despilfarros, para las dos chicas del señor Daniel, nunca había un no de por medio. La puerta se abre de inmediato, Sofia una de las mucamas de la casa, entra a la habitación de Valentina corriendo las cortinas, el intenso sol entra a través de los cristales transparentes. —Sofia ¿Qué haces? —El señor de la casa, me mando hacerlo señorita, lo siento —dijo Sofia en un tono de disculpas, con la cabeza gacha, pues sabía el mal carácter que Valentina tenía. Valentina solo se limitó a ver de reojo a Sofia, salió corriendo, atravesando un largo pasillo, luego bajo unas escaleras, los techos de la casa eran muy altos, llegó a un gran vestíbulo, donde guindaban finas lámparas de cristales, toda el área estaba muy impecable. Valentina al llegar allí dudo en ir a la izquierda o a la derecha, luego de pensarlo por dos segundos se fue a la izquierda, y allí lo vio, el señor Daniel, tenía un aparato en la mano, era un teléfono inalámbrico muy sofisticado, que solo podían darse el lujo de comprarlo un grupo de personas selectivas, se llamaba teléfono celular; era un aparato capaz de llevarse guindado en tu cinturón o en una cartera si eras mujer. Estaba fuera de la casa en uno de los patios traseros, el agua de la enorme piscina de veinticinco metros reflejaba el majestuoso cielo azul, ese mañana, a su lado se encontraba una mesa blanca, con un sándwich de jamón de pavo a medio morder y un vaso lleno de jugo de naranja. El señor Daniel era un señor muy gordo, de unos ciento cuarenta kilos de peso, su cabello castaño oscuro cortado a la perfección mostraba un par de canas, tenía cuarenta y ocho años de edad, su piel era igual de pálida que la de Valentina, usaba un espeso bigote, lo que lo hacía ver mayor y una persona dominante, estaba vestido muy elegante, era difícil encontrar tallas perfectas para él, por lo cual tenía su propio diseñador, en su mano sostenía un cigarrillo blanco, el cual parecía estar a punto de consumirse. El señor Daniel se veía muy ocupado, pero eso no limito para nada a Valentina, le estaba gritando a alguien por el aparato inalámbrico en ese momento. vio que Valentina venía, lo cual cambió la expresión de su rostro, y bajó le tono de voz. Valentina para el señor Daniel, era su debilidad, no había algo sobre la tierra que el señor Daniel no pudiese conseguirle a Valentina. Valentina quedó frente a su padre, meneando el pie derecho, y cruzándose de brazos, lo cual obligó de inmediato a cortar su comunicación. —¿A que se debe este honor mi princesa? —¿Con quien hablabas? —dijo ella, su tono no era el mejor. —Con un inversionista de Tokio, pero nada más importante que tú — dijo el señor Daniel en el momento que golpeó en el aire como si una mosca se hubiese cruzado en su camino. —Sabes que tengo prohibido que el personal entré en mi habitación. —¿De qué hablas? —Ahhhhhh ¡Sabes de que habló! —Amor, sabes ahorita que estas terminando el primer año de medicina, no sé estaba pensando que tu y tus amigas se fueran a Francia una semana de vacaciones, lo estoy arreglando todo, ya que no acompañaste a tu madre y a mí a las vacaciones de Venecia —dijo el señor Daniel lanzando el humo del cigarro por encima de su cabeza. El señor Daniel, como comerciante que era, sabía muy bien como envolver a las personas, y a su propia hija; sabía muy bien como comprar a Valentina, pues así la había criado. —¡En verdad papá! —dijo Valentina mientras gritaba de emoción y brincaba de aquí para allá. En ese momento se abrió una puerta, y entró un jovencito, casi de la misma edad de Valentina; era Tomás un becario que había tomado el señor Daniel, por un convenio que recientemente se había implementado en el país: que todas las empresas privadas debían colaborar con los estudiantes egresados del INCES una escuela técnica; donde aprendían algún oficio. Tomás había aprendido el oficio de la electricidad, y había pedido pasantías en Joyas Daniel´s, los becarios solo cobraban la mitad del sueldo reglamentario, lo que hizo que el señor Daniel no dudara en contratarlo, pues fuera de su casa era un señor muy avaro. Tomás paralelamente estudiaba ingeniería eléctrica en la universidad pública autónomo de Valencia la Universidad de Carabobo, allí mismo estudiaba Valentina, pero no porque no pudiese pagar la mejor universidad de todas o la más costosa, no era así, pues la mejor universidad, era la misma universidad de Carabobo, para entrar allí debías tener el mejor promedio de todos, pues solo entraban dos o tres personas de cada preparatorio de la ciudad, o ser hija de papá y mamá y pagar un costoso cupo para entrar. —Buenos días —dijo Tomás mirando a Valentina, y luego sonrojándose. —Buenos días Tomás —dijo