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EL YERNO DESPRECIADO

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EL YERNO DESPRECIADO: DE LA POBREZA A LA RIQUEZA

Una bofetada...

¡La quinta bofetada!

—Te lo advierto una vez más, no te compares con mis perros, ¡o sufrirás!

—¿Cómo puedes tratarme así?

—Como yerno, debes actuar de acuerdo a tu estatus. Debes obedecerme, de lo contrario, sal de esta casa. ¿Lo harás?

—Yo...

—¿Sí?

—Sí, puedo.

—Alimenta a mis perros, y luego vete. ¡No dejes que se mueran de hambre!

—Sí, mi señora...

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Capítulo 1: El Comienzo
Bofetada. La bofetada resonó en la cara de Joe Smith con un sonido nítido. Era la tercera vez que Joe recibía una bofetada hoy. La que lo abofeteó fue nada menos que la nieta de la familia Andrew, Nicole Andrew; la fuerza de la bofetada mostró su impecable forma y apariencia. —¡Cariño, lo siento, me he equivocado! Bofetada. Esa fue la cuarta bofetada. —Te he dicho que no me llames cariño delante de los demás. Llámame señorita. —¡Pero... pero aquí no hay nadie más! Nicole señaló a los dos perros que estaban a su lado: —¿Y ellos? —Sí... pero son perros. —Ni siquiera delante de un perro. —¿Acaso no soy tan bueno como un perro en tu corazón? Bofetada. ¡La quinta bofetada! —Te lo advierto una vez más, no te compares con mis perros, ¡o sufrirás! —¿Cómo puedes tratarme así? —Como yerno, debes actuar de acuerdo a tu estatus. Debes obedecerme, de lo contrario, sal de esta casa. ¿Lo harás? —Yo... —¿Sí? —Sí, puedo. —Alimenta a mis perros, y luego vete. ¡No dejes que se mueran de hambre! —Sí, señorita. Cuando Nicole salió, Joe se tocó la mejilla y sonrió con satisfacción. —Diez bofetadas ayer, cinco hoy. Genial, estoy progresando. Sigue trabajando duro, y tendrás sexo con ella en poco tiempo, entonces... ¡Hazla sufrir lo que yo he sufrido! Hace un mes… Joe sintió que su nombre era totalmente una broma. Era parecido a Joy, alegría en inglés, pero la vida nunca le dio alegría alguna. Nada en absoluto. Era huérfano y creció en un orfanato. Esto por sí solo ya era bastante miserable, pero la vida parecía ir en su contra, y después de arrojarlo al suelo, la vida lo pisaba sin piedad. Y lo pisó varias veces. A los tres años, se cayó del segundo piso de un edificio y se rompió varios huesos, lo que casi le costó la vida. A los seis, se cayó en un pozo abandonado detrás del almacén del orfanato y casi se ahoga.   A los nueve, le mordió un perro salvaje y tuvo que recibir la vacuna contra la rabia, sin que nadie estuviera a su lado. Cuando tenía doce años, el orfanato se incendió y él quedó atrapado dentro. Si no hubiera sido por una fuerte lluvia repentina, se habría quemado vivo. A los quince, le cayó un rayo. Tras una intensa reanimación cardiopulmonar, finalmente salvó la vida, pero con una cicatriz de veinte centímetros en la espalda. A los dieciocho, le —echaron— del orfanato porque ya era mayor de edad. Aunque sentía pánico por el mundo exterior, seguía teniendo un rastro de fantasía y expectación por él. Después de todo, estaba a punto de empezar una nueva vida. ¿Cómo podría ser peor? ¿Era peor que aquel orfanato que era como una prisión? Por desgracia, lo que ocurrió después demostró que la situación había empeorado. Los sueldos eran muy bajos, los compañeros le acosaban, no tenía dónde vivir y nadie se ocupaba de él. Al menos había comida para comer y una cama para dormir en el orfanato. Pero ahora, ni siquiera tenía eso. Pero todo esto no era nada para él. Aunque era muy duro, al menos se sentía libre. Joe solía dormir bajo un viaducto. Todo el mundo parecía dejarle en paz; sin embargo, no fue hasta una noche de