El hijo de mi crush es mío también.

Pov Elisse Laurent Mi semana había empezado exactamente igual que las últimas trescientas anteriores: monótona. Desperté el lunes antes de lo que hubiera querido pero el insomnio suele hacerme estragos sin poder evitarlo desde que terminé mi última relación y volví a casa con mis padres y hermano. Se suponía que sería temporal pero mi situación económica es una tragedia completa y tres años después sigo aquí y aunque agradezco el techo sobre mi cabeza hay muchas razones para no querer estar aquí. La primera, mi madre, a veces es tan insufrible y soberbia que me puede bastante. Con frecuencia pienso que se equivocó al elegir esta vida antes de nacer, casi juraría que en su vida anterior era Cleopatra o alguna otra reina acostumbrada a hacer solo su voluntad y a que el resto de sus súbditos le rindiera pleitesía. Y es que desde niña siempre sentí que eso justamente es lo que esperaba de todos a su alrededor, que ella siempre era el sol y nosotros los planetas orbitando y admirando su esplendor a su alrededor. Papá siempre ha sido su fan número uno, se que aún con todos los altibajos que son normales en un matrimonio de treinta y cinco años él la ama, y siempre se ha sentido afortunado por tenerla como su esposa. Es bueno crecer en una familia que se ama, el problema son los egos exagerados que incluye la mía. A decir verdad desde que tengo conciencia crecí tratando de hacerme pequeña e invisible para no opacar a mamá, ella siempre actuaba como si mereciera todo mientras que yo tenía el pensamiento recurrente de no merecer por no ser suficiente. Así que los problemas de autoestima siempre estuvieron ahí, como un freno que no me dejaba sacar todo el potencial del que mucha gente a mi alrededor mencionaba pero que yo al principio en verdad no veía ni entendía nada de lo que hablaban. Así que todos mis traumas existenciales siempre hicieron eco en mi cabeza y aunque la adolescencia hizo lo propio con mi rebeldía, el autoritarismo de mamá ganó siempre. Yo siempre soñé con actriz, la primera vez que me subí a un escenario a actuar tenía 15 años, mi corazón latía tan rápido y a pesar de temblar sin control y sentir el sudor en mis manos la emoción que sentía por la adrenalina era incomparable y realmente me enamoré de esa sensación, incluso sintiendo el pitido en los oídos podía decir mis líneas sin tartamudear. Era simplemente mágico. Y éramos lo suficientemente buenos para ganar algunos concursos de teatro en las ligas escolares, me la creí tanto que quería dedicarme a eso de manera profesional al terminar mis estudios en el colegio, realmente planeaba ahorrar dinero e irme a vivir a la capital del país para conseguir una beca en una academia actoral de una importante televisora nacional o en su defecto entrar a la universidad nacional para estudiar arte dramático, estaba tan decidida que cuando le planteé mis planes a mi mamá lo que recibí fue un excelente cortón de alas. Claro que esa aterrizada dolió, esperaba al menos una pequeña intención de apoyo pero en su lugar lo primero que dijo es que me moriría de hambre, ya que, de entrada ellos no me apoyarían ni un poco económicamente, también en cierto modo pasivo agresivo me aseguró que no tenía las características físicas para el tipo de mujer que es deseado en ese medio, ella jamás decía que fuera bonita por ese entonces, sumándole que mi curvilíneo cuerpo tampoco me ayudaría. En resumen,así es como deje ir mi sueño vocacional. En retrospectiva, cuando veo mis fotos de esos tiempos, ni siquiera estaba gorda, aunque sí es cierto que mis proporciones siempre fueron fuera de lo común, pechos enormes, una silueta de reloj de arena, caderas bastante prominentes y un trasero que siempre ha acumulado todo lo que como, sumándole la tripa que siempre ha estado conmigo desde los diez años. Total que cuando dejé ir mi sueño de ser actriz al parecer dejé ir todas las ambiciones, no fui capaz de elegir una profesión, varias me parecían interesantes pero con ninguna pude sentir una conexión o que al menos fuera algo que pudiera hacer el resto de mi vida sin arrepentirme. Así que cuando terminé el colegio empecé con una larga y muy versátil lista de trabajos, desde secretaria, diseñadora gráfica aficionada, telefonista, encuestadora, vendedora, ejecutiva logística y terminé siendo una maestra de inglés a mis treinta y cuatro años. Hasta ahora es lo que menos infeliz me ha hecho, me gusta sentirme útil y buena en algo, tener alumnos y seguir aprendiendo de ellos a su vez. Es un empleo a medio tiempo ya que después de mi separación fue increíblemente difícil salir de la depresión en la que me hundí. Y la verdad no era para menos, traía una carga emocional tremenda, traumas de la infancia, historial de bullying, relaciones amorosas tormentosas, baja autoestima, un despido del empleo al que le había entregado prácticamente mi vida entera por 4 años y para rematar, mi querido cucaracho me puso los cachos a la primera oportunidad en mi ex empleo y tuve que volver como el perro arrepentido con la cola entre las patas a casa de mis padres a soportar los delirios de grandeza de su majestad, mi madre. Obviamente estaba destruida hasta los cimientos, tuve días tan oscuros en los que solo pensaba en que todo terminara, de hecho, era eso justamente lo que le imploraba al cielo, que todo terminara de una vez por todas, porque la verdad, yo no me daba el valor de hacerlo por mi cuenta aunque así lo quisiera. Lo bueno fue que al menos como en la caja de Pandora, después de liberar a todas las maldiciones, la pequeña e indefensa esperanza también se quedó conmigo. Esa suave vocecita no se cansó de susurrarme qué aguantara un poco más, que mi fortuna algún día llegaría, que aunque no supiera en ese momento la razón el universo si o si tenía una razón para mantenerme viva día con día. Así que ese se volvió mi mantra, "no te rindas, hay una razón para seguir aquí aunque no la entiendas" y así seguí, decidí hacerme la piel más gruesa a las hostilidades que me rodeaban, ver el vaso medio lleno poco a poco, recordé constantemente que tenía tías, primas y amigas que siempre estaban echándome porras y recordándome mis cualidades hasta que aprendí a verlas por mi cuenta. Y aunque lo más razonable hubiera sido buscar ayuda profesional para dejar mi prolongada depresión, nunca me sentí cómoda exponiendo mi alma y sentimientos mientras me recostaba en un diván a hablar con una extraña, además, tampoco podía pagarlo. Y por ridículo que parezca, le pedí ayuda a los astros, y soluciones más holísticas y alternativas empezaron a llegar a mi. Desde los horóscopos, el tarot, las ceremonias de plantas sagradas, rituales de hechicería blanca hasta los registros akáshicos me devolvieron un poco de paz y estabilidad, y si, lo sé, quizá en gran medida es autosugestión pero ya que lo más poderoso es la mente, si te convences de que algo funciona eso hará y para mi fue así y lo agradecí. Así que, volviendo al punto, mi lunes pintaba para ser una día normal de mi monótona rutina (por que si, avancé pero me faltaba aún mucho por arreglar en mi vida para que fuera realmente plena y feliz) al despertar vería de nuevo la más reciente temporada de mi serie favorita, era de fantasía con viajes en el tiempo debido a poderes mágicos de algunas personas combinados con elementos mágicos, llena de amor, pasión, aventuras, ambientada hace varios siglos y con el actor protagonista más hermoso que mis ojos han visto, Ron Fraser...