el señor Daniel, haciendo el ultimo suspiro a su cigarrillo —¿Cuántas veces te he dicho que me esperes en la camioneta? —Oh, si lo siento señor, sólo quise entregarle esto. Valentina mira a Tomás en ese momento, el no era para nada feo, su cabello rubio resplandecía en ese momento con el sol del jardín, combinando su mirada felina, de sus grandes y bellos ojos amarillos, su cuerpo era muy musculoso, parecía un obrerito muy apuesto, pero lastima que es pobre, pensó Valentina; eso para ella era hacerle la cruz, pues nunca se fijaría en alguien así. Su padre no parecía preocuparse de las miradas entre estos dos, pues conocía los gustos de su pequeña hija consentida, sin embargo, había algo que lo estaba incomodando. —Cielo, por favor anda a cambiarte, para que Tomás te lleve a la universidad. Valentina, no dijo más nada, solo miró una vez más a Tomás con ojos de desprecio y desapareció de la vista. —Ya sabes cuando salga Valentina de la universidad, la traes a casa, llévate la camioneta y ya sabes las cuidas ¿Por qué si no? —La pagaré con mi sueldo —repitió Tomás en ese momento como si fuese el himno de todas las mañanas. —¿Y por cuanto tiempo la pagaras? —Por el resto de mi vida, ya que mi sueldo de un año, no alcanza ni para un solo caucho. —Muy bien, anda y espera en la camioneta, hasta que salga Valentina, estos jóvenes de ahora, en mi tiempo no me daban tiempo para estudiar, becarios, el coño de tu madre —dijo el señor Daniel al abrir el sobre que Tomás le había entregado, tenía el emblema de la clínica Guerra Méndez —¿Viste el contenido de la carta? —le dijo a Tomás, con un tono amenazante. —No señor ¿Cómo creé? —De ustedes puedo esperar cualquier cosa, ahora vete, no le menciones a nadie nada de lo ocurrido. El señor Daniel, se quedó con la boca abierta, Tomás se desapareció de su vista en ese momento. era un informa de el doctor Blas, un oncólogo muy reconocido entre los hombres adinerados de la ciudad. Sr. Daniel Cáceres. Doctor Félix Blas. Oncólogo. 1 0 de septiembre 1 9 8 7. Refiere inicio de enfermedad actual en mayo mil novecientos ochenta y seis cuando comienza a presentar disnea la cuál fue aumentando progresivamente, por lo que acude a médico internista en donde solicita diferentes estudios de laboratorio y radiografía de tórax. Se observa en este último realizado el veinte de julio de mil novecientos ochenta y siete, derrame pleural derecho, el cual ocupa todo el hemitórax. Es evaluado por neumólogo quien efectúa toracocentesis diagnostica y terapéutica, extrayendo dos litros de líquido cetrino, cuya citología N° 0 3-5 4 7 señala presencia de células malignas. Las ultimas palabras retumbaban en la cabeza del señor Daniel en ese momento; su mundo comenzó a derrumbarse lentamente, aparte de vivir esto, debía contarles a su esposa e hija, las tendría que hacer pasar por todo ese trago amargo. Miró a un lado, y en su mano se encontraba su asesino, el cual soltó rápidamente, cayendo al suelo lentamente su cigarrillo, en cámara lenta, al parecer el tiempo se había detenido para el señor Daniel. La respiración empezó a fallarle, hasta hace un momento, se encontraba muy enérgico y vigorizado, pero después de esta noticia, el pecho empezó a dolerle rápidamente. El señor Daniel cayó al suelo. Una sirena se escuchó, solo a los minutos, pues era una ventaja de tener dinero en el país venezolano. Valentina se encontraba llorando, los paramédicos llegaron rápidamente, dándole recitación, pasaron quizás diez minutos, mientras los hombres vestidos de blanco luchaban por salvarle la vida al señor Daniel. Las uñas de Valentina se habían terminado, Tomás se encontraba con su mano por encima de su hombro, ella estaba recostada a él, en ese momento no parecía importarle. Después de unos minutos más el señor Daniel despertó y Valentina cayó al suelo de rodillas, sollozando. La señora Yajaira que había salido llegó en ese momento, su expresión era de terror, iba vestida muy elegante, cuando vio a Valentina se acercó a ella, pero corrió a la camilla donde transportaban al señor Daniel, el cual acababan de colocarle oxigeno; el levantó el brazo, quitando las lagrimas de las mejillas de su esposa y sonriendo, como si nada estuviese pasando. Las puertas se abrieron, cuando la ambulancia entro al patio por la puerta trasera, y montaron a el señor Daniel, Valentina corrió rápidamente a la ambulancia. —Solo puede ir un familiar, la señora Yajaira estaba montada ya encima, con un pañuelo en sus ojos. —No te preocupes, yo iré detrás de ellos todo el tiempo, puedo llevarte —le dijo Tomás, con una voz calmada y tranquila. —los ojos de Valentina se encontraban empapados totalmente de lágrimas. Tomas