Capítulo 1
-¿No preferiría quedarse aquí, señorita? -dijo Grace, la ayudante de cámara. -Su padre siempre ha dicho que esas fiestas son muy aburridas.
La mujer comenzó a abrocharle el corsé nuevo que se había comprado para la ocasión, pero con una lentitud poco habitual en ella.
-¿Cómo puedes decir eso? -protestó Margaret frunciendo el ceño-. Llevo años queriendo asistir a una, desde que tengo uso de razón. Tú no has estado ahí cuando papá me ha dicho que sí podía ir, deberías haberme visto, estaba eufórica.
Nada más saber que su padre le permitía asistir a una de las fiestas convocadas por su vieja amiga, la marquesa de Ruttland, pidió un carruaje para ir de compras a las mejores tiendas, incluso contrató una modista para que le hiciera un vestido a medida.
Qué ilusión le hacía. Podría tener el honor de hablar con altos títulos nobiliarios y sus esposas, debatir sobre temas de actualidad y compartir opiniones sobre libros y óperas, que a pesar de haber asistido tan solo unas pocas veces, ésas le habían encantado. Estaba nerviosa, por supuesto, pero confiaba en que todos entendieran su falta de experiencias en eventos sociales debido a sus circunstancias. Hacía apenas unos meses que tanto ella como su padre habían abandonado el luto por la muerte de su madre, por eso Margaret no fue presentada en sociedad a su debido tiempo.
Se miró el espejo mientras Grace acababa de vestirla. Su traje no era nada pomposo ni estaba sobrecargado de elementos decorativos, un sencillo pero elegante vestido de satén color cían, con algo de encaje en el escote y en el borde de las mangas colocado discretamente. Siempre respetando las normas de decoro, se aseguró de que su vestimenta no dejaba al descubierto más piel de lo necesario, sino, su padre le prohibiría ir y eso no podía permitírselo.
Lo último que necesitaba era estar en las bocas de toda la alta sociedad. Aunque, pensándolo mejor, ¿por qué tendrían que fijarse en ella? No era nada más que la hija de un antiguo cargo militar, y comparado con la cantidad personas importantes que habría en la fiesta, pasaría desapercibida.
-Ya verá, señorita, que cuando esté allí querrá marcharse. No es nada emocionante, se lo aseguro.
Entonces notó como el corsé le oprimía demasiado el pecho. Margaret puso los ojos en blanco y se giró bruscamente hacia ella.
-¿Por qué las odias tanto? -preguntó la joven poniendo las manos sobre sus caderas e ignorando la presión sobre su torso.
Grace guardó silencio por un instante, mientras intentaba encontrar una respuesta acorde con la persona que tenía delante, eso le hizo aflojar las cintas y ella pudo respirar con más normalidad.
-Es que, dicen que va a ir ese conde del que habla todo el mundo. -le dijo en voz baja.
Algo que se les daba especialmente bien a los criados era la capacidad para conseguir información. A Margaret la habían advertido varias veces de que tuviera cuidado con lo que decía o hacía delante de ellos pues enseguida cuchicheaban y una noticia cualquiera empezaba a circular por Londres. Sin embargo, confiaba en Grace. Llevaba en su familia muchísimos años y nunca había ocasionado ningún problema, y aunque no conocía tanto a los demás sirvientes,estaba segura de que no inventaban nada acerca de ella o su padre. Cuando su madre murió, Grace prácticamente ocupó su lugar, nunca dejó que a la muchacha le faltara de nada en cuanto a cuidados maternales se refería.
-¿Qué conde? -quiso saber, yendo hacia su tocador.
-Ese tal... Norfolk. -contestó nerviosa.
Margaret se detuvo intentando recordar ese nombre, pero no lo consiguió, puesto que no lo había oído nunca. Ni ese ni ningún otro, su padre nunca le contaba nada, y apenas salía de casa nada más que para compras o pasear con sus amigas de vez en cuando e ir algún salón de té. Pero nunca nadie había hablado de él, o puede que sí y ella no hubiera prestado atención.
-Dicen... -continuó Grace- que es un mal hombre, y que se aprovecha de las mujeres.
-No debes creerte todo lo que dicen por ahí. Seguro que ese tal Norfolk es tan solo un hombre que se pasa las noches en su club, y solo por el hecho de que llegue tarde a casa la gente ya empieza a comentar escándalos de toda clase.
Se echó un último vistazo para comprobar que todo estaba en regla. Bien, seguro que su padre ya la estaba esperando hacía más de una hora. Debía estar en la biblioteca revisando viejos papeles u hojeando algún que otro libro de aventuras. Nunca se cansaba de ellos, aunque los hubiera releído más de diez veces cada uno.
-No sé yo, señorita. -volvió a insistir Grace.- Tenga cuidado, si por lo que fuera se lo presentan o se cruza con él, aléjese.
-Si me lo presentan, lo saludaré como es debido. No pienso huir de nadie solo porque haya gente a la que le guste hablar de los demás.
-Entonces, prométame que no va a quedarse a solas con ningún hombre. -se atrevió a decir.
-¡Grace! ¿Cómo puede ser que me veas capaz de algo así? -preguntó sorprendida.- Voy a estar todo el tiempo en el salón principal, y como mucho papá me llevará a dar una vuelta por los jardines. Él nunca permitiría que me quedara sola con un hombre. -hizo una pausa para mirarla a los ojos mientras la cogía de los hombros- Te preocupas demasiado.
Grace no solo le había dispensado los cuidados propios de una madre sino que parecía tener sentimientos maternales hacia la joven. Ella había estado con Margaret todos los días desde el fatídico momento en que la señora Hamilton los dejó, arropándola y protegiéndola de aquellos fantasmas que solo se temen en la infancia.
Era una mujer regordeta, bajita y con la palabra amor dibujada en la cara. Sus mejillas siempre estaban sonrosadas y su piel era muy pálida. Tenía una sonrisa acogedora, el rostro redondo y las arrugas que lo surcaban le daba un aspecto más familiar y hogareño. Pero cuanta más libertad le daba su padre, más sobre protectora se volvía ella, y aunque en parte Margaret lo entendía, a veces era tedioso repetirle que sabía cuidarse sola y que ya no era una niña.
-Si le pasara algo... -comenzó a decir Grace.
-No va a ocurrirme nada, créeme. Puede que tengas razón. -le dijo para calmarla- puede que sea terriblemente aburrida y a las dos horas ya esté de vuelta.
Eso consiguió sacarle una sonrisa que enseguida contagió a la joven. Era puro encanto.
Margaret se colocó el echarpe sobre los hombros y se dispuso a salir.
-Está preciosa.-oyó decir a la mujer detrás de ella.
La señorita se giró para agradecerle con la mirada el cumplido, antes de bajar las escaleras y subirse al carruaje. A pesar de todo lo que le había dicho, seguía con las mismas ganas de asistir a esa fiesta y sumergirse en el ambiente de la alta sociedad. Aunque, debía admitir, que sí le picaba un poco la curiosidad sobre ese conde, el tal Norfolk.
¿Qué podía esperarse de una chica que se había pasado la mayor parte de su vida recluída en casa? Se sentía ávida de curiosidad y nuevas sensaciones. Nunca había sido una persona temeraria, tan solo quería experimentar en la medida de lo posible todo aquello que aún no había descubierto. Exprimir esa noche con fuerza para tenerla siempre grabada en la memoria. Ver, oír e incluso tocar, si le estaba permitido. Grace se preocupaba en exceso. ¿Qué peligros podía haber en un baile?