A MI ME GUSTAN MAYORES

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Blurb

Soy Dory y Arnold Grenwich es territorio prohibido para mi…

Hay un millón de razones por las que no puedo ceder a la atracción magnética entre nosotros, pero ¿la más importante?

Él es el padre de mi mejor amiga.

Armado con un agudo ingenio y un sarcástico sentido del humor, he mantenido mi corazón encerrado detrás de muros inquebrantables, desviando cada mirada furtiva y cada palabra tentadora que él me lanza.

Y funciona...

Una noche fatídica, mi mundo se hace añicos, dejándome a la deriva y completamente sola. Justo cuando creo que lo he perdido todo, Arnold interviene, no como el encantador adversario con el que me he enfrentado, sino como el salvador que nunca esperé.

Su solución a mi caos es simple, impactante e imposible de resistir: casarme con él mediante un contrato. Una sola promesa para solucionarlo todo.

Pero este frágil acuerdo viene con una regla, una verdad que no puedo olvidar:

Arnold Grenwich no es mío para aferrarme a él. ¿O ÉL ES MI DESTINO?

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UN HOMBRE MUY SEXY
Fue más fácil cuando pude observarlo desde lejos. Tenía demasiadas de las cualidades que yo encontraba irresistibles. Su altura logró hacerme sentir pequeña y femenina en comparación. No fue tarea fácil ya que medía poco más de cinco pies y nueve pulgadas. El cabello de Arnold siempre parecía como si alguien acabara de pasar sus manos por él. Los pocos hilos de plata hacían que su rostro pareciera más joven de alguna manera, ya que no parecía haber envejecido mucho más allá de los veintitantos años. Tenía la boca llena, con el labio inferior un poco hundido en el medio. No sabía cuántas veces había fantaseado con lamerlo. Esa boca pecaminosa se curvó en la esquina y supe que me había pillado mirándolo. —¿Ves algo que te guste?— Intenté fingir indiferencia. La verdad es que había pasado un tiempo desde mi última cita, y aún más desde mi última relación. Cuando estaba a solas con Arnold, lo cual intentaba evitar la mayor parte del tiempo, recurría a las burlas para mantenerlo a distancia. Había muchas maneras de mantener a la gente a distancia. La única persona a la que había permitido entrar en mi burbuja era Emily, y eso tenía mucho que ver con el hecho de que ella me necesitaba. No es que no necesitara el vínculo emocional, porque lo hice mal, pero mientras ella me necesitara no era probable que me alejara. Desde que encontró a Bryan, me estaba volviendo loco. Aun así, confiaba en ella, pero ser la tercera rueda no era suficiente para mí. Arnold me atrajo hacia mí con su mirada verde dorada. Ya no era una chica de dieciséis años y sabía cuánto dolía su tipo de amor, el no correspondido. Así que se le permitió entrar en mis fantasías, pero nunca en mi corazón. Si alguna vez cambiara de opinión y volviera a dar ese salto, no sería el primero en enamorarme. Empujé su hombro y puse los ojos en blanco. —Tú eres quien toma mi mano. ¿Vas a bostezar a continuación para rodearme con tu brazo?— Soltó mi mano y por un segundo me enojé conmigo misma y con mi estúpida boca por perder ese pequeño punto de contacto. Tuve que recordarme a mí misma que él no era el tipo de hombre con el que me permitía salir. Había reglas muy estrictas por las que vivía mi vida. No tuve relaciones sexuales con un hombre con el que no había estado saliendo durante algunas semanas. Teníamos que tener objetivos similares y tener potencial para una relación a largo plazo. No salí con hombres de los que no podía alejarme, pero traté de encontrar hombres con los que quisiera quedarme. Aunque pensaba que el amor no estaba en mis cartas, eso no significaba que me opusiera al compañerismo. El resultado fue que había tenido tres novios desde mi desastrosa relación con Mervin. La primera relación fue hacia el final de la escuela secundaria. Nos llevábamos bastante bien, pero no me importaba lo suficiente como para intentar que una relación a distancia