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El Maldito

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Blurb

Y como dijo la dueña del embrujo: «El maldito dejará de ser maldito cuando encuentre a su mujer».

Una bruja muriendo entre sus brazos maldijo a Evander con la eternidad, un regalo para que tuviera tiempo y encontrara a su compañera. El regalo fue una condena a años y años de espera a alguien que no llegaba.

Con el pasar de los siglos llenos de guerras sangrientas todos lo nombrarán como el “Maldito”. Maldito por el tiempo. Maldito por la soledad. Todos conocen su historia, han escuchado las leyendas contadas alrededor de fuegos imperiosos y las canciones que celebran al guerrero inmortal que iba con la muerte de la mano.

Pero entonces sucede.

La sangre, el accidente, el olor dulzón…

Él siempre había esperado por una compañera, en un parpadeo la tiene finalmente, casi muriendo. Acercarse a ella, conocerla, no intimidarla, será algo totalmente nuevo para el antiguo inmortal.

Una nueva guerra, diferente a cualquiera que hubiera vivido.

El anhelo se mezclara con un nuevo terror desempolvado, Evander tendrá que lidiar con todo como un niño que recién siente algo, lo que hará todo más bello, pero también profundamente peligroso.

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Prólogo
El recuerdo refulge una y otra vez en mi memoria, arde y late como si tuviera vida. Y la tiene, la tendrá hasta el día en que me muera si soy alguna vez bendecido y la muerte viene por mí. Parpadeo y allí está, la bruja anciana muriendo en mis brazos, la había salvado de un destino peor del que tenía, al menos no estaba sintiendo dolor. Ella me miraba con ojos vidriosos y una pequeña sonrisa curvando sus labios, entonces abrió su boca y pronunció las palabras que me perseguirán por el resto de mi existencia: —Te quedaras con ese aspecto —cantó—. Serás tan fuerte y rápido como lo eres ahora, incluso más…Hasta que encuentres tu mitad. Soy vida, muerte…eternidad —sus ojos se encontraron con los míos una última vez—. Y tú, maldito, dejarás de ser maldito cuando encuentres a tu mujer. Ella cortó su mano con sus propios dientes y la sangre la salpicó, no reaccioné a tiempo, era joven, un hombre joven y herido. La bruja aplastó su mano sangrante contra mi rostro y la dejó allí hasta que su corazón dejó de latir. Me había marcado para sellar su embrujo, era un regalo, entendía que esa había sido su intención, pero seguía siendo una maldición. Maldito. Desde ese día todos me llamaron así, aunque hubiera lavado la sangre de mi rostro los demás miembros de la manada me veían como si todavía pudieran ver la marca. Todo empeoró, ahora no solo era un hombre adulto que no había encontrado a su compañera, sino que también estaba maldito. Dejé que me consumiera, pensé que lo merecía, escogí sufrir al pensar que los dioses no habían hecho a nadie para mí, en aquel tiempo aquello era a lo único que un hombre podía aspirar, ser bendecido con una mitad y ganar una posición favorable dentro de la manada, para darle una buena vida a la familia que formarían. Como cualquier lobo arraigado a su cultura, eso era todo lo que yo había querido para mí, pero con el pasar de los años…nadie llegó. Mi madre me dijo que tuviera paciencia, pero los días pasaban y todos hablaban, tenía veinticinco años y los lobos conseguían emparejarse a los catorce y quince años, por supuesto que hablaban, algo debía estar mal conmigo, los dioses se habían olvidado de mí. Durante esa época oscura la anciana bruja llegó, ella era la única que no me rechazaba por mi condición, salvé su vida alejando a unas criaturas que intentaban robarle unos objetos mágicos poderosos. Se convirtió mi amiga, pero enfermó, no sabíamos muy bien la causa, ella también era rechazada y los curanderos en la manada se rehusaban a tratarla. La acompañé cada día hasta su último respiro, cuando su vida terminó la mía también lo hizo. Me convirtió en esta criatura inmortal condenada a esperar algo que quizás no sucedería nunca, los primeros años fueron los más difíciles, todos seguían con sus habladurías y las burlas. Mi carácter se moldeó para detener eso, ellos me llamaban “Maldito”, en eso me convertí. Fui un maldito con todo el que se cruzó en mi camino, fui un maldito con los que estaban junto a mí, todos los que no eran ella. No merezco a nadie, el pensamiento me hizo cruel y una bestia, el perfecto soldado de aquellos tiempos, cuando la guerra inició fue