Introducción.
La primera brisa del otoño acaricia mi rostro mientras cruzo el umbral de la casa. Las luces parpadean en sus candelabros a medida que sigo avanzando. Puedo oír susurros enojados y mis pasos crujiendo en el mármol del suelo. Amo esta casa, la he amado desde la primera vez que la vi hace unos seis meses atrás. Pronto se convertirá en mi hogar para toda la vida.
Deslizo las puertas.
Al entrar, un silencio pesado envuelve el foyer, interrumpido por mi presencia. Al ingresar en el salón, me encuentro con mi prometido, el aristocrático y atractivo Alejandro Montfort, de pie junto a la chimenea. Su rostro está nublado por una tormenta de emociones. Sus ojos, normalmente cálidos y que me enamoraron desde un inicio, ahora me fulminan con una ira contenida que me hace estremecer.
Nunca me observó de esta forma, me hace sentir tan pequeña frente a él. Trago saliva nerviosa al ver la carta arrugada entre sus manos. Él ha tocado mis pertenencias:
—¡¿Por qué no me dijiste que tus padres estaban en bancarrota?! —grita Alejandro, su voz resonando contra los altos techos de la habitación— ¡Una estúpida sequía en la otra punta del país no debería arruinar nuestra vida aquí!
Siento como si el suelo se abriera bajo mis pies. La desesperación y la preocupación por mi familia se unen en un nudo en mi garganta. No ha sido mi elección que mi familia enfrente la ruina; la tierra, un vasto desierto antes fértil, ha decidido aparecer de forma devastadora en sus vidas.
Alejandro quema la carta tirándola en la chimenea encendida:
—¡Habla! —ruge con fuerza.
—Creí que al inicio no sería nada, suele suceder que la lluvia escasee por una temporada y luego vuelva para darnos su alegría. Ayer recibí esa correspondencia y ellos ya no están bien, han perdido tierras y han vendido lo posible para abastecerse.
Se ríe de forma amarga, volteándose y apoyando sus manos en la madera dura del escritorio, uno que mis padres personalmente mandaron a crear para él, como regalo.
—No puedo dejar a mis padres en la miseria —digo con voz temblorosa—. Necesitamos tu ayuda, no podemos abandonarlos en su hora más difícil.
Un silencio helado se apodera de la habitación mientras Alejandro se gira, sus ojos centelleando con desdén y frustración. La pasión que había marcado nuestro compromiso comienza a desvanecerse en un parpadeo. Jamás lo había visto de esta forma, es como si el hombre que conocí desapareciera en la oscuridad de su enojo.
—¿Y qué se supone que debo hacer? —replica con una voz cortante— No puedo arriesgar mi futuro para salvar a los tuyos. Estoy comprometido contigo, pero también tengo una vida que proteger y construir, así no funcionaba esto.
Sus palabras caen sobre mí como un balde de agua fría. La vida que habíamos soñado se desmorona, y un doloroso desasosiego me empuja hacia una nueva realidad.
—¡Nuestros planes, nuestro futuro, todo se ha arruinado! —grita, paseándose por la habitación con frustración.
Entreabro los labios.
—Sigo aquí, ¿por qué dices esas cosas? —me llevo las manos a mi vientre, emocionada—, sé que no es el mejor momento, pero todo pasará, los ayudaremos y luego, nos casaremos y tendremos a nuestro bebé.
Se detiene seco en medio de la sala y sus ojos se abren, llenos de ira y de incredulidad.
—Estoy embarazada.
—¿Embarazada? —repite con su semblante duro— ¡¿Cómo has podido dejar que eso suceda?!
Quiero calmarlo, es solo un tropiezo, nos están poniendo a prueba.
—Entiendo que esto complica las cosas, pero no puedo dejar a mi familia a su suerte. Ellos me necesitan y yo a ellos. Sé que juntos podremos encontrar una solución... —pensé con rapidez.
Se acerca levantando su dedo de forma acusadora, parece negado a oírme, está furioso y eso me confunde, mis padres siempre han estado para él y su familia ¿Por qué ahora él no lo estaría?
—¿Podremos encontrar una solución? —se detiene en seco y me mira con una intensidad que me hace retroceder—. ¡Yo quería una esposa que me ayudara a acumular riqueza y prestigio, no una carga con una familia en bancarrota y un hijo en camino!
Sus palabras me golpean como puñaladas. Siento que el mundo a mi alrededor se desmorona.
No...
—Alejandro, por favor... —suplico, pero él me interrumpe con un gesto brusco.
—¡Cállate, cierra tu maldita boca! Esto se termina aquí —me mira con desprecio, negando con la cabeza—. ¿Crees que puedo casarme con alguien como tú? Una mujer pobre, con una familia en la ruina y ahora, encima, ¡embarazada! Eres una carga, un lastre que arrastraría hacia abajo todos mis planes y ambiciones. No me interesas en lo más mínimo.
Sus palabras me golpean como puñetazos, dejándome sin aliento.
—Por favor, entiendo que esto es difícil, pero... —intento explicar, pero él me interrumpe bruscamente.
—¿Difícil? ¡Esto arruina todo! —grita, enfurecido—. Yo quería una esposa de clase, que me ayudara a ascender socialmente, ¡no una mujer pobre y encinta! Será mejor que te marches y te hagas cargo tú sola de tus problemas. No puedo cargar con tu miseria.
Me quedo paralizada, con el corazón acelerado, mientras observo a Alejandro con una mirada aterrorizada. Él la mira con un desprecio que me heló la sangre, y de pronto me agarró bruscamente del brazo, arrastrándome hacia la salida con tanta fuerza y presión que mis piernas ceden y mis brazos afrontan el dolor.
—¡Zorra de burdel que se embarazó de otro hombre! —gritó empujándome con fuerza hacia la calle.
Me tropiezo con mis propios pies y caigo pesadamente al suelo, sintiendo que el impacto me quita el aliento, las lágrimas no me permiten ver, intento incorporarme y observo con horror cómo algunos transeúntes se detienen a mirar la escena, susurrando entre ellos.
—¡Fuera de mi casa! —continuó gritando Alejandro, vociferando insultos—. ¡No quiero volver a verte! ¡Eres una deshonra para mí y para esta familia!
Las lágrimas corren por mis mejillas mientras lucho por ponerme de pie, protegiéndome el vientre con ambas manos. Sintiendo que el mundo a mi alrededor se desmoronaba, mi sueño de una vida junto a Alejandro se acaba de hacer añicos.