funcionara cuando nos aceptaron en diferentes universidades. Tuve otra relación cuando comencé la universidad y duró la mayor parte del tiempo que estuve en Stanford. Pero, alrededor del último año, cuando todos estaban pensando en su siguiente paso, me di cuenta de que él no era mío. Mi última relación fue poco después de regresar a Seattle. Pensé que estaba siendo más atrevido. No era como los otros dos, que eran muy serios y francamente aburridos. Pensé que el chico número tres era un artista y un hombre de negocios, pero resultó que a él realmente le gustaba fumar marihuana. Una vez que encontró algunos inversores, abrió un dispensario de marihuana. Su personalidad de artista desapareció, junto con el resto de mi interés en él. Eso fue hace tres años. Tuve innumerables citas durante ese tiempo, pero la mayoría de ellas ni siquiera pasaron toda la noche, y mucho menos a una segunda cita. Intenté decirme a mí misma que era sólo una coincidencia que Mervin regresara al mismo tiempo, pero era un mentiroso horrible, incluso consigo mismo. Mi puerta se abrió y casi salté de mi asiento. No había notado que Arnold abrió su puerta o rodeó el auto para pararse cerca del mío. —Sigo perdiéndome dentro de esa cabeza tuya. Entremos y podrás decirme qué está pasando, pero después de que encontremos algo seco para que te pongas—. Tomó mi mano nuevamente y me ayudó a bajar del auto. Casi suspiré con el regreso del contacto. Tres años fue demasiado. Podría tener que considerar cambiar un poco mis reglas, o podría hacer algo malo como atacar al atractivo padre de mi mejor amiga. Él me sonrió. —Háblame de estas reglas—. Sentí que mis ojos azules se agrandaban y probablemente parecía un hada sorprendida con mis ojos demasiado grandes y mi peinado —¿Cuánto de eso dije en voz alta?— —Suficiente. Así que sólo conozco a un amigo tuyo—. Levantó ambas cejas y supe que no iba a dejarlo pasar. —Obviamente estoy delirando. Estuve sentada afuera bajo la lluvia preguntándome dónde iba a dormir y luego mi exnovio me enfrentó sin la capacidad de cerrarle una puerta en la cara como siempre había fantaseado—. La curva burlona de su boca se hundió y apareció la arruga entre sus ojos. No habló mientras me llevaba hacia el grupo de ascensores. También vivía en un ático, pero era mucho más sencillo que el lujoso apartamento de Arnold. Estaba decorado con cálidos muebles de cuero marrón y tenía paredes de un suave color verde. Tenía plantas por todos lados y no podía dejar de mirarlo. —¿Quién eres?— Yo pregunté. Aparentemente el control que tenía sobre mi lengua había desaparecido con la lluvia. Apartó un mechón de pelo enredado y fibroso de mi cara. —Eso es algo que me he estado preguntando mucho últimamente—. Entré a la sala de estar y la cocina de concepto abierto del espacioso departamento de Arnold. Esperaba que anoche me interrogara sobre mi apartamento y Mervin, pero me dio el espacio que tanto necesitaba. Esta mañana iba a ser una historia diferente. Se sentó en la encimera de la cocina, fingiendo leer el periódico y bebiendo una taza de café. Había otra taza esperando cerca de la máquina y mi crema favorita esperándome. —¿Dormiste bien?— preguntó. —Mucho mejor que en un banco bajo la lluvia—, respondí mientras terminaba de preparar mi café. Arnold dejó el periódico y centró toda su atención en mí. Giré los hombros hacia atrás y enderecé la columna hasta que estuve en toda mi altura. Dio unas palmaditas en la silla a su lado. —Ven y únete a mí—. No podía bajar la guardia. Estar a la defensiva fue instintivo para mí. En lugar de cumplir con su petición perfectamente normal, levanté la barbilla y me quedé de pie en medio de la cocina. Exhaló y se levantó de su asiento. Cada paso que daba hacia mí, yo retrocedía uno hasta que logré atraparme entre la esquina del mostrador de la cocina y el cuerpo muy grande y muy duro de Arnold. Sin decir una palabra, tomó la taza de mi mano y la dejó sobre la encimera.

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