cuando me volví peor, caía en los campos como un veneno que exterminaba todo lo que se movía, muchos alfas me usaron a su favor y pagaron por mis servicios. Ahogué mis penas en el campo de batalla, ya estaba jodido, más jodido que cualquiera en la puta tierra. Quise joder a todos los demás. Apoyo mi mano contra mi pecho, tengo el corazón exaltado por el recuerdo, un sueño tan vivido que casi puedo saborear la sangre de la bruja en mis labios. Me toma un par de segundos ubicarme, las paredes son conocidas, la sensación de mi cama también, pero hay olores fuertes envenenando el aire fresco del bosque. Gasolina, metal, cauchos quemados y…sangre. Sangre que huele como la azúcar que es quemada. Electricidad vapulea mi cuerpo dejándolo inmóvil durante un segundo o dos, la transpiración baña mi cuerpo, mis pupilas se dilatan y mi corazón bombea a un ritmo que no había conocido jamás. A un ritmo que había olvidado por completo. Sé que es real y que no se trata de otro tortuoso sueño cuando mi cuerpo se mueve solo, sin esperar ordenes, solo siguiendo su instinto más bajo y animal, escuchando a la bestia de mi interior. Es ella. Tiene que ser ella. Salgo de la casa y me lanzo al bosque percibiendo el olor, siguiéndolo, espantándome con la idea de que estaba sangrando  y yo no estaba cerca, quizás este es otro tipo de pesadilla. Esperé durante tanto tiempo para que esto sucediera y no entiendo cómo es posible que esté sucediendo ahora, en este preciso instante. Los olores se hacen más penetrantes, estoy cerca, he conocido este bosque como la palma de mi maldita mano, soy una fuerza indetenible corriendo, siendo llamado por su olor. Lo que siento es tan intenso, como un caldo hirviendo de miedo, desesperación, agonía e ilusión. Profunda e inconfundible ilusión. Peleé en mil guerras, quizás más, dejé de sentir cosas después del primer siglo, todo era lo mismo, sangre, muerte y gloria. La muerte era un ente que me acompañaba a donde iba, sabiendo que iba a alimentarse con glotonería si me seguía. El pánico me quema la garganta mientras busco a esa muerte cerca de mí ahora, olisqueando en ese jodido desastre de accidente. No, rujo hacia cualquier espíritu carroñero que se nutra de los muertos. Ella nunca. Y la veo. Tendida en el suelo, arrastrándose lejos del destrozado auto apenas un par de centímetros antes de desplomarse inconsciente. El horror me golpea las entrañas y me roba la respiración. Estoy yendo hacia ella cuando un aullido de lobo me eriza todos los vellos del cuerpo, eso no me hace detenerme, giro su cuerpo y lo que veo me despedaza, está llena de sangre, su rostro hinchado y su muñeca doblada de una forma antinatural sobre su estómago. El líquido rojo no deja de salir, lo hace con fuerza, corre rápido manchando mis manos. Es una pesadilla. Una pesadilla. Una pesadilla… Se está desangrando. Eso no puedo permitirlo, me niego. Preparo mi garganta, levanto mi nariz al cielo y suelto un aullido alarmante pidiendo ayuda. Cuando vuelvo a mirarla la tomo entre mis brazos, disculpándome por su dolor, rogando por su vida. Comienzo a correr suplicándoles a los dioses que me escuchen. No dejo que nada me detenga en mi camino hacia el pueblo, tengo que llegar a la casa del alfa o de cualquiera que pueda ayudar a la agonizante humana que pelea por su vida dormida en mis brazos. Veo algunos lobos correr en mi dirección en su forma animal y otros sobre sus dos piernas, reconozco a uno de los hombres que se acerca intentando igualar mi ritmo. —¿Qué haces, Evander? No puedes llevarla, está prohibido. Lo sé, malditamente lo sé. Yo estuve presente cuando esa condición se sometió a votación. Yo vote a favor. Era un maldito. Pero no puedo permitir que por ese ridículo decreto la persona más importante para mí muera. El beta con mirada enfurecida insiste. —Detente ahora mismo —exige. Cuando lo ignoro él intenta la peor cosa por hacer en este momento. Estira sus manos para arrebatármela. La bestia que peleó mil guerras, el hombre que camino por el mundo como un desgraciado y maldito. Ese hombre es el que toma mi voz, mis ojos, todo de mí. Furia tormentosa gruñe y raspa desde dentro de mí. Mátalo, urge. Fría violencia veo reflejada en sus ojos cuando me miro reflejado en sus ojos, aterrador, asesino. Con la voz de la muerte le digo: —. Tócala y te saco el corazón con los dientes. Él retrocede, inteligente. Sabe que no sería la primera vez que cumplo con esa amenaza.

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