invierno nevada en la que le robaron los pocos dólares que le quedaban, cuando se dio cuenta de que incluso los indigentes tenían su propio —territorio—. Esa noche era víspera de Año Nuevo. Sentado al borde de la carretera, con la nariz morada y la cara hinchada, escuchó los petardos y miró el cielo lleno de fuegos artificiales, riendo hasta que las lágrimas corrieron por su cara. Desde entonces, había vivido una vida miserable como un pobre perro. Había pensado en acabar con su vida y se había subido muchas veces a la azotea de un edificio alto. Pero cada vez que miraba a la bulliciosa ciudad y a las interminables multitudes, sentía que era un poco inútil morir tan fácilmente. —Sólo trata de seguir vivo. Tal vez haya un cambio pronto —Se consolaba a sí mismo. Aunque sabía que todo era mentira. Cuando cumplió veintiún años, conoció a la primera persona en su vida que se preocupó por él. Fueron los dueños de un pequeño restaurante; la pareja acogió a Joe y le dio comida, alojamiento y una pequeña cantidad de dinero para el bolsillo. Aunque a menudo miraban a Joe como si estuvieran mirando a su presa, Joe seguía sintiéndose agradecido y sentía que todavía había gente buena en el mundo. Hasta que un día, el jefe le dijo con mucho tacto que esperaba que Joe se casara con su hija y se convirtiera en su yerno. A cambio, le darían este pequeño restaurante a Joe. Él se negó con mucho tacto, diciendo que todavía era joven y que no quería pensar en el matrimonio por el momento. La verdadera razón de su rechazo era que la hija del jefe estaba un poco loca, era baja, gorda y fea. Sería mejor ser soltero que casarse con una mujer así. El patrón insistió, pero Joe siguió rechazándolo. Era casarse con su hija o marcharse. Joe optó por irse inmediatamente. El tiempo voló; ahora tenía veintidós años. Y finalmente, Dios pareció mostrar algo de simpatía hacia Joe. Era un día de niebla, y Joe estaba recogiendo la basura a lo largo de su —zona de negocios— como de costumbre. Esta era su mayor ganancia en los últimos años. ¡Por fin tenía un lugar propio! Bueno, para decirlo sin rodeos, sólo eran veinte cubos de basura en una calle peatonal. Pero estaba muy satisfecho, porque esos veinte cubos de basura le bastaban para hacer frente al alquiler barato, a la comida y ropa básicas, e incluso tenía dinero para comprar unos cuantos libros en la tienda de segunda mano. En cuanto a la compra de libros, no era por su afán de aprender, sino porque era el artículo de entretenimiento más barato. Un libro grueso y viejo sólo costaba unos pocos dólares. Después de leerlo, podía tratarlo como parte de la mercancía. Era una gran ganga. Joe buscó pacientemente en todos los cubos de basura, como de costumbre, sin dejar escapar ningún papel triturado ni ninguna botella. El primero, el segundo, el tercero... Cuando llegó al décimo cubo de basura, se sentó en el banco de madera cercano para descansar como de costumbre. Había mucha niebla, por lo que las sillas estaban húmedas, y nadie quería sentarse a descansar, salvo los mendigos como él. Sin darse cuenta, estiró la mano hacia atrás y tocó algo suave. Joe giró la cabeza y vio que se trataba de una bolsa de mano color beige, que parecía de muy alta gama y de mucho valor. Sus ojos se abrieron de par en par con sorpresa, pensó que habría dinero en su interior, o algo muy valioso. Había fantaseado con esta situación innumerables veces, pero era la primera vez que su sueño se hacía realidad. Joe miró reflexivamente a su alrededor. Nadie le vio, y no había cámaras de vigilancia cerca, así que guardó rápidamente la bolsa en el bolso y se apresuró a volver a su casa.

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