sacó un pañuelo de su bolsillo, estiró el brazo y se lo entregó a Valentina. —¿Qué te crees? ¿Mi novio o mi amigo? —dijo ella batiendo el pañuelo, el cual cayó al suelo. —No. —¡Pues claro que no! ¿Qué te crees? ¿Qué me ibas a tratar como si fuésemos iguales? —Señorita yo solo quería… —Tu aquí no quieres nada, que no se te ordene y ahora ¡anda y busca la camioneta chofer! ¡muévete que haces viéndome así! Tomás se dio la vuelta rápidamente obedeciendo a Valentina, y no fue capaz de renunciar en el momento, pues él sabia que ella estaba herida, que sentía miedo y así no sería capaz de dejarla sola, y aunque le habían dolido las palabras que dijo, el aún seguía amándola, como el primer día que la vio. Llevaba ocho meses trabajando para el señor Daniel, desde que había salido del INCES, y gracias a su alto índice académico había sobresalido en su preparatorio pública, él no conoció a Valentina sino treinta días después que se la encontró en la Universidad; era la mujer más bella que había visto jamás, fue un flechazo directo, ese día ambos se fueron a inscribir, el salón se encontraba vacío, solo estaban los dos, ella no llevaba una pluma para escribir, el llevaba dos, usaron los mismos asientos, llenaron las mismas planillas, fueron unos minutos donde compartieron risas, sin saber que eran de diferentes clases sociales, cuando se dieron las manos, los dos sintieron una gran chispa, pero todo cambió, cuando ella lo vio trabajando con su padre, se dio cuenta que solo era un lame botas más, sin éxito, sin futuro. Así que lo desecho sin más, así como acababa de tirar el pañuelo al suelo. Tomás aún guardaba las esperanzas de que ella se fijara algún día en él, pero luego del paso de los meses, lo fue tratando con mas indiferencia. Ya toda la universidad sabía que él era su chofer, y por los pasillos le gritaban allí viene el chofer; a él eso no le importaba en lo más mínimo, estaba muy seguro de donde venía, no tenía que estar mintiéndolo a nadie. Luego de buscar a la camioneta, manejó por la autopista Naguanagua Valencia, hasta llegar a una de las mejores clínicas reconocidas del país, la clínica Guerra Méndez, Tomás se bajó rápidamente al estacionarse, abriéndole la puerta de la camioneta a Valentina, y estiró la mano para ayudarla a bajar, pero ella solo lo ignoró, bajándose rápidamente. Cuando ella se perdió de su vista, el lanzó la puerta de la camioneta, y subió a los minutos por el ascensor, hasta que llegó al área de recepción. —Señorita —le dijo a una mujer vestida de blanco que estaba en un cubículo con una maquina de escribir frente a ella, tecleando tan duro como si en cualquier momento se fuera a reventar alguna tecla —Me podría indicar ¿Dónde se encuentra el señor Daniel Cáceres? —Hola joven —la aptitud de la mujer cambió al ver al joven tan bien vestido frente a ella —¿familiar? —Soy un empleado del… —Me temo que no puedo darle información —dijo la mujer interrumpiéndolo sin verlo a los ojos nuevamente al escuchar la palabra empleado, pues parecía que en esa clínica se catalogaba por cobrar hasta el aire que se respiraba en los pasillos. Daniel se dio la vuelta para marcharse cuando a los lejos vio a Valentina, con su vestido rojo y sus zapatos blancos, estaba a lado de su madre. Trató de pasar a través de la puerta, pero un hombre que estaba parado allí lo detuvo. —¿Hacía donde se dirige señor? —Tengo que hablar con la señorita Cáceres? —¿Es familiar? —Soy el chofer… —Un momento. El hombre caminó a donde estaba Valentina, la cual venía dando zancadas apresuradas. —¿Qué quieres? —dijo ella con su voz de desprecio. —Si necesitas algo… —Claro, permanece en el vehículo, si te necesito te mando a buscar ¡no tienes nada que hacer en este lugar ¡vete! Tomás se fue con la cabeza gacha, Valentina caminó a donde estaba su madre, la cual, un pañuelo le cubría la mayor parte de su rostro. La madre de Valentina, era una mujer de cuarenta y cuatro años, muy sumisa, de un matrimonio arreglado entre dos familias de dinero, los Cáceres y los Sanz, eran dos de las principales familias con más riquezas de Valencia, y para ese entonces no dejarían que el dinero se repartiera, los abuelos de Valentina decidieron juntar las dos familias. La señora Yajaira a diferencia de Valentina y el señor Daniel, era un poco mulata, pero de genes suaves, era el tipo de persona que, si le decían que se quedara allí, tenían que venirla a buscar después porque no era capaz de moverse por sí misma. La puerta del quirófano se abrió rápidamente, El doctor Blas salió en ese momento, su piel pálida denotaba que no traía un buen presagio consigo en ese momento.

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